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Escuchó su nombre cómo quien escucha el pregón de un vendedor ambulante. Alguien le tocó el hombro y dijo que se dirigían a él, se volvió y susurró un gracias apenas perceptible. Se sintió mareado, su nombre seguía zumbando en el ambiente y los compañeros de oficina lo miraban con una mezcla de curiosidad y pena; él apenas lo notó. Se dirigió dando tumbos a su escritorio y tomó sus pertenencias. Al salir del edificio, había una nube de curiosos en torno a la puerta que lo señalaban, otros murmuraban y algunos tomaban fotos. El embajador lo esperaba, hizo una pequeña reverencia, él sonrió con timidez y el embajador asintió complacido. El embajador emitió una serie de sonidos que un intérprete los capturó y tradujo. Habló de la buena disposición de las culturas, de la cooperación mutua y del sentido del deber hacia los propios congéneres. Él asintió nervioso —sudaba—, su propio hedor lo avergonzó. El embajador lo palpó con sus antenas, confirmó su identidad y dijo que él era el elegido. La gente aplaudió, algunos vítores y silbidos. El embajador regresó a la cápsula que lo llevaría a la nave nodriza y él lo siguió como un cordero. |
Texto agregado el 11-10-2013, y leído por 176
visitantes. (2 votos)
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Lectores Opinan |
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12-10-2013 |
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No me gustaría ser el elegido ***** simasima |
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12-10-2013 |
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Está muy bueno. A este lo había en su página, me gusta mucho el lenguaje, como se van acoplando las palabras. ***** biyu |
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