El último hippie
Curiosa maniobra la del tiempo: proyecta el sin futuro del pasado en el presente. Con el fin de sembrar desesperanza, recicla el absurdo de la inocencia como una posibilidad concreta de fracaso. Al desaparecer la resistencia, desaparece la motivación. La realidad se vuelve fofa. Las drogas, el mercadeo, la ausencia de lo sagrado y el aburguesamiento, terminaron con los sueños de todos nosotros.
Pero hoy, el último hippie se presenta como una posibilidad contracultural agónica y romántica. Sus palabras ruedan por las piedras del Puente Gerli hacia lo deseado e irrecuperable, lo utópico y lo imposible; sus palabras hacen sapito en las oscuras aguas de la laguna de Villa Angélica, junto a las vías del ferrocarril Roca.
Le daremos un perfil, para no embotellar el viento. Nacido en Barracas al Sur. Chico de clase media (supongo). Como tantos otros que, como él, aspiraban a verse libres del establishment maldito. Dueño de una guitarra callejera e hiriente que se pavonea aún, con su impoluta integridad virtual y su música, sosteniendo un amor y una paz innegociables. El pachuli escaso y penetrante, y la yerba inconfundible, lo siguen a todos lados. No tiene edad. Es de aquella generación eterna de los sesenta. Aquella generación que aspiraba espejarse en los paraísos negados. Cuando hace décadas, la actitud pacífica y amorosa de una rebeldía libre y tenaz comenzó a ser la mueca de una caricatura exhibida en los escaparates de la moda. Cuando un sinfín de tipos de barba y pelo largo, dejaron de soñar, y pasaron a formar parte de un circo de viejos grises y patéticos. Fue entonces, cuando el último hippie se dejó ver por las calles del suburbio. Apareció como el fractal de una espina que la mayoría había escondido por miedo en la intimidad de sus almas. Esa espina hizo temblar a los muertos de una sociedad muerta. Esa espina se negó a cuajar con las burdas imposiciones del odio, el egoísmo y la violencia.
Esa espina se convirtió en la rosa de mil labios para cantarle a la vida.
Amor y paz: ese es el mensaje.
Una elección perfecta, como los lirios del campo.
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