El auto olía mal, muy mal. De hecho, algo rozaba la putrefacción. Y lo peor era que sabía de donde venía ese olor. Venía enteramente de mí, yo era ese algo. Pero no me importaba, mi nariz se acostumbraría, aceptaría y entendería que no era momento para tomar un baño. Lo único importante era alejarme de esa casa, del pueblo entero, y hasta de mí mismo.
Enseguida al levantar la vista y separarla de mis pies (para asegurarme de que continuaban presionando el acelerador) me di cuenta de que nunca había salido para el camino del norte en mi vida, que nunca había transitado por esa zona. Pero me rehusaba a creer que estaba perdido, nada de perder el rumbo.
Había un obstáculo adelante. Como puro acto reflejo apreté el freno con toda mi fuerza, y por poco levanto el de mano directamente. Un cartel indicaba una bifurcación, preguntándome si quería ir para la derecha o para la izquierda, sin decirme siquiera los nombres de los poblados en esas direcciones, ya sea porque estaba roto, sucio, o porque simplemente era muy de noche. Pero yo no tenía la menor idea. No sabía para qué lado quería ir, si elegiría O-s-r--b-ur-o o P-es--l. El olor ya no se soportaba, tenía que abrir la ventana y ventilar un poco. El aire afuera estaba fresco, agradable. Chocaba con mi cara, mi pelo, desde las raíces hasta las puntas y seguía su recorrido. Fue entonces, cuando el frío viento limpió parte del hedor del auto, cuando me di cuenta de que no venía solo, sino que venía acompañado de un aroma espléndido. Quizás fuera que mi nariz estuvo mucho tiempo oliendo algo tan feo, que cualquier cosa levemente mejor sería extraordinaria. Pero en ese momento fue todo lo que necesitaba, todo lo que necesité para elegir el camino. El aroma indescriptible, probablemente salido de alguna planta, alguna flor representada en mi cabeza con un suave color rosáceo, con cinco pétalos abiertos y cerrados dándole un aire de despeinada, venía de mi derecha. Prendí el auto con una tranquilidad que nunca había tenido antes (pero que ciertamente necesitaba en ese momento) y encaminé.
No tardé mucho tiempo más en visualizar una luz a la distancia. Era verdaderamente reconfortante, saber que no estaba totalmente perdido en el desierto, ya que a mi cabeza y mis ojos parecía no importarles el permanecer despiertos para continuar conduciendo. Y ni hablar de mi estómago.
Pero cierto que la suerte estaba de mi lado. El precioso olor parecía terminar en la luz que unos kilómetros antes había visualizado. Era un pueblo pequeño, suficiente para abastecerse en cuanto a las cosas básicas, y, según los carteles, contaba con un hotel. Más que perfecto. Giré en la primera calle, Calle California, e inmediatamente entendí cual era el hotel, sin necesidad de pregunta alguna. Estaba al final de la calle, y resaltaba por donde se lo mirara. El color, no era acorde con el resto del pueblo. Por lo que había visto, la entera población rondaba entre los tonos ocre y amarillo, principalmente por la abundante arenilla. Pero el edificio del hotel era de un limpio y fuerte, hasta perturbante rojo, sin delatar en ningún momento que se encontraba en el medio del desierto. Por supuesto, era el más alto en kilómetros a la redonda, y, a diferencia del resto de las casas, todas sus luces permanecían encendidas. Las letras de su nombre lo enmarcaban en la parte superior, HOTEL CALIFORNIA ponían, concordando con el nombre de la calle. Más abajo, en letras más pequeñas, se podía ver el sobreentendido slogan: “En cualquier momento del año, aquí mismo lo podrás encontrar”.
Un sonido me estremeció justo mientras bajaba del auto. Unas campanas comenzaron a sonar desde lo que parecía la parroquia del lugar. ¿Ya eran las doce? Y ¿En qué clase de lugar suenan las campanas a medianoche? Si parecían estar todos dormidos… Pero algo cortó cualquier reflexión que yo pudiera estar teniendo en mi interior en ese momento. Una muchacha estaba parada en el portal de la puerta, invitándome a entrar. Su cabello era especial, toda ella era especial. Creo que me quedé unos cuantos minutos ahí parado, sin decir absolutamente nada, contemplando su claro cabello, sus rasgos totalmente simétricos, su aire tranquilizador. “O esto es muy bueno, o es una pesadilla” fue lo único que cruzó por mi mente. Decididamente podía tratarse de cualquiera de los dos.
Ella tampoco parecía muy dispuesta a emitir alguna palabra, y por el momento estaba bien para mi. Luego de unos segundos, sacó del bolsillo de su saco una larga vela, la encendió, y fue entonces cuando me di cuenta de que a pesar de que era el edificio más iluminado del pueblo, no era suficiente para ver con claridad. Qué cosa más extraña. Pero a ella no parecía molestarle. Dio media vuelta y comenzó a caminar, dándome a entender que la siguiera.
Pronto el silencio se interrumpió, pero no fui ni yo ni la muchacha los que hablamos. Qué sensación de tranquilidad me dio el saber que había alguien más en ese hotel. Aunque no tenía sentido, un hotel abandonado era el tema de muchas películas de terror.
Las voces se escuchaban bajas, pero creí oir lo que decían. “Qué lugar tan agradable”, decía la voz masculina. “Sí, un lugar muy agradable” le respondía una voz femenina. “Y en cualquier momento del año, aquí mismo lo podrás encontrar” dijo lo que parecía ser un niño, cuya voz se escuchó notablemente más cerca que las otras dos. Me di vuelta bruscamente para ver quién era el que me hablaba. Pero no había nadie, nadie me hablaba. Las voces siguieron diciendo cosas inentendibles mientras se alejaban, por lo que parecía ser uno de los pasillos del edificio.
“Bienvenido al Hotel California” dijo el hombre de la recepción cuando llegamos al mostrador. “Estamos llenos de habitaciones, ¿cual desea ocupar?”. El hombre vestía un clásico uniforme de recepcionista, con la debida placa plateada con su nombre a la altura de donde tendría que estar su corazón. “Gustavo Kandinsky, en cualquier momento del año, aquí mismo me podrá encontrar.” ¿Cómo podía ser que por todos lados apareciera ese estúpido slogan? Era el claro ejemplo de un pobre trabajo en el campo creativo de la publicidad del hotel, era increíble que apareciera en todos lados. ¿Desde cuando un hotel no está en el mismo lugar a lo largo del año? ¿Y el recepcionista trabajaba todo el año?
-Disculpe, ¿en cual de las habitaciones le gustaría hospedarse?
Para cuando volví a la realidad la mujer que me había acompañado hasta allí no estaba, y el recepcionista parecía esforzarse por hacerse entender.
-Em… Cualquiera, solo pretendo pasar una noche. La más barata.
-Bueno, el precio lo veremos después. Por ahora, le doy la 405. Cuarto piso.
Siempre me había gustado ese sistema de organización de los hoteles, siempre me había parecido muy inteligente, las habitaciones encabezadas por el número de piso en el que se encuentran. Simple.
La habitación era perfecta. Dimensiones perfectas, higiene perfecta, comodidades perfectas. Pero no contaba con ninguna heladera, y yo me moría de hambre. Bajaría a preguntar si todavía tenían algo para comer en el bar. Pero antes tenía que pasar por el baño.
Más lindo todavía que el de mi casa, el baño tenía un gran espejo que ocupaba una de las cuatro paredes por completo. Pero… como podía ser… ¿Así había estado todo el tiempo? ¿Cómo era que nadie me había dicho nada? ¿Cómo era que ni siquiera me habían mirado extrañados? Mi camisa estaba toda manchada de sangre. Pero… si estaba seguro de que no las había tocado…me había ido lo más rápido…
Una gran mancha en el centro estaba a punto de terminar de secarse, y todo alrededor la acompañaban pequeñas manchas más oscuras, más secas. Me sentía un idiota por no haberme dado cuenta antes. Las personas del hotel deberían pensar que era un… que era peligroso. Me la saqué lo más rápido que pude, la sumergí en la pileta, y la fregué lo más que pude. Pero justo en ese momento tocaron a mi puerta.
-¿Está ahí, señor Romero?
Puta. No era el mejor momento. Dejé la camisa en el agua, limpié lo que quedaba en mí con la punta de una toalla y me apresuré en agarrar la camisa que había traído para el día siguiente en mi maletín. Mientras todavía me la abrochaba, abrí la puerta. No era la misma muchacha que me había acompañado en la entrada. Era más baja, con los cabellos más oscuros, pero también mantenía una vela indicándole el camino.
-Ya han pasado unos minutos de la medianoche, no nos gustaría que se lo perdiera.
-¿Perderme qué?
-Los huéspedes y todos nosotros estamos festejando, en el salón de abajo. Todos están invitados.
No tenía nada para hacer, y el hambre ya se estaba abriendo paso por mi estómago, pronto gritaría con todas sus fuerzas. Me limité a asentir con la cabeza, y, en silencio, me indicó que bajara.
Era cierto, todos parecían estar abajo, se los oía desde el ascensor. Todos menos el recepcionista, que parecía cumplir con lo dicho en su placa. Al verme pasar, me indicó en que dirección estaba el salón antes de que tuviera tiempo de preguntar.
Al final del pasillo dos puertas gigantes estaban entornadas. Desde mi posición se podía ver movimiento en el interior, luces, música, entretenimiento. Aunque no tenía un espíritu muy festivo esto podría ser lo que necesitaba para olvidarme de todo lo que había pasado. Así que me dirigí a las puertas, asomé la cabeza y abrí una de las dos para poder pasar. Por suerte, todos siguieron en la suya, no se detuvieron a observar quién era el nuevo. Todos menos una persona. Una persona que daba la impresión de ser el centro del salón, el centro de la atención. Era exactamente la muchacha que antes había llamado mi atención, que antes me había guiado a los interiores del hotel. Se había cambiado, estaba elegante, con un vestido que me recordó inmediatamente al rojo de las paredes externas del hotel. Por un momento me inhibí. No sólo me sentí erróneamente vestido si no que además me estaba mirando, me llamaba con la mirada. Pero al ver que no respondí a su mensaje optó por hacerme señas con las manos también. A medida que me fui acercando fui viéndola mejor. Sus cabellos eran claros, sí, pero de un color que nunca había visto antes. Eran blancos. ¿Blancos? ¿Tan joven? No… eran rosados… aunque podía ser un efecto de la luz. No estaba peinada, no, sino que estaba perfectamente despeinada, como preparadamente despeinada. Poco tardé en darme cuenta de por qué parecía ser el centro de la atención. Estaba rodeada. Sí, estaba como escoltada de un grupo de hombres, de hermosos hombres si me corresponde decirlo, todos vestidos igual, de un color semejante al de las casas arenosas del pueblo. Los hombres la rodeaban, bailaban, la miraban, la ubicaban precisamente en el centro del salón.
Y en eso, cuando ya estaba a unos dos metros de su ubicación, un precioso olor asaltó mi nariz. Un olor ya conocido, un olor recientemente conocido. Por supuesto. El olor que había sentido previamente en el camino venía del hotel, y parecía venir de ella. Y asombrosamente lucía muy similar a como me había imaginado la flor fuente de semejante olor.
-Bienvenido. ¿Cómodo?
Pero antes de que pudiera siquiera asentir ya estaba hablando de nuevo. Toda la imagen silenciosa que me había mostrado en un principio se contradecía con esta.
-Por favor, siéntase como en su casa y disfrute de la comida, bebida, y especialmente de la música. Todos alabamos a los bailarines en este lugar.
Y entonces percibí como cada persona en ese lugar estaba bailando, incluyendo a la muchacha, concentrados en sus pasos, con los ojos cerrados dando una idea de total tranquilidad, felicidad.
Y me dejé llevar por primera vez en mi vida, me perdí en aquella noche que me había sorprendido desde el momento en que había decidido ir por ese camino, girar a la derecha en vez de a la izquierda.
Me desperté en mi habitación. Estaba vestido igual que la noche anterior, no había llevado nada más para cambiarme. Tenía una pesadez que me decía que me había acostado muy tarde, aunque no recordaba a qué hora, no llevaba mi reloj. Pero sí sabía que estaba hambriento. De nuevo. Bajaría a buscar algo para comer abajo, algo tendría que haber en ese pueblo.
Ya era hora de irme… lástima que no tenía ni idea de a donde me dirigiría. A casa no iba a volver, ya no podía. Pero quizás podría solo seguir conduciendo, llegar hasta otro pueblo, alejarme, y así quizás encontrar un lugar en el cual quedarme.
No se había terminado de abrir el ascensor cuando la vi. Estaba parada de frente a la puerta mientras ésta se abría, como esperando especialmente a que yo saliera. De nuevo como la primera vez, no dijo ni una palabra, pero me dio a entender que quería que la siguiera. Asombrosamente, aunque tardé en darme cuenta, la iluminación del hotel entero era la misma que la noche anterior. Las mismas luces, las mismas sombras. Y por supuesto la dama llevaba consigo una vela, que no parecía consumirse muy rápido. Atravesamos todo el pasillo, hasta que llegamos a una puerta a nuestra derecha. Ni bien nos paramos éstas se abrieron, manejadas por algunos de los hombres que había visto la noche anterior en el salón.
-Bienvenido, de nuevo - dijo la muchacha, mientras me impulsaba a entrar. Bueno, mejor dicho salir, porque aquellas puertas no cerraban precisamente una habitación, sino que abrían paso hacia un enorme jardín, con algunas flores, algunos bancos, y muchas personas. Había tanta gente como la noche anterior en ese jardín. Estaban todos hablando, cantando, bailando, comiendo o realizando cualquier actividad social con alguna persona a su lado. Claro que todo ya me estaba pareciendo un poco raro. ¿Una fiesta una noche? Está bien, puede pasar, puede haber alguna clase de celebración. ¿Pero una fiesta al día siguiente también? ¿Me estaba perdiendo de algún carnaval o algo? Y tanta distracción me había hecho olvidar que tenía intenciones de irme de aquel hotel., continuar con mi huída. Pero, ¿Qué hora era? No estaba seguro de eso.
- Disculpe, ¿puede decirme qué hora es?
- Por supuesto, las 19:30. ¿No ha visto el reloj en su habitación? ¿Acaso no funciona? Inmediatamente alguien irá a reponérselo.
- No, no, está bien. De hecho, ya estaba pensando en retirarme. Muchas gracias igualmente.
- ¡No! Por favor, quédese. Disfrute de nuestra música, nuestra comida.
Y se fue, bailando junto con uno de sus amigos. Era extraño. Todos bailaban, todos iban de un lado para el otro del jardín con distintos ritmos, con distintos pasos, algunos con los ojos abiertos y otros con los ojos cerrados. Algunos con unos gestos desagradables, casi tristes, otros al contrario, como bañándose en placer. Todo parecía un ritual, donde algunos bailaban para recordar, otros para preferentemente olvidar. Y muy dentro de mí sentí ansias de conseguir ese gesto de placer, de lograr olvidar de una vez todo lo que había sucedido. Y pensé que no me haría mal descansar una noche más, y no salir a la ruta siendo tan tarde.
-Disculpe, ¿puede traerme un vino?
Y enseguida como oyó eso la muchacha sonrió, sonreí y… vagamente recuerdo qué pasó después.
Me desperté unas horas más tarde en una habitación. No era la mía, pero tampoco parecía ser la de alguien en especial. A través de la pared se podían oír voces, diferentes ruidos. “Qué lugar tan agradable. Sí, qué lugar agradable” se escuchaba.
Como llamado por aquella música, no pude resistirme a levantarme y salir de la habitación, para dirigirme a la contigua, de la cual parecían provenir los ruidos. Y sí. La fiesta continuaba, continuaba a cada hora en un lugar diferente. Ahora parecía más tranquila, pero el aire que se respiraba era el mismo. La habitación era más grande que las demás, más importante.
Por supuesto, claro, que la misma muchacha estaba tirada en un sillón, bebiendo champagne, invitándome a acompañarla. Toda la situación se sentía tan bien (desde hacía 24 horas) que no dejaba de sonarme raro.
-¿Le gusta el lugar?
-Sí, pero, si puedo preguntar, ¿Qué hace tanta gente aquí?
-Somos todos huéspedes, todos por diferentes motivos.
Seguía sin responderme a la pregunta. ¿Qué podría hacer tanta gente en ese pueblo, que antes me había parecido tan desértico?
-Somos todos prisioneros aquí, de nuestros propios impulsos, de nuestros propios actos – fue lo siguiente que dijo la muchacha, mientras miraba tranquila hacia su alrededor.
Fue entonces cuando toda la felicidad se desmoronó. No me agradó la forma en la que pronunció esas últimas palabras. Sonaban… sonaban espeluznantes. Pero antes de siquiera poder gesticular algo al respecto, un fuerte ruido llamó mi atención. Un ruido de botella, una botella se había roto. Pero no había simplemente caído al suelo por equivocación. No, un hombre delgado, alto, la sostenía en la mano mientras amenazaba a otro de su mismo tamaño. Y antes de que pudiera articular una opinión al respecto una mujer de aspecto delicado agarró una silla y la arrojó hacia la cabeza de un hombre que no parecía estar teniendo ningún tipo de contacto con ella. Así, al mismo ritmo, todo comenzó a desvirtuarse. Algunos alzaban cuchillos, otros botellas, otros diferentes objetos que iban encontrando en su camino. Todos peleaban, lloraban, desesperaban por conseguir el gesto más enfurecido. Y la muchacha seguía, aunque sin efecto alguno, emitiendo tranquilidad en su mirada, sus labios, su pose.
Sucedió tan rápido que apenas tuve tiempo para pensar. Cuando lo logré, supe que me tenía que ir de allí lo más rápido posible, no importaba a donde.
Lo último que recuerdo es correr, desesperar, bajar las escaleras, llegar al pasillo y visualizar la puerta, determinarme a atravesarla y poder terminar con aquella locura.
-Tranquilo - escuché a mis espaldas.
Sin saber por qué, me detuve y lo miré. El recepcionista estaba acercándose a mi.
-Relájese.
-¿Tranquilo? ¿Relajarme? Esto es una locura. Sólo necesito irme. ¿Cuánto le debo?
-No, tranquilo. No puedo permitirlo. Lo hecho, hecho está. Siempre estamos dispuestos a recibirlo, pero ya nunca podrá irse. |