Llueve y en cada gota cristalina, pena el alma mía.
Ellas caen sobre mí cual filosas e hirientes dagas.
Dejando al descubierto, las heridas que corroen mi espíritu
Ellas caen en son cadencioso, cual poetas ensayan sus rimas.

Noche plagada de grises nubes, adornadas por los rayos.
Mientras la luna asoma avergonzada, más luego se esconde.
Luna cual brillo de piedra preciosa, pacífica de luz suave
Triste porque no puedes dejar ver tu esplendor, en la lúgubre noche.

Lluvia que caes cual en manso regadío, de las fuentes y francos ríos.
Enervas mi alma, al ver caer tu torrente en los campos del estío.
Y en mi corazón se prende una rosa, al escuchar tu manso lamento
Eres el canto primitivo, de los ayeres glamorosos y ayes de desvaríos.

Desde mi cuarto frente al ventanal, oigo tu canto silencioso y sombrío
Entonas con tu fina lluvia, cantos de los juglares de reinos perdidos
Y haces zozobrar mi corazón, en vasto y desierto campo vacío.
Hundiéndome en un laberinto entre tus gotas húmedas y frías.

Raúl Amador Irusta