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En la peninsula de Shimane, el mes de Octubre es llamado Kamiarizuki ("Mes-de-los-dioses-presentes"), porque cada año, en el pequeño templo sagrado de Izumo, los dioses se reúnen para celebrar un concilio (llamado Asamblea de los Dioses) en el cual se discute el destino de los asuntos amorosos de la gente. Es en esta Asamblea donde se decide quién amará a quién, y el amor de quién será correspondido. Se dice que Ebisu, el dios sordo de la buena suerte, nunca escucha el llamado a este concilio, por lo que es objeto de constantes burlas de parte del resto de los dioses.

Nyoko se preguntaba, desde la primera vez que escuchó la historia de la Asamblea de los Dioses en Izumo, si es que el destino sentimental de la humanidad habría sido distinto con la presencia de Ebisu en esa reunión, y mientras veía a los niños jugar en el parque, se consolaba sabiendo que el amor estaba allí todo el tiempo, a pesar de todo, endulzando el aire como un vapor amable que comulga con todo.

Las manos de Yoshi, entrelazadas a las suyas con una sutileza que las hacía invisibles, eran su único contacto directo con una realidad que le parecía demasiado ajena, su único vínculo con un mundo con el que chocaba constantemente, cada vez que abría los ojos, cada vez que lloraba sola, cada vez que alguien reía cerca de ella. Las manos de Yoshi, cubriendo sus largos y delgados dedos como una madre entregada a su hijo recién nacido, le permitían sobrevivir y desear vivir intensamente esos momentos de profunda melancolía.

- Todas las flores del mundo se marchitarían con tu cara de pena -, dijo Yoshi en un ejercicio personal de absoluta sinceridad.

Nyoko volvió a mirarlo a los ojos, pero esta vez habían lagrimas en su rostro. Yoshi deseó que esas gotas de tristeza se convirtieran en una lluvia de alegría que levantara una sonrisa infinita en el rostro de Nyoko.

- ¿Qué esperas para darme un beso?

Yoshi se quedó mirándola, perplejo. Y antes que pudiera pensar en una respuesta o articular un silencio suficiente, Nyoko lo tomó de los hombros y lo besó con tanta sensualidad como ternura. Y pareció como si el lugar se incendiara de amor: los colores se hicieron, a los ojos de Yoshi y Nyoko, más intensos y profundos. Cada una de las flores que los rodeaban hicieron un movimiento milimétrico, celebrando un esperado encuentro, una historia que daba un giro necesario, una inevitable explosión de pasiones que sanaría los corazones de ambos.

- ¿Estás segura que esto es lo que quieres? -, murmuró Yoshi envuelto en los labios de ella.

Nyoko, con los ojos cerrados, en un sutil gesto de reverencia y respeto, se apartó de Yoshi, lo miró fijamente, le sonrío y se acercó a él para hablarle, lentamente, al oído.

- Todas las flores del mundo abrirían sus pétalos para recibir gustosas esto que siento por ti, Yoshi. No hay otra cosa en mi vida que deseara tanto como tenerte conmigo de esta forma.

- ¿Prometes alejarte de mí solo si eso realmente significa que vas a ser más feliz que conmigo? No podría soportar que te arrepintieras.

- Lo prometo. No haré más que desearte y hacer que me desees.

Mientras dejaban que el aire cálido rozara sus pies descalzos y se juraban abrazos eternos, un pequeño de los que jugaba al otro lado del parque, se acercó a ellos y se quedó mirándolos. En sus ojos había una curiosidad que Yoshi y Nyoko jamás habían visto. Quería devorar sus secretos en un par de parpadeos inquietos, quería comprender el mundo entero a través de ellos. Nyoko recogió una flor del suelo y se la pasó al pequeño.

- ¿Cómo te llamas?

- Yuki -, dijo el pequeño rápidamente.

- Yo soy Nyoko y él es Yoshi -. Su voz era amable y a los oídos del niño, cada palabra era como un dulce incorpóreo. - ¿Te gustan las flores, Yuki?

- Hmm, sí

- ¿Y te gusta observar a la gente?

- ¿Qué es observar?

Antes que Nyoko pudiera contestar, Yoshi llevó su dedo indice hasta la boca de ella, para que guardara silencio, y quedó mirando largamente al pequeño Yuki. Durante más de un minuto, Yoshi, Nyoko y Yuki se mantuvieron sin decir palabra alguna, suspendiendo el tiempo en el silencio más profundo y rotundo. Y justo cuando él y ella pensaron que ya no podrían aguantar más, Yuki se alejó corriendo, con una sonrisa serena en sus labios, hacia donde estaban el resto de sus amigos.

Yoshi volvió a besar a Nyoko, se abrazó a su cuerpo y pensó, una vez más, y como lo había hecho desde pequeño, que todavía era tiempo de hacerle llegar a Ebisu, el dios sordo de la buena suerte, una invitación a la Asamblea de los Dioses.

Texto agregado el 18-08-2004, y leído por 142 visitantes. (0 votos)


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