Podía ver su silueta a través del cristal de la puerta de la habitación.

Tuve que reprimir el impulso de correr hacia ella y aferrar toda esa belleza... me acerqué silenciosamente al umbral reteniendo el aliento y me extasié en tanta hermosura y estilo.

El exquisito aroma que emanaba de la atractiva figura asaltó mis fosas nasales despertando miles de deseos.

Crucé el umbral temblando, ya sujeto por las guedejas de anticipado deseo pero el estar tan cerca cohibió mis ímpetus y solo pude tocar suavemente el desnudo, sedoso y excitante cuello, siguiendo con la punta de mis dedos, en total sobrecogimiento, el borde del dorado camafeo que colgaba de una cinta roja, roja como mis ansias.

Un repentino afán acicateó mis entrañas y sin poder detenerme tomé su delicado cuerpo y haciéndolo descansar en mis trémulas manos, la incliné levemente, con cuidado, para evitar que el exceso de aire me robara el delicioso aroma y...

... ¡me serví una generosa porción del más delicado vino jamás nacido!