CAMINO AL CIELO.
(Sucedió en Juxtlahuaca.)
El caballo relincho, al sentir la espuela que le incitaba adentrarse al rio grande, para cruzarlo, el sol estaba más allá del cenit, era una tarde fría del mes de noviembre, de 1975, el cruce del rio era necesario sobre el camino real, que nos llevaría a Santa Catarina, el sr. Sacerdote apiado en el lomo del noble animal, yo recorrí unos metros rio arriba del mismo margen para cruzar en el viejo puente de vigas, entre los viejos ahuehuetes y que se decía había construido don Filadelfo Beristaín, al bajar del puente, ya el sr. Sacerdote había avanzado sobre el camino polvoriento, unos cincuenta metros, lo alcance corriendo y me dijo: apresúrate no quiero que nos agarre la noche, continuando el camino, el montado en el caballo y yo caminando, pasamos por enfrente del viejo molino, seguimos caminado, y al llegar a la inclinación más alta de la tierra colorada, el sacerdote descendió de su montura y me dijo, te toca, móntate, procedimos así, por una media hora yo montado en el animal y el a pie, así transcurrieron las horas, como a las seis de la tarde miramos a nuestro paso, las primeras casitas de adobe de Santa Catarina, al acercarnos al templo que estaba en el centro de las casitas, me sorprendí, al ver que era un templo grande, antiguo, construido con piedra y cal, pareciéndose a un templo colonial, en su interior tenía imágenes de santos en sus costados, y en el altar mayor la imagen de su santa patrona, el costado derecho dos cuartos en uno se guardaban los instrumentos sacros y el otro servía de sacristía del templo, los principales del pueblo y el sr. Mayordomo se reunieron para platicar con el sr. Cura, yo me dispuse a preparar el lugar donde pasaría la noche, al padre le prestaron una cama de madera con su tambor de varas, llamados cuilotes, y una colchoneta de lana suave, a mí me toco, una mesa de madera como cama, envolviéndome en mi cobija, como a las nueve le di las buenas noches, y apague las velas con que nos alumbrábamos, me estaba quedando dormido, cuando me despertó, el padre, estaba sacando de un antiguo baúl, unos mantos de las imágenes y me dijo, toma, pon unas como colchoneta y con estas otras te tapas, desde luego, hice mi camita con esas ropas y me dormí, a las cinco de la mañana nos paramos y nos dirigimos al panteón, el padre rezaba a los santos difuntos y los fieles me daban monedas de plata, de cinco pesos, con el Vicente Guerrero, yo llevaba mi moral atravesado en el hombro, y ahí las guardaba, nos dieron las doce del día y termino la jornada, cominos y partimos de regreso a Juxtlahuaca, por el mismo camino que llegamos, no había otro, al llegar al sitio del camino para empezar de descender, me pregunto ¿cómo vas? le conteste bien y me dijo, vente atrás de mí, y ten cuidado con la plata, porque vamos a pasar por el lugar donde dicen asaltan, entonces saco dentro de su moral, una pistola revolver, treinta y ocho especial, le dije padre ¿para qué quiere eso? me respondió, para defenderme, le replique, usted es sacerdote no podría dañar o matar a un semejante, me contesto, Carlos no entiendes, dios nos hizo a su imagen y semejanza , nos dio la vida y nos hizo responsables de esta, si yo no defiendo mi vida y otro me la quita, al pedirme cuantas, me castigaría, porque no supe defenderle; la coloco en su cintura y yo me quede callado, enseguida, continuamos el camino, sin contratiempos o incidentes, el rio grande estaba la vista nuestra, para cruzar, llegando al curato de la parroquia como a las ocho de la noche, disponiéndonos a descansar.
Rey Cimba. ©
|