Érase una vez una duendecilla que quería volar. Creció planeando cómo lo conseguiría. Pensó que la mejor idea era construirse un par de alas. Pero a pesar de que intentó con todos los materiales existentes en el mundo de los duendes, jamás logró elevarse si siquiera un par de segundos.
Estaba tan centrada en aquella idea, que todos los días hablaba consigo misma acerca de ello. Incluso en las noches, soñaba que recorría libre el hermoso cielo azul, rozando, con la punta de sus alas, las blancas nubes. Todo lo que sabía del cielo se lo contaban los pájaros, que siempre estaban subiendo y bajando, como si quisieran presumir de su privilegiada condición.
Un día, mientras pensaba en la brisa del cielo, se encontró con una gota de rocío, que se apresuraba por llegar al suelo. Caía tan rápido, que no se percató de que había alguien parado justo donde ella debía caer, entonces chocó fuertemente con su cabeza. Chocó tan fuerte, que llegó a salpicarse por todas partes, dejando a la pequeña duendecilla completamente empapada.
- ¡Pero que gota de rocío más molesta! – Exclamó bastante enfadada, tratando de secarse la ropa con la palma de sus manos.
- Molesta eres tú, que te interpones en mi camino – Contestó totalmente desparramada sobre la gran hoja seca de un árbol – Estaba a punto de realizar mi más grande propósito en la vida y tú lo arruinas, poniendo esta hoja moribunda sobre la tierra que debería absorberme.
- Lo siento mucho, pero estaba tratando de usar la piel seca de este árbol, para construirme un par de alas que me permitan volar por el cielo azul – Confesó emocionada, mientras sus ojos le brillaban como los de una joven enamorada.
- ¿Por qué querrías ir al cielo? – Preguntó la gotita tratando de amontonarse en una especie de círculo – Yo vengo desde lo alto del cielo, donde se estancan las nubes y allá sólo encontrarás gotas de lluvia, o de rocío, que sueñan con tocar la tierra, aunque sabemos que es lo último que haremos en nuestras vidas.
- No puedo creer eso. ¿Qué puede ser tan bueno aquí? Sólo hay tierra, pasto y depredadores, como los gatos, que siempre quieren perseguirme para arañarme. Debo esconderme de las personas y de los animales para que no traten de hacerme daño. Lo peor de todo, es la tierra. Cuando está seca, se levanta polvo y duele respirar. Y cuando está mojada, se pega en la piel y te hundes al intentar caminar. Por eso, yo prefiero el cielo. Es tan celeste en los días despejados. Y tan gris cuando hay nubes. En la noche es profundo y lo adornan esas luces llamadas estrellas – Dijo entusiasmada.
- La verdad es que la vida en las nubes es muy aburrida – Murmuró la gotita – No hay nada que hacer, salvo esperar. Yo me pasaba el día esperando a las aves, pues eran ellas quienes me contaban cómo era la tierra. Desde arriba, sólo puede verse verde, café y azul. Pero, las aves, contaban la infinidad de colores que existen, y las millones de cosas que se pueden hacer. El sueño de cualquier gota de agua es ver, aunque sea fugazmente, un arcoíris, ya que desde allá arriba no se pueden ver. Pero yo solamente con tocar la tierra, sería la gota más feliz de todas.
- ¿Cómo es posible? Tú vienes del lugar que he soñado visitar toda mi vida, pero me dices que no hay nada interesante que ver. Y yo, que vivo aquí en la tierra, lugar del que tú has escuchado tantas maravillas y yo nunca me había dado cuenta de lo que estás contando. ¡Los pájaros jamás me dijeron que el cielo era tan aburrido! – Exclamó confundida.
- Yo siempre supe que aquí abajo era más entretenido. Porque las aves vuelan muy alto, y siempre dicen que volar es el don más preciado que poseen, ya que les permite disfrutar de la brisa fresca, y de las suaves y húmedas nubes. Pero nunca se quedan por allá. Siempre llega un momento en el que vuelven a la tierra. Por eso, aunque la tierra termina absorbiéndonos, las gotas siempre esperamos ansiosas nuestro turno para caer – Dijo viendo la triste expresión de la duendecilla.
La pobre duendecilla, había pasado toda su vida soñando con lo que los pájaros le habían contado. Había alzado cientos de alas, para poder volar, sin saber que en realidad las cosas que de verdad eran hermosas, estaban justo a sus pies. Y no se había dado cuenta nunca.
- ¿Podrías ayudarme a cumplir mi sueño? – Pidió la gotita un poco inquieta – El sol va a calentarme pronto, y entonces me secaré sin conseguir tocar la tierra. Como no tengo piernas ni brazos, no puedo desplazarme.
La duendecilla vio a la gotita, ahí desparramada, luchando por mantenerse en forma circular. Pensó en todas las cosas que había hecho para lograr el sueño de volar hasta las nubes. Aun le costaba trabajo creer que allá arriba habitaban seres que sólo querían caer.
La observó durante varios segundos, pensando en que aquella gotita tenía algo especial, que no había visto jamás en nada, ni en nadie. Descubrió entonces, que envidiaba a la pequeña gotita, ya que estaba dispuesta a morir para lograr su sueño. O tal vez envidiaba el hecho de que ella si tenía un propósito. Eso era más que el simple sueño de volar.
- Voy a ayudarte. Pero quiero que me digas, desde el fondo de tu ser ¿Qué es lo que más deseas en la vida? – Indagó.
- Ya te lo he dicho. El mayor sueño de cualquier gota de agua, es poder ver un arco iris- Repitió brillando con toda su intensidad.
- Vamos a buscar un arcoíris entonces – Decretó la duendecilla. Y notó que el cuerpo de su acompañante, se tornaba cada vez más transparente de felicidad.
La pequeña sacó de entre sus cosas una especie de capirote, hecho de hojas y ramas, que utilizó para transportar cuidadosamente a la hermosa gota de agua. Mientras caminaba, iba diciéndole el nombre de todas las hierbas y frutos que veían. La gota de agua tenía unos resplandecientes ojos de agua pura, que veían con atención cada cosa y cada detalle. Era feliz.
- ¿Cómo te llamas? – Dijo con curiosidad la duendecilla. De pronto se dio cuenta que no se lo había preguntado aun.
- ¿Un nombre? Las gotas de agua no tenemos nombre. Sólo nos diferenciamos por grupo. Por ejemplo, La Lluvia, que son las mujeres más grandes del cielo, por lo general son pacíficas, pero mejor no hacerlas enojar. Los Goterones son los más viejos y groseros. Las Lloviznas son pequeñas y juguetonas. Y El Rocío. Ese es mi grupo. Por lo general nos toca caer al alba, y somos pocos – Explicó – Y tú, ¿Tienes nombre?
- Me llamo Aqua - Respondió con las mejillas sonrojadas.
- Es parecido a mí – Comentó El Rocío, contento.
De pronto, llegaron a la cima de un gran cúmulo de tierra, desde donde se podía observar claramente una hermosa cascada que caía elegante. El Rocío estaba tan feliz, por haber podido recorrer aquel mundo, que no podía pedir nada más de la vida. Aqua se sentó sobre la tierra y sujetó con firmeza el recipiente que contenía su preciada gota de agua.
- Tenemos que esperar a que el sol comience a ponerse – Explicó – En realidad no sé muy bien de que se trata. Yo tampoco he visto un arcoíris jamás.
- ¿Cómo puede ser que nunca hayas visto uno? – Se asombró la pequeña gotita, que cada vez se hacía más pequeña, por el sol.
- Me pasé la vida entera sólo interesada en lo que había más arriba, en el cielo azul, queriendo recorrerlo por mí misma, construyendo miles de pares de alas, que nunca funcionaron. Estaba tan concentrada en volar, que nunca me di cuenta de que lo verdaderamente bello, estaba justo donde pisan mis pies.
Entonces, fue cuando una luz extraordinaria se apoderó de la inmensa cantidad de agua que había frente a ellos. El sol invadió el lugar por completo, dando lugar a múltiples colores, en una combinación definitivamente admirable. Ambos quedaron mirando fijamente el paisaje, que parecía quedarse congelado por unos instantes, sólo para ellos. Era tan bello, que ninguno de los dos pudo decir palabra alguna, hasta que, de pronto, sus miradas se cruzaron en una sincronía perfecta. Cuando se dieron cuenta, el sol ya se estaba poniendo. Y la gota de rocío, comenzaba a desvanecerse.
La duendecilla miró la gota que tenía entre sus manos y le pareció que era la cosa más hermosa que había visto en su vida. Más hermosa que el cielo. Eso le dio un poco de tristeza.
- No entiendo ¿Cómo puede hacerte tan feliz caer, si sabes que vas a morir? – Preguntó de pronto, rompiendo a llorar.
- Porque nací para eso. El propósito de mi vida es caer y mojar la tierra – Dijo con la voz temblorosa. Estaba a punto de llegar al final de su vida. Había cumplido el mayor de sus sueños y era feliz, pero sentía tristeza de dejar a la duendecilla.
- ¡Quédate conmigo! – Suplicó entre sollozos, sabiendo que lo que pedía no era posible.
- No llores, amada duendecilla, piensa en que me estoy yendo feliz. Feliz porque nací en lo alto del cielo, conocí a las aves y me contaron historias sobre la tierra. Porque esperé paciente todo este tiempo, hasta que por fin me tocó caer. Soy feliz porque caí a toda velocidad, y cuando estaba a punto de llegar a mi meta, ocurrió la cosa más maravillosa de todo el universo: Me tropecé contigo. Y mientras veía el arcoíris reflejado en tus ojos, conocí el amor.
- Si tú eres feliz, entonces yo también lo soy – Declaró Aqua, dejándola sobre la tierra seca lentamente.
- El propósito de mi vida es caer y mojar la tierra, para que de ella crezcan las flores, el pasto verde y los árboles. Cada fruto que crezca desde ahora en adelante, tendrá una parte de mí. Por eso, debes disfrutar cada parte de la tierra – Dijo mientras se fundía con la tierra.
Entonces la pequeña duendecilla dejó de llorar. Y esbozó una sonrisa tan bella como el arcoíris.
Fin.
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