Era cerca de las 6 de la tarde en la pequeña ciudad, enclava en un valle de la sierra del Perú. Cuando de pronto se produjo un apagón total. Todo quedo en tinieblas. En un cerro que daba frente a la plaza principal, de pronto surgió el símbolo de la hoz y el martillo. Eran viejas latas de pintura, rellenas de tela y humedecidas con combustible. En medio de la oscuridad total, se veía como un símbolo siniestro. A los diez minutos, empezaban las detonaciones de bombas colocadas en las puertas de los principales bancos y oficinas del gobierno. Una tras otra explotaban. La gente huía despavorida a sus casas. La policía local se refugiaba en su cuartel y no salía para nadie. En menos de media hora, columnas armadas de terroristas bajaban a la ciudad, disparando a diestra y siniestra sus armas. Aquella noche, buscaron a la alcaldesa de la ciudad para matarla. Llegaron a la puerta de su casa y la abrieron a tiros. La alcaldesa, pudo escapar por segundos, por una puerta medio escondida que daba en la parte posterior de la casa. Los terroristas, montaron en cólera y procedieron a saquear la casa y luego a incendiarla. Todo duró menos de dos horas. Luego, un silencio absoluto cubría la ciudad sumida en una total oscuridad. La gente en sus casas, se abrazaban y oraban en silencio.