Durante una noche estaba yo en la cocina preparando la cena. Anderson miraba las noticias de 7:00 PM. De pronto me llamó. Llegue lo más rápido que pude.
-Mire Carlos. Se han robado un libro de la biblioteca: El Testamento de Atlacatl.
-¿Y que importancia tiene?
-Mucha importancia. No es común en el siglo XXI se robe un libro, y menos de una biblioteca como la nuestra; hasta me atrevería a decir que nuestra biblioteca no merece ese nombre. En fin, mañana iremos ahí para oír la declaración del bibliotecario.
Muy temprano nos levantamos el siguiente día. Tomamos el autobús y llegamos a la biblioteca. Honestamente hablando, nunca en mi vida había entrado a una biblioteca (ni siquiera en la escuela) y al oír lo que dijo Anderson la noche anterior esperaba ver un gran desorden… ¡Pero fue todo lo contrario! La biblioteca era un edificio de tal vez 3 metros de alto, 100 metros de largo y 200 metros de ancho. Al entrar vimos al bibliotecario leyendo un libro. Yo contemplaba el puñado de estantes divididos por categorías con libros. Las había de todo: geografía, historia, matemáticas, cultura, etc. Había 2 ventanas grandes en 3 de las paredes. Dichas paredes estaban pintadas de un marrón claro, con algunos detallas que la hacían ver pura madera. Cuando el bibliotecario noto nuestra presencia, Anderson avanzó hacia el.
-Buenos días.
-Buenos días.
-¿En qué les puedo ayudar?
-Venimos aquí para investigar sobre la desaparición del libro: El Testamento de Atlacatl.
-Ya veo. ¿Y que quieren que les diga?
-Primero queremos su declaración.
-Bien. Para empezar quisiera decirles que llevo 7 años de trabajar aquí y nunca me había sucedido esto. Cada día, antes de irme, reviso cada estante para ver si están todos los libros, y ayer no fue la excepción. Es un trabajo tedioso, pero alguien tiene que hacerlo. Cuando llegue al estante de cultura había un hueco vacío. Se sorprendería saber que tengo un increíble talento para memorizar. Me puedo de memoria todos los nombres de los 1000 libros de esta biblioteca. Al ver aquel hueco me puse a pensar en que libro podría faltar; entonces recordé que ahí iba El Testamento de Atlacatl. Me puse a buscarlo por todos los estantes, pensando que a alguna persona lo había puesto en otro lugar; pero fue en vano. No lo encontré en ningún lado. Fue entonces que decidí poner la denuncia.
-¿Cuantas personas vinieron ayer a la biblioteca?
-En todo el día, 5
-¿Me podría dar sus nombres?
-Claro… aquí tiene.
-Gracias.
Salimos de ahí y regresamos a casa. Al llegar Anderson saco la página que le había dado el bibliotecario. Se sentó en su sillón negro reclinable y la leyó en voz alta:
-“Eduardo Guerrero”
“Felipe Morales”
“María Goya”
“Milesio Quinteros”
“Ludí Ostrón”. Estas 6 personas son nuestros sospechosos
-¿Seis?
-Son 6 si contamos a la persona que nos dio este papel.
-¿El bibliotecario?
-Si. En su declaración nos dijo, indirectamente, que fue la ultima persona en salir de la biblioteca. Eso nos da la posibilidad de que el haya hurtado el libro, lo que lo convierte en sospechoso.
-Ya comprendo, Pero dime una cosa, ¿Por qué odias la biblioteca?
-No la odio. Solo pienso que pose muy pocos libros en comparación con otras bibliotecas. Por ejemplo, la biblioteca de Santiago de Cardenal, ¿la ha visitado alguna vez?, yo si; le aseguro que la gente de ese humilde pueblo es mas sabia que el mas sabio de Centro America, ¿por que?, por su biblioteca. ¡Esa si es una digna biblioteca! Posee alrededor de 3000 libros diferentes divididos en 50 categorías diferentes. ¿Ve ahora el contraste?
-Si, lo veo.
-Pero eso se sale de nuestra misión. En la tarde iremos a la agencia para averiguar donde viven nuestros sospechosos.
A la 1:30 PM estábamos ya en la agencia con nuestra secretaria. A la 2:00 PM estábamos ya de vuelta en nuestra casa. La secretaria tenía el registro de las cinco personas que buscábamos. Anderson se sentó con una silla cerca de la mesa. Yo me senté a la par suya.
-Carlos, necesito que llame a Eduardo Guerrero y a Felipe Morales. Aquí están sus números: Eduardo, 2345-5600; Felipe, 2160-3452. Dígales que se presenten en la delegación de policías a la 9:00 AM.
Los llamé y les dije lo que Anderson me pidió que les dijera. Me respondieron que irían. Colgué.
-¿Qué dijeron?
-Dijeron que irían.
-Excelente. Carlos, tenemos toda la tarde libre, ¿Por qué no se relaja usted viendo televisión? Yo me pondré a investigar más acerca del libro.
A las 9:00 AM del día siguiente llegó a la agencia Eduardo Guerrero. Era un hombre alto, piel blanco y cabello rubio. Estaba vestido con una camisa negra y un Jean azul. Anderson lo saludo cordialmente y lo sentó en una silla.
-Buenos días señor Guerrero. Creo que ya sabe por qué estas aquí.
-Si. Su ayudante me llamó ayer, ¿Qué quiere que diga?
-¿Estuvo antier en la biblioteca?
-Si.
-¿A qué horas?
-A las 9:30 AM.
-¿Qué libro leyó?
-La Divina Comedia.
-¿Tiene computadora en casa?
-No. Sé que es difícil de creer, pero soy de las pocas personas que no poseen una computadora.
-¿Ha oído hablar sobre El Testamento de Atlacatl?
-No señor, nunca en mi vida.
-Bien puede irse.
-Gracias. Nuestro invitado salio y Anderson sacó un cigarrillo. Lo fumó muy rápidamente.
-Este hombre es inocente.
-¿Cómo lo sabes? Puede estar mintiendo.
-No lo creo. ¿Sabe qué descubrí ayer sobre el libro? Que es el único escrito que posee El Salvador que data de la época colonial.
-Eso sin duda lo hace valioso.
-¿Y sabe que más lo hace valioso? Solo existe un ejemplar: el robado.
-¿Pero como habrán sabido que estaba en nuestra biblioteca?
-No lo sé, pero sin duda necesitaron Internet para averiguar más de el. Nuestro invitado de hace rato no tenía la más minima idea del libro. Y si él fue quien robó el libro ¿no cree que pudo necesitar una computadora con Internet para saber siquiera que existía?
-Tal vez.
-¿Y sabe que más sorprende?
-No.
-El hecho que el bibliotecario no nos dijera que solo existe un “Testamento de Atlacatl”.
-Quizás no se acordaba.
-No lo creo. Ese libro vale demasiados millones para no acordarse de el.
Terminado de decir esto entró en la oficina un hombre algo mayor, moreno, cabello canoso, bajo y con un bastón con el que se apoyaba para caminar.
-Buenos días -dijo el hombre mientras se sentaba.
-Buenos días ¿Felipe Morales?
-En persona.
-Bien señor Morales, solo dígame que hacia ayer en la biblioteca.
-Buscaba un libro de cuentos para mi nieto de 6 años.
-Entiendo… ¿y ha escuchado acerca de “El Testamento de Atlacatl”?
El señor Morales quedó pensativo.
-Si. He oído acerca de el.
-¿Tiene computadora?
-No.
-¿Cómo pues oyó hablar del libro?
-Es una leyenda de nuestra familia
-¿Leyenda dice?
-Si. Mi tatarabuelo trabajó para Donato Castellón, un peninsular español. Mi tatarabuelo le contaba a mi bisabuelo que siempre veía a este Donato escribiendo en un cuaderno. Un día, dice mi tatarabuelo, vio a Donato correr hacia el y le dijo que como había sido un gran trabajador le iba a dejar al morir un terreno donde pudiera vivir tranquilo, con la condición que ocultara el cuaderno donde escribía y que por nada en el mundo lo leyera. Mi tatarabuelo aceptó. Por alguna razón Donato le puso como nombre “El Testamento de Atlacatl”. Antes de morir, Donato llamó a mi tatarabuelo y le dijo que cuidara mucho el cuaderno, que tratara de mantenerlo intacto y lo pasara de generación a generación. Mi tatarabuelo cumplió firmemente la promesa y se lo pasó a mi bisabuelo. Todo seguía igual hasta que comenzaron las luchas por la independencia. Mi bisabuelo le dijo a mi abuelo que pusiera el libro en un cofre y lo enterrara, para nadie lo encontrara nunca. Y desde entonces no se supo nada más del libro.
Anderson escuchó atentamente el relato. Cuando terminó de decirlo el señor Morales Anderson se paró de su silla.
-Señor Morales -dijo Anderson un poco emocionado-, ¿me creería usted si le digo que ese libro estuvo en nuestra biblioteca y además fue robado?
-¡Usted bromea! -dijo Felipe muy sorprendido.
-Nada de bromas. Antier ese libro fue robado y la razón de haberlo llamado fue esa. Señor Morales déjeme decirle que usted era considerado sospechoso.
-¿Y ahora?
-Ahora no. Dado que usted consideraba ese libro una leyenda no creo que se haya molestado siquiera en averiguar sobre su paradero.
-Es un alivio-Felipe suspiró-; ¿no me necesita usted ya?
-No. Puede retirarse
Al salir el señor Morales, Anderson sonrío y me miró.
-Eso cambia completamente la cosa ¿no lo cree Carlos?
El relato de Felipe me emocionó mucho ¿lo notó? El libro de seguro esconde un gran secreto, ya que, de acuerdo con el relato de Felipe, Donato no quería que nadie lo leyera. Ahora, a la luz de esta nueva y valiosa información, creo firmemente que el bibliotecario está sin duda ligado al robo.
-¿Pero qué ganaba con robarlo?
-Esa es una muy buena pregunta. Pero creo que dentro de poco se aclarará este asunto. Por favor Carlos llame y cite mañana a María Goya y Milesio Quinteros. Aquí tiene sus números.
Anderson me dio un papel y yo procedí a llamar a dichas personas. Me confirmaron su presencia a las 9:00 AM.
-Yo por mi parte -dijo Anderson después de haber yo llamado a las mencionadas personas-, seguiré averiguando más acerca del libro; y con la nueva información sobre el
autor, creo que no será muy difícil terminar el caso.
Eran las 9:00 AM del siguiente día cuando entró a nuestra oficina una mujer esbelta, alta y de cabello liso. Su delineada figura seguro que hizo que más de un hombre volteara la mirada. Se sentó en una silla. Anderson la miró fríamente, sin prestar la más minima atención a la figura de la dama. He de decirles que Anderson tenía una rara postura hacia las mujeres. Nunca fue machista, pero no se sentía a gusto cuando había una mujer hermosa enfrente de él.
-Buenos días -dijo Anderson fríamente-, ¿es usted María Goya?
-Sí.
-¿Qué hacia en la biblioteca el día Sábado?
-Buscaba un lugar de tranquilidad.
-¿Solamente?
-Si.
-¿Porqué no solo fue al parque?
-Porque el sábado había una gran venta; ¡y el bullicio era inaguantable!
-¿Y no leyó ningún libro?
-Déjeme pensar… ¡ha si! Leí un tal “Testamento de Atlacatl”.
Anderson levantó la mirada hacia la dama (pues desde el comienzo del interrogatorio había tenido la mirada baja).
-¿Cuánto tiempo leyó el libro?
-Creo que solon 5 minutos. No era muy interesante.
-Eso depende del punto de vista.
-¿A qué se refiere?
-A nada importante. Ahora por favor señora háganos el
favor de contestar una pregunta: ¿el bibliotecario la observó mientras leía?
-Quiero ver… si.
-¿Cuántas veces?
-Déjeme recordar… aparté la mirada del libro 5 veces… creo que, desde que agarré el libro, no despegó la mirada de mi.
-Gracias, eso es muy valioso para mí. Puede irse María
-Gracias. Dicho esto salió.
Anderson volteó la silla hacia atrás y se colocó de espalda.
-Carlos – díjome Anderson-, este caso cada vez esta más claro. Ayer al volver a casa busqué en la computadora al tal Donato Castellón. De acuerdo a lo que averigüé, él vino a America durante la parte final de la colonia. Se estableció aquí y se hizo rico rápidamente.
Lo que me interesa que usted sepa es que el en verdad escribió el libro que nos mencionó Felipe ayer. Dicho libro fue hallado en el año 1940 en un cofre. Como no se tenía la llave se forzó la cerradura y se abrió el cofre. Este libro lo tuvo la Biblioteca Nacional de San Salvador hasta 1989, año en que se incendió. De ese voraz incendio se salvaron miles de libros, incluyendo el “Testamento”. Luego de eso el libro fue a parar a la Biblioteca de San Vicentino. Ahí casi lo roban y decidieron ponerlo en una bóveda especial.
-Pero si el último lugar en el que estuvo el libro fue San Vicentino, ¿Cómo rayos terminó aquí?
-Seguramente lo mandaron secretamente. No olvide que le dije que nuestra biblioteca no es una gran biblioteca.
De esta forma a nadie en el mundo se le hubiera ocurrido buscar un “gran libro” en “una pequeña biblioteca”. Pero aun faltan un par de testimonios y creo que nuestro
bibliotecário está cada vez mas cerca de ser arrestado.
A las 9:40 AM llegó Milesio Quinteros. Moreno, ojos café claro, cabello corto y relativamente alto. Tomo asiento y Anderson volteó la silla.
-Buenos días señor Quinteros. ¿Cómo ha estado?
-Muy bien, gracias por preguntar. ¿Por qué me llamo?
-Solo quería hacerle una pregunta: ¿tiene computadora?
-Sí.
-En ese caso… ¿Qué hacía en la biblioteca el sábado?
-Buscaba un libro para una tarea para la universidad.
-Pero si tiene computadora, ¿Por qué no la buscó ahí?
-Porque la estaban reparando. Se le había arruinado el disco duro desde hace una semana.
-OK. Puede irse.
-¿No desea nada más?
-Ya que insiste… ¿tiene usted idea de “El Testamento de Atlacatl”?
-Si.
-¿Qué sabe de eso?
-Es un libro perdido de la época colonial. Me lo dejaron de trabajo. Esa era la razón de por qué estaba en la biblioteca.
-Pero ese libro… ¿no estaba en San Vicentino?
-Si, pero tengo una amigo que me dijo que ya no estaba en San Vicentino.
-¿El bibliotecario?
-Sí. El me iba a prestar el libro, pero con la condición de que no dijera eso a nadie.
-¿Tiene alguna idea de por qué no quería que se mencionara eso a nadie?
-No señor.
-Gracias puede retirarse de aquí.
Milesio salió y Anderson tomó el teléfono.
-¿Hola, con Ludí Ostrón… habla Anderson, policía, ¿me permite un momento?... ¿podría venir a la delegación hoy en la tarde?... necesito que me diga lo que hizo el sábado en la biblioteca… gracias, la espero.
A la 1:00 PM se presentó la señorita Ludí. Traía un lindo vestido rojo y una diadema también roja. Sus ojos ran verdes y su tez clara. Saludó a Anderson y se sentó.
- Hola, buenas tardes, Inspector Anderson ¿verdad?
-Si. No le quitare mucho tiempo. Solo dígame se tiene computadora.
-Si.
-¿Con conexión a Internet?
-Si.
-¿Ha oído acerca de “El Testamento de Atlacatl”?
-Si. Con esa intención fui a la biblioteca el sábado.
-¿Sabía usted que el libro estaba ahí?
-Por supuesto.
-¿Cómo lo supo?
-No le puedo decir, prometí no hacerlo.
-Si no habla la arrestaré
-¿Por qué? –preguntó asustada Ludí-, ¿me arresta usted por no hablar?
-No. Lo hago por que el sábado robaron ese libro; ¡Y usted está entre los sospechosos! Carlos, no pierda tiempo y colóquele las esposas.
-¡Alto! –protestó Ludí parándose de su silla cuando me
disponía a arrestarla. Hablaré. ¿Qué quieren que diga?
-Primero lo primero: ¿por qué no quería hablar si era inocente?
-Por que me envió la Biblioteca de San Vicentino. Hace 7 años que enviamos aquí el mencionado libro. Yo fui la que lo entregó al gerente personalmente, con el fin de protegerlo de cualquier robo.
-¿Y por qué escogió la biblioteca de Usulután City?
-Porque seamos honestos, la biblioteca de este lugar no tiene mucho prestigio que digamos; y dígame usted inspector: ¿a quién se le ocurriría buscar ese libro aquí?
Anderson se echó a reír y volteándose a verme me dijo:
-¿Vio lo que decía yo Carlos? ¿Vio que no soy el único que opina lo mismo sobre la biblioteca? Ahora Ludí, siga son su relato por favor.
-¿Dónde me quedé? ¡Ah si! El sábado llegué a la biblioteca con la intención de llevarme el libro secretamente y devolverlo a su lugar original: La Biblioteca Nacional de San Salvador.
Le dije al bibliotecario quien era y el motivo de estar ahí. Me dijo que primero debía anotarme en el registro, para no levantar sospechas.
Eran alrededor de las 4:30 PM cuando llegué a la biblioteca. A las 4:35 PM hallé el libro y me disponía a salir; cuando de pronto entra el gerente, al cual no conocía.
Me miró a los ojos y después puso su mirada en libro que llevaba.
Le preguntó al bibliotecario si ya había alquilado el libro. Le contesto que no. Entonces me arrebató el libro de las manos y me dijo que volviera mañana a alquilarlo.
-¿No le avisaron al gerente de su misión?
-Si. Pero por lo visto no recibió el mensaje
-¿Y por qué no le dijo en el momento?
-Porque si no me creía corría el riesgo que me arrestaran. Recuérdese que tenía el libro en la mano cuando entró. ¡Y lo había agarrado porque pensé que el había recibido el mensaje que le enviamos!
-¿Y no intentó ir el domingo?
-Si. Pero cuando llegué encontré a 2 policías hablando con el bibliotecario.
-¿A qué hora?
-A las 7:00 AM
-¡Ah! –dijo Anderson riendo-, ¡Me temo que éramos nosotros a lo que vio el domingo!; ¿y no trató de ir el lunes?
-Eso hice, pero encontré a otro bibliotecario y me dio miedo.
-Bueno señorita ludí puede usted retirarse.
Al salir Anderson se paro y sacó su cuaderno. Estuvo dando vueltas y de vez en cuando anotaba algo.
Cuando llegamos a casa Anderson hizo una llamada. Luego de 2 minutos colgó y volvió a llamar
-¿A quién llamaste? –pregunté.
-A Ludí Ostrón. Quería que me diera el número de la biblioteca de San Vicentino para confirmar sus palabras.
-¿Y bien?
-Ludí decía la verdad. La enviaron aquí a recuperar el libro.
-Si es así, ¿cómo explicas que el gerente no la dejara levarse el libro?
-Fácil. Alguien no quería que el gerente no recibiera la llamada; y ese alguien es el bibliotecario.
-¿Pero por qué?
-La pregunta no es por qué, sino para qué. ¿No recuerda que en el relato de Felipe nos dijo que Donato no quería que se abriese ese libro? Seguramente ocultaba algo; ¡y ese algo sin duda es riqueza! ¿Sabe que más encontré de Donato? Que le gustaban mucho los acertijos. Acertijos más el no querer abrir el cuaderno nos da igual a un tesoro enterrado bajo tierra, cuya única pista es el libro.
-¿Cree que el bibliotecario conozca la leyenda?
-Seguramente. Y eso nos arroja 2 posibilidades: o es un fiel creyente de la leyenda o es descendiente de Donato Castellón.
-¿Descendiente?
-Si; le pondré un ejemplo. Supongamos que un padre muere y no deja testamento. Ahora dígame: ¿A quién le importará más la herencia: a los descendientes o a los demás?
-A los descendientes.
-Exacto. De la misma manera ocurre aquí. Si el bibliotecario no fuera descendiente de Donato, ¿Le importaría acaso el libro?
-Creo que no.
-Pero recuerde Carlos que son solo teorías y la única forma de probarlas será mañana.
-¿Planea ir a la biblioteca mañana?
-Si.
-Pero Ludí dijo que no es el mismo bibliotecario.
-Lo se. Pero si prestó atención al relato ella dijo que nuestro bibliotecario estuvo activo el sábado y el domingo. El lunes dijo que encontró a otro. Esto me hizo pensar en que tal vez se turnan 2 días cada uno. Si eso es cierto
mañana miércoles encontraremos a nuestro bibliotecario.
El día miércoles fuimos a la biblioteca. Al entrar vimos al mismo bibliotecario que vimos el domingo. Lo saludamos cordialmente y Anderson tomó la palabra.
-Buenos días bibliotecario.
-Buenos días.
-Tengo buenas noticias: ¡Ya se quien robo el libro!
-¿En serio? ¿Quién?
-Fue… pero primero dígame su nombre
-Ramón Castellón.
-Bien señor Ramón. Háganos usted el favor de pasar hacia acá para comunicar las nuevas.
Ramón salió y notamos (Anderson y yo) que caminaba difícilmente. Anderson se acerco hacia él y se colocó detrás de él
-¿Necesita ayuda?
-No, yo puedo solo.
-No no. Insisto.
Dicho esto le agarro las manos y lo esposo.
-Carlos revísele los bolsillos.
Le revise los bolsillos delanteros y traseros.
-No hay nada.
-Entones bájele el pantalón… ¿Ve algún bulto?
-Si, en su ropa interior.
-Meta la mano Carlos y saque ese bulto.
Metí la mano en su ropa interior y pude sentir la tapa de un libro. La agarré y lo saqué. Ante mis ojos estaba “El Testamento de Atlacatl”.
-Ramón –dijo Anderson mientras yo le subía los pantalones-, queda usted bajo arresto por robo de propiedad del estado.
-¿Robo? ¡Ese libro me pertenece! ¡Soy descendiente de Donato Castellón!
-¿De veras? No me diga.
Anderson sacó a Ramón de la biblioteca y lo llevo a la estación. Al llegar lo metió a la oficina y cerró la puerta con llave.
-Ahora hable –dijo Anderson luego de cerrar. ¿Por qué robó el libro?
-Ya le dije que ese libro me pertenece. Soy descendiente de Donato Castellón.
-Pues no le creo, convénzame.
-Todo empezó hace más de 200 años. Mi tatarabuelo vino de España a América con la intensión de volverse rico. Trajo con él a su esposa, mi tatarabuela. Construyo una hacienda y se enriqueció rápidamente. Su descendencia fue numerosa. Tuvo 6 hijos y 5 hijas.
Tenía, además, cientos de trabajadores que le servían fielmente. A diferencia de los otros peninsulares de la época el no maltrató nunca a ninguno de sus trabajadores. Tenía, por decirlo así, un trabajador favorito. Se llamada Atlacatl. Mi tatarabuelo siempre lo quiso y siempre obtenía un poco más que los otros.
Un día le dijo a este trabajador que le regalaría un terreno donde pudiera vivir, con la condición de guardar su Cuaderno de apuntes. Aceptó.
El día de su muerte le dijo a mi bisabuelo, y demás hermanos, que se acerarían tiempos duros y el, previniendo esto, había escondido parte de su riqueza en un cofre, cuya
ubicación estaba escrita en su cuaderno de apuntes. Les dijo que ese cuaderno estaba en poder de Atlacalt. Además pidió que solo se lo pidieran cuando dichos tiempos llegaran. Aceptaron.
Pues bien, dichos tiempos llegaron cuando los criollos se rebelaron y empezaron las revueltas independentistas. Mataron a los 5 hermanos y 5 hermanas de mi bisabuelo. El logró escapar y fue a buscar a Atlacatl. Lo recibió el hijo de este. Mi bisabuelo le pidió el libro pero el hijo de Atlacatl le dijo que no podía dárselo, pues lo había escondido en un cofre y que no recordaba la ubicación.
-¿Eso es todo?
-No. Luego de eso hubo un período de silencio acerca del libro. Hasta que mi padre oyó que había sido hallado. Eso nos ilusionó mucho. Pero fue una vaga ilusión. Con el incendio se perdieron libros y temimos que el nuestro estuviera entre esos.
Luego de un tiempo mi padre murió. Yo no tenía trabajo, así que me fui a vivir con un amigo a San Vicentino. El era bibliotecario .Un día le pregunté a mi amigo si sabía si “El Testamento de Atlacatl” se había quemado en el incendio de la Biblioteca Nacional. Me dijo que no, que el libro había sobrevivido al incendio. Eso me alegro. Le pregunté donde estaba. Me respondió que no podía decirme, que era un secreto.
Al no saber el paradero del libro, le insistí a mi amigo que me dijera hasta el punto de hartarlo.
Me dijo que el libro estaba en la biblioteca donde trabajaba y que no redijera a nadie. Decido a reclamar mi fortuna me compre una mascara y conseguí un arma.
Entre a la biblioteca y amenacé matar a todos si no me decían donde estaba “El Testamento de Atlacatl”. Me
dijeron donde estaba y yo corrí por él; sin embargo no tuve suerte. Mi amigo el bibliotecario había llamado a la policía. Al salir con el libro de la biblioteca me encontré con 2 policías apuntándome con su arma. Debía decidir si escapar o que me arrestaran. Decidí escapar y tire el libro.
Ya en casa mi amigo me contó todo lo ocurrido. Le pregunté si sabían quien era el ladrón. Me dijo que no; también me preguntó si le había contado a alguien el secreto. Respondí negativamente. Después pregunté para donde lo llevarían. Me respondió que para la biblioteca de Usulutan City y que no dijera nada. Acepté.
Un día cuando mi amigo no estaba me vine ara Usulutan City. No quería que me volviera a suceder lo ya mencionado. Así que conseguí empleo como bibliotecario. Mis turnos eran los miércoles, sábados y domingos.
-¿Y por qué no robó el libro el primer día de su trabajo en vez de esperar siete años?
-Porque tengo un gran defecto: me encanta leer. Cuando le dije que me podía de memoria todos los libros de la biblioteca no mentía. Me tarde 7 años en leerlos todos. Eso se debió en parte a que solo pasaba trabajando 3 días a la semana.
-OK. Ahora dígame lo que ocurrió el día del robo.
-El sábado pasado era un gran día para mí. Había leído los 999 libros de la biblioteca y solo me faltaba uno: “El Testamento de Atlacatl”.
Todos los días que trabajaba no llegaba nadie; pero por alguna razón el sábado llegaron 6 personas. A las 2 primeras no les dí importancia. Pero a la tercera si. Al ver que tenía el libro no le quite la mirada de encima. Luego de 5 minutos dejo el libro y yo me sentí más tranquilo. Después de eso llegó un amigo que me preguntó si sabía
donde había un ciber, pues su computadora no servia y necesitaba conseguir información acerca de “El Testamento de Atlacatl”. Le dije que podía buscar la información del libro aquí mismo, pues aquí estaba el libro. Luego de una hora se fue y me agradeció. Finalmente llegó una mujer que me dijo era enviada por la Biblioteca de San Vicentino para llevar “El Testamento de Atlacatl” de vuelta a la Biblioteca Nacional. Anteriormente había recibido una llamada de ellos informándome de esto y que también informara al gerente del asunto. Sabiendo que tal vez esta sería mi única oportunidad de obtener el libro, no mencione nada. Le dije a Ludí que primero se anotara, para no levantar sospechas. Lo hizo y le indique donde estaba el libro. Cuando lo fue a buscar llamé al gerente y le dije que alguien trataba de llevarse “El Testamento de Atlacatl”. Cuando ella iba a salir se topo con el gerente en la entrada. Este me preguntó si ella había prestado el libro. Le respondí que no. Entonces se lo arrebató y me lo dio.
Después de eso me dijo que me fuera, que el iba a cerrar. Me fui son que el se diera cuenta que yo me llevaba el libro.
-Entonces –interrumpió Anderson- el gerente contó los libros y se dio cuenta que faltaba un libro.
-Si. Me llamó para avisarme que se robaron el libro. Me dijo que al volver encontró la puerta de la biblioteca abierta y que había puesto la denuncia Así fue como todo el mundo se entero del robo del libro.
-¿Y logró su objetivo?
-No. A mi tatarabuelo le gustaba poner acertijos; ¡Y el libro no fue la excepción! Traté de encontrar una pista en el libro acerca de la fortuna, pero fue inútil.
-Entonces me mentiste.
-¿Por qué lo dice?
-Porque en tu declaración del domingo dijiste que fuiste tú quien había contado los libros, pero en verdad fue el gerente. Carlos, póngalo en una celda. Recibirás muchos años de cárcel por esto.
Después de colocar a Ramón en la celda. Anderson y yo fuimos a buscar a Felipe. Felipe vivía en el cantón Río Grande. Llegamos y tocamos la puerta y Anderson le contó todo a Felipe.
-¿Y tiene usted el libro? –Preguntó Felipe.
-Si. Aquí lo tiene.
Felipe agarró el libro y lo examino.
-¿Sabe que me faltó decirle Inspector?
-Qué.
-A mi tatarabuelo de decían Atlacatl por su valentía.
-Entonces por eso le pusieron así al libro… pero hágame el favor de irse a la ultima página… tóquela por favor, ¿Cómo la siente?
-Un poco gruesa.
-Ahora toque la primera… ¿Cómo la siente?
-Menos gruesa que la anterior.
Excelente. Hágame el favor de alcanzarme un cuchillo, gracias.
Anderson tomó el cuchillo y corto por la mitad la ultima página. Aparecieron 2 páginas más.
Anderson leyó lo que decía: “… cuando los tiempos malos lleguen, buscad en el sótano la riqueza que quieren”.
Anderson sonrió y preguntó a Felipe desde cuando vivían ahí.
-Debo decirle que esta es la casa que le obsequió Donato a mi tatarabuelo.
-Entonces –dijo Anderson sonriendo- no perdamos tiempo; traiga su pala Felipe, vamos a cavar en el sótano.
Fuimos al sótano y cavamos por una hora. Luego de ese tiempo sacamos un cofre. Estaba cerrado. Afortunadamente, Anderson era un hábil abre cerraduras con clips. Abrió el cofre y nos topamos con una gran cantidad de monedas de oro españolas, además de una nota que decía: “Os felicito hábiles descifradores, habéis descifrado mi acertijo. Ahora gozad, gozad de mi riqueza, ahora vuestra.”
-¿Cómo sabias lo del acertijo? –pregunté.
-Leí que a Donato le gustaban los acertijos, así que pesé en que tal vez el libro tenía uno. Cuando Ramón me dijo que Donato le dijo a su bisabuelo que en el libro estaba la ubicación de su riqueza, comprendí que en verdad el libro tenía un acertijo. Después que Felipe me dijo que la última página era más gruesa que las demás, comprendí que, para que fuese así, tenían que estar pegadas 2 paginas. Tenía razón y así fue como conseguimos este botín.
-¿Y ahora que haremos? –preguntó Felipe.
-Nosotros devolveremos el libro a Ludí. Usted tiene que decidir que hará con el oro.
-Me parece que las mandaré a un museo, para que todos puedan verlo.
-Me parece perfecto. Vámonos Carlos, hay que salir de
Aquí.
FIN
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