Llueve o mejor dicho, es un cernidillo, hace horas que los tenues pinceles de agua dibujan un suave diseño húmedo y brillante sobre la superficie del patio.

Degusto largamente la soledad.
No, no me siento solitario.

El peso de las nubes que ocultan la corola radiante del sol me apesadumbra, pero no, tampoco estoy triste. Es como si un edredón de melancolía acogiera my espíritu deshilachado y hueco.

¿Cómo llamar a esta sensación?
Es un dolor dulce, una quieta realidad que aturde la mente.

Hay un medio de quebrar este imbricado de contraposiciones.

Busco en la biblioteca, allí a la izquierda sobre el estante pequeño y bajo la etiqueta Poemas-Ficción y encuentro un ya ajado opúsculo: Israfel.

Fresca y estimulante brisa.

Adiós al peso de las nubes, adiós al edredón de melancolía. En alas del ángel cuyo corazón sensible resuena como el encordado de un laúd, surcando el cielo envuelto en la más dulce voz de entre todas las criaturas creadas vuelven la alegría, el solaz y el contento.