En mi vida han pasado cosas lindas, feas y no tanto... pero, hay unas experiencias en que aún no se me borran del lugar de lo inexplicable...
Laboraba en una vieja librería en el centro de la ciudad cuando un joven de no más de treinta años se acercó al local, preguntó por un libro de Primo Levi, de título La Tregua... Una colección de cuentos de la posguerra... Su rostro estaba lleno de ansiedad, usaba unos lentes bastante gruesos de metal, pálido y de rostro enjuto, me pareció un judío… Lo busqué bajo la ruma de autores italianos y lo encontré… Se lo llevé y se lo di… Lo cogió como quien coge a un bebé… Lo puso en su bolso y luego de pagarme, se fue bastante apurado, como quien ha encontrado algo que buscaba durante muchos años… Todo sería normal si no fuera que a la semana siguiente, el mismo tipo, entró a la librería, pidiendo el mismo autor y el mismo título… No me hice preguntas, pues entre libreros uno ve cosas raras, y, después de todo, quizá fuera un regalo… Se lo di y mientras lo cogía vi el mismo detalle en sus ojos, en sus manos…
Los días en una librería suelen pasar como si estuvieras dentro de un teatro a punto de empezar, pero que no empieza hasta que llegan los clientes… Así una y otra vez…
Al ver de nuevo al mismo tipo me llamó la atención… Y al escucharle pedir el mismo autor y el mismo libro, aún más… Y más raro fue verle los mismos gestos de la última vez… Y más raro fue que este hombre sigue viniendo semana tras semana por el mismo libro y autor… Tuvimos que buscar entre nuestros colegas casi todas las ediciones de este libro y este autor… Los juntamos y tuvimos paz, pues, cuando no encontraba dicho libro, su rostro cambiaba tanto o más como el día y la noche, o como el cuento de Stevenson…
Yo he dejado la librería y no he vuelto a saber más de este tipo… Pero en una ocasión visité a mis antiguos colegas y les mencioné acerca de este hombre… Me dijeron que ya no venía más, desde que me fui de la librería… “Nos hemos quedado con casi toda la 16ava edición de este libro”, me dijeron… Me despedí y fui a seguir con mi vida, pensando en este hombre tan singular que a lo largo de catorce años, compraba el mismo libro tantas veces que los he olvidado…
Mientras entraba a mi casa, pensaba en el hombre del libro… Qué sería de él con tantos libros de Primo Levi… Por lo tanto, pensé en averígualo… Busqué su nombre y apellido… Su dirección… Su teléfono… Todo lo encontré… Lo llamé al teléfono… Contestó el mismo hombre… “¿Si?”, preguntó… Le dije quién era yo… Colgó… Fui a su casa y toqué la puerta… El hombre salió. Le extendí la mano y este se quedó sin responderme… Le dije que deseaba a conversar con él un momento… Su única respuesta fue cerrar la puerta, despacio, tan despacio que sentí cómo el día y la noche desaparecían entre ese instante…
Volví a mi casa y luego de comer algo y reírme de todo, me senté frente al escritorio y empecé a escribir la historia del hombre del libro…
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