Adán miró a sus hijos, frunció el ceño, y no pudo evitar exhalar un suspiro con cierta repulsión instintiva.

- Sé lo que estás pensando... podemos volver a intentarlo...- le alentó Eva entre susurros ofreciendo una sosegada paz en cada uno de sus resplandecientes poros.

-¡ Yo también lo sé ! - bramó Lilith encolerizada - ¡ y si es una enfermedad espero que sea contagiosa, incurable, y que ni tú, ni yo, ni ella seamos inmunes!

- Sigue soñando, perra... - respondieron al unísono y se rieron.

Pero ella, no.

Los maldijo con su turbia mirada, tocó su flauta travesera, meneó furtivamente la coleta, y se marchó con sus hijos.