Invocación A La Noche

La chica, se supo después, buscaba un lugar en donde esconderse. De aquella mirada casi omnisciente y escrutadora, que la seguía entre los cipreses. Se abstuvo de hacer ruido. Hasta el aire podría llevar su rastro hacia aquel ser de aspecto callado.

El aire impregnado por su olor condujo al gigante por los senderos hasta la casa abandonada. El silencio se hizo entre las ramas y la morada.

De sus garras se desprendió un chasquido. Un chasquido que sacudió a la noche y rompió el silencio. Dejó escapar un aullido por el viento. Obedecía al ciclo de la noche aquel aullido. Conforme escapaba el gruñido se hacía notable una sola luna. Luego, tomó forma la figura postrada de aquel lobo, olfateando como a la muerte. Resaltaba como una flor ennegrecida en un rosal púrpura. Su eminente nariz de entre los cipresales surgía. Lejos de las aguas turbias del río, las manos comenzaron a volverse esclavas de ansiedad. Se irguió en el umbral de la noche. Después, emergió al claro que rodeaba la casucha. Y comenzó a indagar el interior sin abandonar la maleza circundante. Ni un agitar de alas ni un murmullo de los cipresales interrumpían. Su boca estaba cerrada. Su cuerpo en uno de los extremos del claro, bajo la oscuridad de esa noche, desaparecía de la luz de la luna. Un aullido salió de aquella garganta como evidenciando la oscuridad. La bestia no estaba bajo nada solo el cielo se levantaba sobre aquella cabeza. Lejos de cualquier luminosidad acechaba con los ojos abiertos. No había duda que la mujer sería prontamente encontrada.
¿Qué deseas?, preguntó la mujer mientras la cara tomaba las facciones alargadas semejantes a las del macho.
No pudo aclararse la noche mientras aun retozaba la pareja de licántropos por los valles y cerros.