Creo que ya soy ateo…

Ya no creo en nada de nada. Ni en Don Jecho, ni en Gabriel, ni en Pasarella, ni en River, en nada de nada.
El cardiólogo me dijo que me dejara de estupideces y me concentrara en mi mejoría o de lo contrario pronto sufriría otro infarto. Debo caminar 40 cuadras por día, todos los días, aparte de tomar una infinidad de pastillas.
Siempre me voy a caminar para el lado del Bosque de los Escritores (algún día les contaré sobre esto) pero el sábado, luego de ver perder miserablemente a mi exclub de mis amores, agarré para el lado del Cementerio a hacer mis 40 cuadras. En realidad nunca camino 40 cuadras. Al llegar a la número 20 me hago trampas yo mismo diciendo que estas cuadras de pueblo de campo son mucho más largas que las de ciudad y hasta allí no más llego. Me senté a descansar en un tronco caído a un lado del camino, cuando ví que se me acercaban tres sombras.
—Las reputas— me dije —al fin se me aparecieron algunos fantasmas de escritores.
En ese instante me dí cuenta que no podía ser, porque estaba en el camino al Cementerio y no hacia el maldito bosque.
Eran tres muchachotes con la cara tapada por las capuchas de sus camperas y todos con un cuchillo en la mano.

—¡Danos la plata, viejo de mierda o te achuramos aquí mismo! —me gritó el más flaquito.

Me rodearon amenazantes y entonces uno de ellos me tiró mi viejo gorro Daniel Boone al suelo y me reconoció.

—¡Pará, pará! ¡Es el viejo boludo hincha de River!

Yo tragaba saliva todo asustado y ni me acordé de Gaby ni de nada…

—¡Dejémoslo, pobre infeliz! ¡Está más jodido que nosotros!

Me dio una vergüenza que no me asaltaran y los corrí como media cuadra con unos billetes en la mano…

—¡Muchachos, muchachos! ¡Acá tengo treinta pesos! ¡Llévenselos!

No me dieron ni bolilla y se fueron riéndose, seguramente de mí.
Cuando conté en casa esto, mi jermu llamó a mi hija (que vive en Capital) y le contó mi aventura.
Al día siguiente llegó mi hija y me trajo una Cinta para caminar. Con ella no tendría que salir más a caminar por las calles que están tan peligrosas.
En cuanto me quedé solo, leí las instrucciones de la cinta
Y me dispuse a probarla.
No es una cinta con motor eléctrico, sino que tiene un rodillo regulable y hay que hacer un pequeño esfuerzo para que comience a girar la banda de goma.
Al tercer porrazo que casi me rompió la nariz con la pequeña computadora que tiene adelante, desistí. Me dolía hasta el pelo. La armé y la desarmé cien veces pero no había caso. No la podía regular para que pudiese usarla como corresponde.
Vino mi nieto y , se subió y anduvo lo más campante, como si la hubiese usado toda la vida. Imitándolo me subí y se me cruzaron las piernas y me caí raspándome la rodilla y el codo. ¡Las re putas que me parieron! Se ve que esto no es para mí. Sin embargo recuerdo la facilidad que tuve cuando chico al aprender a andar en bicicleta. No me caí ni cincuenta veces.
Pero este fierro maldito no me la va a ganar. Mañana, cuando esté menos dolorido intentaré hasta conseguir domarla. Si pude domar a mi primera esposa como no voy a domar a este montón de chatarra.
Claro que cuando nos separamos mi ex me dejó prácticamente en pelotas, pero esa es otra historia.
Y siguiendo los consejos de mi cardiólogo no voy a pensar más en River y la puta que los parió…