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Rigoberto Pascual lleva en el aire mil doscientos cuarenta y nueve días. Y con "lleva en el aire", me refiero al sentido literal de las palabras. Desde que el anciano decidió suspenderse una mañana calurosa de marzo para nunca más regresar a tierra firme, ha sido la noticia que incluso trascendió las primeras planes locales.
Fue su capricho vivir en las cornisas, visitar las azoteas y observarnos curioso desde los tejados, ingrávido y lejos.
A veces se le puede ver flotando a muchos pies de altura; allá, a distantes metros, perdiéndose de la calamidad y el caos que genera día a día esta vida terrenal.
A pesar de todo al anciano siempre se le respetó en el pueblo; hombre ejemplar, talentoso artesano, el rey de las tertulias al ocaso, como Don Rigoberto Pascual, ninguno; y ninguno porque era el único que no profesaba las signadas creencias religiosas de la comunidad.
Lo recuerdo bien, fue hace unos veranos cuando la sequía invadió estas tierras, la gente se chamuscaba y hasta las lágrimas, pues tanta pena en un lugar tan pequeño solo parecía un castigo de dios (...), o su abominación divina hacia los hombres de esta franja territorial.
Las últimas palabras de Pascual aún resuenan en mi cabeza y cuando alzo la mirada se hacen tan fuertes que de mi propia boca salen encebadas: "Ya no vale nada la pena chiquillo, la muerte ha venido a apoderarse de este último recinto...aquí ya no me queda nada...¿Dónde está ese dios del que tanto hablan, del que tanto esperan? ¿Se encuentra acaso en los cielos? ¡Patrañas!"
Mi abuela decía que ese viejo había perdido la razón y que tanta injuria hacía que el pellejo se le descomponga, me regañaba para que no fuera a visitarlo y hasta suplicaba que no oyera el discurso putrefacto de Pascual, que el corazón se le iba a secar tanto como nuestra chacrita si es que yo la desobedecía.
Nadie supo la hora de su asunción, de repente un cielo azul despejado ya encontraba a Rigoberto Pascual levitando ante la mirada atónita de propios y extraños, luego una nota en la mesa de su casa que con absurda simpleza decía: "Me voy a buscar a dios, a ver si lo encuentro". Este hecho fue tomado como herejía por parte del hombre y pacto diabólico con satanás.
-Viejo endemoniado ¿De qué sirve una vida digna sin dios?- se quejó una tarde la abuela mientras sahumaba la cocina y murmuraba "una taza de manzanilla y tres ave marías...alabado sea jesucristo en las alturas" y mi mirada inevitable asomaba a la ventana queriendo capturar una vez más al anciano.

Texto agregado el 21-09-2013, y leído por 136 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
22-09-2013 Siempre doy cinco a los que me gustan. Me gusta. Rentass
21-09-2013 Buena historia. ¡Arriba los herejes! Saludos kharey
 
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