Capítulo 7: “El Rumor se Esparce y Estalla en Inglaterra”.
-¡No!-suspiró Niek dando un alarido.
El retorcido Sheefnek se limitó a mirarlo impávido, esperando a que sus palabras surtieran efecto.
-No puede ser… ¡No puedo creerlo!-gritó pasmado.
-Yo tampoco, sin lugar a dudas, pero lo sé de primera fuente, la oí. Aquí… tengo la prueba, el cuerpo del delito-dijo Sheefnek extrayendo de sus ropas un… test de embarazo.
-¡No!-gritó Niek, cayendo de rodillas y sintiendo que no podía controlar las lágrimas que rodaban por sus mejillas, mientras miraba perdidamente el signo positivo.
-Tranquilo, hombre, cálmate-le dijo el falso amigo, poniéndole una mano en el hombro-. Si tú no mantienes la calma, ¿quién lo hará? Eres el almirante del Evertsen, no lo olvides.
-¿Por qué, Liss, por qué?-preguntó Niek en medio de su sopor.
Se preguntaba enloquecedoramente cómo su hija había sido capaz de hacer eso. Para comenzar, ¿qué la habría impulsado a cometer aquel acto? ¿Qué había despertado en ella, una chica inocente e infantil a la hora de hacerlo?
-¿Qué haré?-se preguntó llorando.
Se preguntaba, acto seguido, qué haría. Su hija mayor, una adolescente de quince años apenas, había quedado embarazada. Enorme era el peso que caía sobre sus hombros ahora, tenía que conseguir que su hija se graduase, tenía que criar a su nieto hasta que Liselot pudiese sostenerse de su propia billetera y mantener a su hijo. Además, debía trabajar y ver de su familia.
Obviamente no podía dejar a su hija sola, dando a luz en mitad de ese mundo extraño e irse como si nada. Tenía que ayudarla.
Pero eso dolía como una herida propinada por treinta mil estocadas y balas de cañón apuntando al mismo blanco en su pecho, en su corazón que quería desaparecer y dejar de latir de una buena vez, para que todos supieran que él vivía, que el moría, que él era tan hombre y tan ser humano como todos.
-¿Qué harás, dices?-preguntó el falso amigo con tono autoritario, como el médico que aplica terapia de emergencia a un paciente en medio de la crisis psiquiátrica que sufre-. Pues debes encerrarla, castígala por tonta, se lo merece por la barbaridad que hizo y… me avergüenza decirlo, pero castiga a mi hijo, que es el padre. Y lleva este barco a buen puerto de una vez, hombre-exclamó.
Niek se fue, con el último de sus bastiones hecho trizas. Él pensaba que podría buscar ayuda y protección para su hija en el maduro Lowie Sheefnek, pero él la había ayudado y, por qué no, inducido a cometer esa estupidez. Era un irresponsable, no podía confiar en él.
Caminó como un zombi por los pasillos del bajel y entró de sopetón al camarote de su hija. Dentro, ella y Lowie conversaban y reían abrazados, tendidos en la cama.
Eso fue la gota que rebasó el vaso.
Puso a su hija de un jalón de muñeca. La lastimó tanto que ella llegó a gritar de dolor. Lowie saltó en defensa de su amiga antes de lo que canta un gallo y eso le valió una feroz cachetada. Ambos se miraron confusos: la agresión provenía de quien menos se lo hubiesen pensado. Lo miraron confundidos.
-Traidores-profirió Niek con voz sibilante.
-¿Qué hicimos, papá?-preguntó Liss asustada.
-¡Tú cállate! Sabes muy bien lo que hiciste-dijo con furia marcada por el dolor. A Liss le dio pena ver a su padre así y Lowie también se ensombreció un tanto-¡Y tú también!-se dirigió a Lowie.
-¿Se lo dijo Sheefnek?-preguntó Lowie.
Esa pregunta, para Niek corroboraba la respuesta que tanto buscaba.
-Tu padre sólo me informó lo que ustedes intentan callar. ¿Cuándo hablarían? ¿Cuándo Liss cambiase de veras? Se quedarán aquí hasta que regresemos a Holanda del siglo XXI y no causarán más problemas. No saldrán a nada. Ya veremos, luego como solucionar este entuerto-dijo, cerrando la puerta con llave tras de sí.
Liss comenzó a llorar, entre que asustada y entristecida, sin mencionar que se sentía traicionada por su propio padre.
-Tranquila, tranquila. Ya pasará esto-la consoló Liss abrazándola cuál criatura.
-¿A qué se refiere, Lowie? ¿Por qué hace eso?-preguntó Liss.
-No lo sé, Liss, no lo sé-contestó Lowie apretándola contra su pecho.
Sheefnek miró desde las ventanas del puente de mando a su superior surcar los pasillos con aire dolido y ausente.
-¿El reporte?-preguntó Niek al ingresar.
-A mediodía de Southampton, mi Almirante-respondió el contramaestre.
-A las siete estaremos allí-repitió Niek para sí.
-A esa hora habrán transcurrido sólo siete horas-replicó Sheefnek burlón.
-¡Fuerza las máquinas entonces!-rugió con inusitada rabia Niek-. Necesitamos llegar a Inglaterra, ¿me oyes? ¡¿Me oyes?! La vida de la tripulación está en mis manos, los suministros de agotan, pero lo más importante: de mí dependen las vidas de Liselot, Lodewijk y el hijo de ambos-concluyó.
-Es por eso, ¿cierto?-preguntó Sheefnek.
-Guárdame respeto, soy tu Almirante. Tienes permiso para retirarte-indicó.
Sheefnek salió casi corriendo al pasillo tras saludar militarmente, dejando tras de sí a un apabullado Almirante Van der Decken quien, apoyando los codos en los mesones, se agarraba la cabeza y lloraba, recordando momentos mejores…
FLASHBACK.
-Sonreíd-dijo la fotógrafa del diario tras acceder a sacarles una foto fuera de su trabajo.
Niek, Liss, Sophie e Ivanna se abrazaron y acomodaron para aparecer frente al lente.
El flash resonó y la fotografía salió de la cámara. Liss pagó y todos bajaron riendo al banquete, a celebrar que Niek era ahora un Almirante.
FIN DEL FLASHBACK.
-Eso ya no volverá más, nunca más-se repitió Niek, sólo para romper en un mar de lágrimas de nueva cuenta.
Siete horas después…
Eran las siete de la tarde y el Evertsen echaba amarras en uno de los elegantes muelles del puerto británico de Southampton. Ni siquiera los primeros arreboles del atardecer se perfilaban en el diáfano cielo azul que se cernía sobre marineros, oficiales, fiscalizadores y ciudadanos.
El Almirante del HMNS Evertsen bajó grácilmente del navío, estando ricamente ataviado.
Sin embargo lo que los transeúntes observaban fijamente en aquel hombre de mediana edad no era su elevada estatura, ni su noble porte, ni sus elegantes vestiduras por extrañas que éstas les pareciesen, ni su seguro andar; lo que ellos miraban tan detenidamente era su rostro lleno de amargura y tristeza, un dolor tan ciego que lo hacía andar inercialmente por aquellas calles, eran esas negras y marcadas ojeras, eran aquellos ojos velados por una cortina de lágrimas aún obstinadas en salir, era aquel rostro pálido y sin ánimos.
Era tan contrastante ver a ese hombre tan fuerte y, por qué no, glorioso con un rostro tan demacrado y deprimido.
Cruzó las calles casi sin fuerzas, tratando de que sus pies no le traicionasen al andar. Lo único que necesitaba era llegar a la Gobernación, al Municipio, a cualquier lugar que pudiese dar una noción del poderío británico en aquella ciudad y así, poder continuar con claras coordenadas su camino hacia Londres.
-Ladies and gentlemen, this is our last oportunity!-escuchó gritar a un joven muchacho de la edad de Lowie subido sobre un barril.
Aproximadamente cien personas, hombres y mujeres, se congregaban alrededor del chico. Todos llevaban vestiduras muy pobres y no era para menos, él, en su ciego andar, no había tenido noción de haberse internado en los bajos fondos de Southampton. Se acercó vacilante, con las manos en los bolsillos hasta el muchacho y escuchó su frenético discurso.
-The King is here! Are you going to lose the last oportunity we have?!-gritó.
-No!-gritó la gente alzando el puño.
-What should we have to do?-preguntó.
-The revolution!-gritó la gente con frenesí.
-We should start the revolution!-gritó el muchacho de nueva cuenta.
Niek se apretujó contra uno de los derruidos muros de adobe e intentó pasar desapercibido mientras la gente iba alejándose poco a poco. Algunos recibían armas por parte del muchacho, quien, cuando todos se fueron, miró hacia el mar con un aire sombrío. De un salto bajó del barril y se encaminó a la bocacalle mirando los arreboles del cielo.
-If you think I haven’t seen you, you’re wrong-dijo una vez que hubo pasado de largo a Niek, sin siquiera darse vuelta.
-Where is he? Where is the King?-preguntó Niek acercándose al chico.
-Wanna participate?-preguntó el chico.
-Aye-mintió Niek.
-I’ll tell you where-le dijo el muchacho y ambos se alejaron por la bocacalle agazapados entre los ruinosos muros de adobes a medio caer.
Ya había pasado más de dos horas luego de aquella conversación y si Niek no lo hubiese sabido antes, no lo hubiese creído jamás, simplemente. Tras merodear por las calles de Southampton, regresó al lugar que el chico le había señalado.
De buenas a primeras no hubiese entrado. Aquel lugar parecía una fortaleza en vez de un palacio. Pero las indicaciones de Jhon habían sido demasiado claras como para que él pudiese errar la oportunidad.
Miró de nueva cuenta al palacete que se erguía frente a él. Era la residencia del gobernador y en ella se hospedaba el Rey, quien atraído por las noticias de que un barco extraño rondaba las costas de sus tierras en el Caribe, había decidido acercarse al puerto de mejor estirpe de toda su nación.
Niek caminó tranquilamente hasta la puerta principal, donde, tras ser interrogado por los guardias, pudo ingresar hasta una especie de sala de estar.
-El Holandés Errante, ¿cierto?-inquirió el monarca cuando entró al cuarto, enarcando burlonamente una ceja- Ha amasado una interesante fama por mis costas, Almirante Van der Decken.
Niek se reverenció frente al rey, poniendo atención en el perfecto acento holandés de éste, sintiéndose feliz de poder hablar en su lengua materna.
-No tanto como usted, señor-contestó no muy seguro si estaba siendo respetuoso.
-Eso es de esperarse-respondió el rey con una sonrisita afectada-. ¿Se puede saber qué es lo que le trae por la casa de mi fiel servidor, el Gobernador de Southampton?
-Deseo pedirle ayuda-soltó Niek inesperadamente desesperado.
-¿Ayuda? ¿Qué me llevaría a auxiliar al diablo, que es quien usted es?-se burló socarronamente el gobernante.
-Se lo aseguro, no soy el Holandés Errante, pese a que es el título que mejor me definiría: soy un holandés, a cargo de un navío que vaga sin puerto ni hogar, pero no porque se haya ganado su derecho a errar, sino porque ha perdido su rumbo y destino-contestó Niek, ad portas de arrojarse al suelo alfombrado a rogarle al rey.
-¡Qué poético!-replicó el monarca riendo con sorna-. Es natural perder el rumbo, pero no el destino, mi señor Van der Decken.
-Pasa a ser muy natural cuando viajas en el tiempo 300 años antes de tu propio nacimiento-soltó Niek.
-Usted está de veras loco-contestó el antipático rey.
-No lo estoy, porque si lo estuviese no tendría ni idea de que el único refugio seguro en este mundo es Inglaterra, al menos hasta que consigamos regresar al siglo XXI-dijo Niek.
-¿Qué me obligaría a ayudarle?-preguntó el rey.
-La moral: traemos una mujer embarazada y chicos que apenas saben navegar, que no tienen idea de cómo defenderse en un mundo tan hostil como éste-indicó Niek.
-Mujeres… mal fario-versó el rey.
-Mal fario y todo, pero es mi hija, no puedo dejarla-la defendió Niek, pese a sentirse muy herido por lo acontecido.
-Debiste dejarla en manos de su marido, en especial cuando espera un hijo de él-aconsejó el monarca.
-No está casada… tiene apenas quince años-replicó Niek entre que triste y avergonzado.
-¿Y así y todo me exigís moral a mí?-gritó el monarca poniéndose trabajosamente en pié, muy furioso y ofendido-. Esa muchacha no respeta la fe, ni las normas de las mujeres, es una prostituta y usted tampoco va mejor si no fue capaz de educarla como se debe-dijo, haciendo honor a la condición de puritanos que tenían los creyentes en Inglaterra.
-Vine aquí por ayuda, no por insultos a mi familia. Si me disculpa, ya me retiro, al ver que no he obtenido el refugio ni auxilio que esperaba obtener de usted. Pero, ¿sabe qué? Su visión tan puritana de la religión y las creencias no deja de sorprenderme por lo mucho que le quita a usted y su reino la valía de la que tanto se ufanan-dijo Niek y poniéndose altivamente en pié se retiró gallardamente de la sala.
Los guardias le vieron salir con la frente en alto y el rostro contraído por la ira, se sorprendieron por el cambio que había sufrido en menos de media hora. No había caminado dos cuadras cuando un batallón de gente del bajo fondo, armada hasta los dientes y por no decir hasta el tímpano, se acercó corriendo y gritando.
Poco más atrás, en la residencia del gobernador estallaron varias bombas y la gente se disparaba los unos a los otros.
Corrió hasta el muelle, pero, una cuadra antes de llegar, un gemido lo alarmó sobremanera. Quebró en la bocacalle en dirección en la que provenía el sonido y, sacando su revólver echó a andar resueltamente. Se detuvo en seco al ver a seis marines golpeando y disparando a un muchacho que tendido en el suelo, trataba de defenderse pateándolos, pero sólo conseguía soltar un gemido de vez en cuando.
Se agazapó contra una pared más prominente que las otras y espió.
-Jhon-murmuró, descubriendo el rostro del chico agredido.
No sabía por qué, pero el muchacho le inspiraba un tanto de ternura. Era rebelde y desenvuelto, pero se notaba que había sufrido mucho en su corta vida. Eso no podía seguir así.
Con la sangre fría que adoptaba sólo en medio de un frenético combate disparó a quemarropa a los seis soldados, quienes cayeron yertos en el acto.
-Come with me-ordenó al chico, echándoselo al hombro.
-My group! Where are them? How are them? I can’t leave them-protestó débilmente Jhon.
-Don’t worry, don’t worry-contestó Niek, abrazándolo paternalmente.
Con su bien avaluada carga en brazos, Niek corrió la cuadra que restaba hasta el muelle y subió a la carrera a su navío.
-Zarpad rumbo a Bolougne-sur-mer-ordenó Niek al Sheefnek subiendo al navío.
Sheefnek no alcanzó a dar su afirmación, ni a saludar militarmente ni a preguntar la procedencia del muchacho, pues dos segundos después Sheefnek había desaparecido rumbo a su camarote con fin de curar a Jhon.
La mañana siguiente, a eso de las diez y media, Niek golpeó suavemente la puerta de Liss.
-¿Liss, Lowie, están visibles?-preguntó al llamar.
Dos segundos después sintió un golpetazo en la puerta.
-¡Auch!-gimió Liss-Siempre me golpeo con esa puerta.
Y dos segundos más tarde su medio malograda hija le abrió la puerta.
-Hola, papá-dijo Liss, sonriendo de oreja a oreja.
En ese instante Niek sonrió, sabiendo que lo que iba a hacer era lo correcto. No importaba cuán grande fuese su responsabilidad ahora, siempre tendría a su hija, a las gemelas, a su mujer y ahora se añadían dos miembros a la familia: Lowie Sheefnek, quien había sido siempre de su agrado, y el bebé que estaba en el vientre de Liselot.
-Siéntate, hija, tengo que hablar con ustedes-dijo, mientras cerraba la puerta.
Liss obedeció y se ubicó junto a Lowie, quien, pese a no ser muy afecto a las demostraciones de afecto, la rodeó protectoramente por los hombros y estudió cautelosamente a Niek.
El Almirante se sentó en la cama, frente a ambos jóvenes.
-Chicos, les debo una disculpa por mi actuar de ayer, no estuvo nada bien de mi parte encerrarlos aquí. Me dejé cegar por la ira, pues sentía que ustedes no confiaban lo suficiente en mí y que habían sido muy irresponsables, sólo… quería protegerlos, chicos. Especialmente a ti, Liss. Ahora que llevas un niño en el vientre necesitas más cuidados que antes, pero no te ayudo en nada haciéndote sentir mal como ayer lo hice…-se disculpó Niek.
-Esperen, esperen, esperen, momento: Liss, ¿estás embarazada?-preguntó Lowie con los ojos muy abiertos y con su mejor cara de “esto no puede estar pasando”.
-Lowie, ya no hay que ocultar nada, ya sé que ella está esperando y que el hijo es tuyo-se suavizó Niek.
-¡¿Qué?!-rugieron ambos chicos.
-Pero si yo no estoy embarazada, papá-se defendió Liss.
-¿Quién le contó ese embuste?-preguntó Lowie.
-Tu padre me lo dijo, Lowie-contestó Niek, pensando que los chicos estaban tan aterrados que no reaccionaban de otra forma sino mintiendo-y me mostró un test, incluso.
-¿Y quién le dice que ese test era realmente de Liss? Si ella dice que no está embarazada, nadie lo sabe mejor que ella-saltó Lowie.
-Eso quiere decir, ¿que todo fue una mentira? ¿Liss jamás estuvo embarazada?-preguntó Niek mirando a su hija.
-Nunca lo estuve, papá-contestó ella mirándolo a los ojos.
-¿Nunca fueron pareja ustedes dos?-preguntó Niek.
-Liss es como una hermana para mí y yo no cometería incesto-abogó Lowie.
Niek entendió los hechos pero no los motivos. Ahí estaba, jodidamente engañado por su mejor amigo y dudando de los dos chicos en los que más confiaba.
-Chicos, perdónenme por dudar de ustedes-se disculpó-. Jamás debí haber creído aquello.
-Descuida, papá-dijo Liss abrazándolo.
-No se preocupe, señor. Pero sólo tenga cuidado, no le crea a mi padre… más adelante me lo agradecerá-replicó Lowie enigmáticamente.
Niek se limitó a sonreír y no acotar nada respecto a Sheefnek. Y, tras despedirse amablemente de los chicos y decirles que estaban en libertad de salir de su camarote cuando así lo deseasen, se retiró del cuarto.
Nota de Autora: Okay, ¿qué les ha parecido la treta de nuestro queridísimo Sheefnek? A mí me parece que aquí alguien cometerá muy pronto un parricidio (mira acusatoriamente a Lowie). Ahí se ven.
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