Me traiciono.
La carne es indiscreta como adolescente mórbida,
es frutal y por eso está siempre servida,
ofrecida a narices y bocas como una galleta recién horneada.
Cuando te veo, mi triste,
y te digo que te faltó ternura,
que te faltó pezón y caricia,
cuando te abrazo y te pido que me leas
ese poema trabado,
existe en ese gesto algo que restaura
la fisura, algo que te descubre nuevo
como un sol desnudo, con el sexo primaveral,
provinciano,
encantadora micro llena de canastos,
moviéndose por mis caminos de tierra y membrillos en abril,
por mi recuerdo de crisantemos en el patio,
de amarillos crisantemos
por la orilla de los murallones de mi casa.
Vuelven a abrir las fresias,
las flores del níspero se llenan de colibríes,
hasta las granadas piñatas abiertas de la araucaria
vuelven a caer sobre los pizarreños,
asustando a la niña que fui
y que hoy te amamanta.
Algo crece en ti a la par de tu vértice,
algo se rehabilita, tigre herido,
regenera tu fervor
y le sonríe al hombre que prendido del pecho
se reencuentra.
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