Siempre le había gustado mirar las estrellas… desde pequeño. Las veía tan inalcanzables, tan lejanas, eran tan hermosas y misteriosas. ¿Qué misterio guardaría su luz? ¿Cómo podría conseguir estar más cerca de ellas, comprenderlas, “poseerlas”…?
Así nació su afición por la Astronomía, era su pequeña pasión y le permitía evadirse del tedio diario, de la rutina de la vida.
Los momentos pasados tumbado en el suelo, con su manta y sus prismáticos observando el firmamento acompañaron los duros años de estudio cursando Economía. Con su primer trabajo consiguió por fin tener un telescopio, era su primer sueldo y quería destinarlo a su afición preferida. Su ascensión en la empresa supuso también poder acceder a tener el telescopio de sus sueños, el mejor del mercado.
Este telescopio representaba para él su ascensión en la vida, a él nadie le regaló nada. Consiguió completar su carrera, sin dejar que nada le distrajese en los estudios. Empezó en la empresa desde abajo, con esfuerzo y lucha diaria por conseguir subir en el puesto de trabajo. Pronto su tesón dio frutos y logró subir a los más altos puestos directivos.
Todos los sinsabores, las derrotas y triunfos, la consolidación de una vida familiar modélica, los malos y buenos momentos, el reconocimiento social, la lucha diaria en la “jungla de asfalto” que era la ciudad… todos esos momentos… habían ido acompañados siempre por sus estrellas.
Porque le gustaba dejar un pequeño espacio en su programación mensual para escaparse a la montaña, con su telescopio, sus libros y cartas celestes. Allí nada de su vida cotidiana le podía afectar, estaba él solo frente al mundo, con un cielo tachonado de estrellas brillando para él solo. En la soledad de la negra noche, con su telescopio emitiendo el débil zumbido del motor de seguimiento, a mil metros de altura, sin ninguna luz a kilómetros de distancia, él conseguía la felicidad absoluta.
Podía entonces ir llamando a las estrellas por su nombre… lentamente… dejando vagar la vista entre las delicadas y esquivas formas de las constelaciones: Aldebarán, Mizar, Vega, Altair,… al nombrarlas las hacia suyas, las “sentía” en su interior, y su brillo después le acompañaba en la dura lucha diaria.
Con su luz brillando en el interior de su pecho podría afrontar cualquier problema familiar o laboral, eran su talismán, eran su escudo, eran su báculo, era su fuerza, eran suyas.
Aquella semana no fue especial al resto: las reuniones habituales, la dura negociación, la satisfacción de lograr los objetivos de la empresa, la agilidad en las decisiones y la energía en las órdenes dadas a sus subordinados, el cansancio al llegar a casa con su familia y dejarse caer rendido con la satisfacción del trabajo cumplido.
Ni siquiera aquel día fue diferente del resto: levantarse temprano sin despertar a sus hijos y esposa que dormían, salir arreglado de camino al trabajo, empezar la jornada con la reunión a primera hora para plantear los objetivos a cumplir en el próximo trimestre…
Bueno, en realidad sí era diferente ese día, era viernes y al día siguiente había luna nueva. Había tenido unas duras semanas de trabajo y el día anterior llamó a un albergue de montaña donde solía subir a observar para reservar plaza y a su mujer para decirle que subiría hasta el domingo con el telescopio de observación.
Y también era diferente ese día porque iba a ser el último de su vida, pero quizás eso no haga que un día sea diferente a los anteriores. En un reloj de arena el último grano que cae no es diferente del resto que han marcando el paso del tiempo, es simplemente el último en caer pero igual a los otros granos de arena.
Así pues terminó su dura jornada y bajó corriendo al aparcamiento de la empresa donde había dejado su coche ya cargado la noche anterior con el telescopio, los libros y apuntes, la cámara de fotos y su inseparable planisferio para ir nombrando a cada estrella por su nombre.
Salió del aparcamiento con la sonrisa pintada en el rostro, “Buffffff…” - pensaba- “por fin camino de mi escapada celeste, je je je no se ve ni una nube; esta noche dormiré entre las estrellas del firmamento”. En realidad no imaginaba que sus pensamientos iban a cumplirse literalmente.
La carretera estaba tan llena como de costumbre al iniciar un fin de semana; felices familias camino de la playa para aprovechar hasta el último rayo de sol, jóvenes que iniciaban ya su peregrinaje por bares-pubs-discotecas con un brillo de desafío en sus ojos, camioneros impacientes ansiando deshacerse de sus cargas… y también decenas, cientos de anónimos conductores con su pequeña vida personal y sus sueños particulares.
-“¡Qué gris es vuestra vida! – pensó con tristeza viendo desfilar los rostros anónimos en cada ventanilla- yo hoy veré la pureza y la calidez de la luz de las estrellas, mis ojos contemplarán los rincones mas bellos del firmamento, delicadas estrellas dobles, apretados racimos de estrellas en cúmulos globulares, pálidas nebulosas que parecen tejidas con hilo de plata…”
Con nerviosismo miró el reloj del coche, otras veces a esa hora ya estaba en el puerto de montaña con el albergue casi a la vista. La verdad es que hoy la carretera estaba más saturada de lo habitual. Había pagado el dinero del albergue por anticipado, la tarde cayendo y él aún metido en el intrascendente tráfico de vehículos vespertino.
-“Joder… aún voy a perderme las primeras horas de oscuridad y con el cielo sin una sola nube”. Metió una marcha mas baja, apretó el acelerador y dio volantazo para adelantar de una vez al camión que tenía delante. Vio con sorpresa el coche que se venía hacia él.
Pensó con una mezcla de asombro y extrañeza en que el color del coche con el que iba a chocar era rojo, pero en cambio no distinguía la cara de sus ocupantes. En realidad ese último pensamiento sobre el color no sabía si lo había tenido antes o después del choque. Esa impresión de “color rojo” frente a sí ya no sabía con certeza si pertenece al otro coche o era su propia sangre. De hecho ahora si nota la sangre cayendo sobre el airbag y sobre la tapicería del coche. -“Qué confuso es esto… ¿La sangre brota antes o después de chocar?... es curioso…”
Negrura. En realidad no color negro, ni oscuridad, ni tiniebla, porque la oscuridad es ausencia de iluminación, el negro ausencia de color, la tiniebla ausencia de luz y esto es ausencia de todo.
Y de repente brillo cegador y blanco. Y sensación de bienestar y sensación de flotar. Y la impresión de que no existe el paso del tiempo y la certeza de saber que ahora está muerto.
Sus ropas son blancas, tan blancas que parecen emitir luz por sí mismas. Nota que tiene unas poderosas y fuertes alas en su espalda, con ellas remonta el vuelo y ve que, hasta donde llega su vista, hay una interminable sucesión de cielo azul con frágiles y vaporosas nubes blancas. La felicidad le inunda.
Piensa con extrañeza: “¡Soy un ángel! Todas esas historias, mitos y creencias… yo viví mi vida sin preocuparme de nada, pude ser egoísta, mezquino o ruin, ja, ja, ja, pero ahora soy un habitante del cielo”
Aguarda con impaciencia la llegada de la noche y ésta llega de repente, sin apenas transición de luminosidad, ahora flota entre la negrura de una profunda noche tachonada por cientos, miles de estrellas, su luz le rodea, su brillo le ciega, piensa que jamás pudo contemplar tanta belleza y llora de alegría. Sus lágrimas se trasforman en débiles gotas de plata y caen hasta perderse de vista en esta preciosa y ardiente noche de luz.
Nota los astros al alcance de su mano y decide intentar tocarlas pero su mano atraviesa la estrella más cercana sin tocarla, una gélida sensación le recorre. “Claro, -piensa- no tengo cuerpo ni materia, solo soy espíritu”.
Espera la salida del sol para dejarse bañar por sus rayos. Después de una larga noche de observación le gustaba dejarse bañar por la luz del sol en la aurora. Era como si las primeras luces del día le calentasen no solo el cuerpo sino también su alma y en eso momentos se sentía feliz como nadie.
Pero ahora el sol aparece bruscamente para romper la noche plagada de estrellas y cuando él dirige su cuerpo hacía la luz que emite no nota nada… su luz le atraviesa… pasa por su interior sin que pueda sentir la más mínima sensación.
“Que tonto soy, estoy hecho de pensamiento, nada me afecta ya. Ja, ja, ja, a lo mejor no tengo ya ni alma”.
Y hay otros como él, no está solo. Otros ángeles se deslizan por entre las frágiles nubes, se acercan a las brillantes estrellas. Nadie habla porque no tienen boca, porque no tienen voz.
Y los días y las noches transcurren en una sucesión infinita, eterna, inamovible. Él ya ha asumido que solo puede limitarse a mirar esos ardientes fuegos celestes, sin siquiera tocarlos, sin siquiera sentirlos.
Varios meses después, o quizás miles de años después, la sensación de vértigo le invade. La monotonía de los días, la pesadez de las noches, el tedio de los interminables amaneceres, ha hecho que un desasosiego le acompañe continuamente. Si tuviera estómago tendría nausea, si tuviera mente notaría desesperación, si tuviera corazón sentiría desesperanza. Pero lo que le atenaza es un vacío que tortura su existencia.
Además en los rostros de los otros seres angélicos hay algo que le ha inquietado aún más: Se ha cruzado ya con muchos en su deambular entre las estrellas y casi todos tienen la mirada perdida, como si ya no pertenecieran a este “mundo”. Simplemente se limitan a dejarse flotar entre las tumultuosas galaxias y las nubes estelares similares a millones de diamantes.
Un día, no diferente ni distinto del resto, tan solo uno mas entre el eterno fluir en que se ha convertido su existencia, va una figura distinta al resto. Es una figura que irradia luz, sentado en un trono de cristal refulgente, con unas ropas líquidas y brillantes como mercurio que fluye. Posee una larga barba blanca que denota que ese Ser pertenece al inicio de los tiempos.
Airado y violento, pero esperanzado a la vez, se dirige aleteando hacia el Ser del que parece brotar toda la luz y la energía que ha creado el lugar donde se encuentra. Se encara con el Ser y le reprocha:
-“¡Oh Dios eterno! ¿Qué especie de Cielo has creado?, ¿Así premias a tus criaturas?, ¿Así muestras tu bondad y tu misericordia divina?. Ya he tenido bastante de este bellísimo Cielo de preciosas estrellas inalcanzables. Tengo una profunda sensación de que esto va a durar toda la eternidad y quiero que me lleves a otros Cielos. Quiero volver a sentir como en la Tierra, volver a notar una caricia, a saborear un licor, a notar la calidez del amanecer en mi cuerpo. Llévame contigo y te alabaré por siempre.”
El Ser le mira con una mezcla de desinteresada repugnancia y maliciosa diversión y tras dirigirle una gélida mirada le susurra con una sonrisa:
-“¿Quién te ha dicho que yo sea Dios o que estés en el Cielo? Estás en el Infierno.” |