Me tiré de espaldas sobre la hierba; quería dormir; no pude conciliar el sueño; el aullido de un chacal a lo lejos me lo impedía, todo me parecía siniestro esa noche. Los recuerdos recientes, el cielo negro, sin luna, las pocas sombras que se alcanzaban a ver, los ruidos procedentes de la selva, todo parecía conjurarse a mi alrededor.
Muerto de miedo esperé que amaneciera. Con luz, pensaba, todo sería diferente. Las primeras luces del alba trajeron algo de sosiego a mi espíritu. Decidí alejarme de esta pavorosa experiencia caminando lo más rápido que daban mis piernas.
Traté de pensar en los detalles exactos del caso. Había viajado a Singapur a visitar a mi novia, cuando entré al hotel donde ella se alojaba, subí la escalera hasta el primer piso y comencé a recorrer un largo pasillo hacia la habitación 33. En esta recorrida ví que la puerta de una habitación estaba abierta, miré hacia adentro y ¡no podía creer lo que veía! Parado en medio del cuarto estaba Juan Studel con sus manos y ropas bañadas en sangre y a sus pies yacía una mujer con su pelo rubio desparramado sobre el piso.
¡Ese pelo, Dios, ese pelo! Era igual al de Clara, mi novia. Consternado me acerqué: Sí la mujer que yacía exánime era Clara.
Los pensamientos giraban en mi cabeza. No entendía nada. ¿Qué hacía mi adorada en esa habitación? ¿Qué hacía Juan Studel, aquel hombre en el que había tanto de despreciable como de infame en Singapur? Desesperado lo miré, sus ojos malignos estaban clavados en mi, su boca torcida en una mueca que quería parecer una sonrisa.
En sus manos había una pistola con la que me apuntaba directamente al corazón. De golpe escuché sus gritos que me decían: -¡Sí estúpido Clara es mi mujer! Juntos íbamos a quitarte toda tu fabulosa fortuna! Todo se terminó y no vivirás para contarlo.
En medio de mi total desesperación y confusión atiné a tirarle una patada, con tan buena suerte que hice volar por el aire su pistola. Entonces corrí, corrí como desesperado intentando alejarme de ese lugar.
Sentía detrás de mí, casi encima, los pasos de Juan, salí del hotel y me perdí por una serie de callecitas enredadas, al principio sentía a Juan muy cerca, pero poco a poco lo fui perdiendo, yo seguía corriendo vertiginosamente, como nunca lo había hecho, parecía que mi pies eran alados.
Agotado y escondiéndome paré en una esquina. No se escuchaba nada. ¿Lo habría conseguido perder?
Descansé unos segundos y viendo que casi había salido de Singapur y que delante de mío comenzaba un espeso bosque decidí meterme en él. Sabía que debía dirigirme hacia el este, hacia la carretera al aeropuerto. Cansado, agotado por la corrida continué avanzando, comprendí que se me venía encima la noche, pero yo seguía caminando, ya casi no veía nada y había perdido mi rumbo.
Decidí parar y descansar y ahí fue que pasé la horrible noche que narré al comenzar este sombrío relato.
Otra vez recobré mi orientación y continué dirigiéndome hacia el este. De día las cosas eran otras. Mi estado depresivo era cada vez peor mientras más pensaba en todo lo sucedido. ¿Clara muerta? ¿Juan Studel allí? ¿Porqué dijo lo que dijo? ¿Para qué, qué sentido tenía? No podía ser verdad. No
Yo sabía que Clara tenía un pasado que nunca quise indagar. Clara era misteriosa. Pero Clara era así y yo la quería así, tal como era. Con sus misterios, sus caprichos, sus locuras y también con sus besos ardientes, su cuerpo cálido y su amor apasionado.
El bosque tenía una vegetación espesa, tropical, me costaba avanzar, no tenía idea de cuanto me faltaba para llegar a la autopista, llevaba cinco horas caminando, el hambre y la sed se hacían sentir. Me pareció sentir el ruido de un camión: - ¡La autopista al fin! Debía estar muy cerca.
En un claro del bosque la vi, más radiante que nunca estaba Clara. Me sonrió con su más dulce sonrisa y corrió hacia mi abrazándome y pegando su cuerpo sensualmente contra el mío. Al mismo tiempo que me besaba me daba una serie de explicaciones, no paraba de hablar.
La alejé un poco y la miré: Mentía, todo lo que decía eran mentiras. Lo sentía por su forma de hablar, por sus ojos y por todo en ella. Fue una revelación, la más triste que tuve en mi vida. Clara, mi Clarita nunca había existido.
Le dije que tenía que llegar al aeropuerto antes de las 7 de la tarde, que partía mi vuelo a Bs. As., ella se ofreció a llevarme en su auto, que estaba muy cerca en la ruta. Partimos rumbo al aeropuerto, ella seguía hablando y yo contestaba automáticamente. ¿Para qué mostrarle mi tristeza y desolación a esa mujer? No tenía sentido
- ¿Volvés para el 20 mi amor?
- Sí. El 20 a las 5 de la tarde estaré en la habitación 33 del hotel Holliday
Llegamos, estaban anunciando mi vuelo.
Nunca más la volví a ver
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