Me gustaría matar a todo el mundo y quedarme sola, pero realmente sola. Acabo de descubrir unas mierdas bien mierdas. Uno no sabe con quién se mete pero hasta la persona más cercana a uno es un hijo de puta. Todos, sin excepción. Quizás hasta yo lo soy, pero a estas alturas del juego, me vale verga.
El respeto se cae tan rápido. Yo ya no respeto a lo que, se supone, es sagrado. Lo sagrado no existe. Sagrada, para mí, de hoy en adelante, será mi vida. Nada más que mi vida y mis sentimientos valdrán la pena (claro, sin dañar a nadie). Es que la decepción es grande y puede llegar a matar lo último puro que hay adentro de uno. No soporto vivir en un mundo tan sucio. Quiero ser otra cosa, algo efímero, voluble, inmortal e insensible.
Odio a los que creí querer y espero que se enteren. Para que los ame como debe ser, se tienen que alejar de mí y llevarse todo lo malo. Así, yo también me llevo lo mío, porque tampoco soy un ángel. No quiero ver a nadie, a nadie. No creo en nadie. Una decepción más era lo que necesitaba. No quiero fastidiarme más. Yo también puedo ser de una pésima calidad humana. Yo también puedo y quizás no sea mala idea. La mala idea es ver en alguien algo que nunca ha existido en la tierra: la pura bondad.
|