El profesor Gregorio
El profesor Gregorio era un hombre de origen andino, de estatura mediana, nariz filuda, ojos pequeños, cabellera hirsuta, que intentaba sojuzgar con una gorra; casi nunca se despojaba de ella, salvo en ocasiones estrictamente formales, como cuando tenía que ser maestro de ceremonia en alguna actividad central. Entonces sí que era una pesadumbre para él. Se sentía extraño. Constantemente se aliñaba la cabellera, como si con ello aminorara esa aflicción infinita por no tenerla puesta. Distinguíase, por su habilidad para el uso de la expresión en doble sentido lo que le dio reputación de libertino y seductor de oficio . No había quien lo aventajara en ínfulas, era un hombre, presumido, sin duda. Tener fama de tal suele ser a veces un infortunio.
Sus colegas opinaban que su desasosiego por el colegio iba más allá de lo habitual. No perdía ocasión para formar parte de los comités más significativos o por lo menos de los que dependían en gran medida la buena trayectoria de la institución.
Una vez fue miembro de cuatro comisiones, sin duda ese fue su año. Lo llamaban de aquí, de allá de acullá para las reuniones. Más requerido no podía ser. Sus discípulos, casi no recordaban su nombre y poco a poco se iban olvidando hasta de su fisonomía. El momento que les tocaba clase con el docente eran ínfimas. Esto por supuesto era el deleite de los escolares, les divertía muchísimo jugar fútbol, vóley o simplemente correr persiguiéndose unos a otros.
-¡Profe ¡- voceó un alumno – Mañana nos toca Educación física.
El profesor Gregorio lo vio y solo atinó a mover la cabeza de arriba abajo sin proferir vocablo alguno. Presuroso, bajó los peldaños.
-¡Profe, profe ¡ - chillaron unos estudiantes que se encontraban en el segundo piso –
- ¿Hoy si tendremos clase?-
Acoplando la gorra a su testa, el brazo en alto movió por toda contestación.
-¡Profe¡ sino, nos presta el esférico para jugar.
Se aproximaba el término del bimestre y había que evaluar a los alumnos. El licenciado Gregorio, se dio un tiempecito en su apretada agenda de comisiones y reuniones para tomar examen .
-¡Vamos a ver¡ ¡Silencio¡ ¡ A formar ¡ … vamos a tomar examen .
-¿Examen, profe? –
-¡Nooooo¡ - protestaron en coro –
-¡Pish¡ ¡Pish¡ ¡Silencio¡ - dijo disgustado el docente y todos los escolares se callaron.
-Muy bien - dijo el licenciado Gregorio – Uno a uno irá saltando la valla.
Se sacó la gorra y la colgó en la rama de la ponciana .
Luego, se dispuso a hacer un ejemplo cómo debían realizar el salto los alumnos.
- Recuerden, no deben hacer caer la valla – expresó.
-Aguilar - usted comienza.
Uno a uno iba ejecutando el ejercicio. Algunos con mejor fortuna pasaban, sin embargo, la generalidad derribaba la valla.
-Profe, otra oportunidad – pidió un alumno.
-¡sí¡ ¡sí¡ ¡la próxima clase , tome otro examen¡ Además es la primera vez que hacemos este ejercicio - dijeron al unísono.
-¡Imposible¡ - dijo el profesor - Tengo reunión.
- Bien, muchachos, la clase ha terminado- dijo.
Se alisó el cabello y se dio cuenta que no tenía la gorra, había olvidado ponérsela, recordó que la había dejado enganchada en la ramificación de la ponciana, pero mayúsculo sería su asombro al no verla allí.
- ¡Alumnos¡ ¿Quién ha cogido mi gorrita?- dijo, iracundo.
Los alumnos se miraban unos a otros, pero ninguno dijo nada, sumidos en un silencio sepulcral.
Buscaron por todo el patio, detrás de los árboles, en los jardines, hasta en los vertederos, pero fue ¡inútil ¡ no la localizaron. La cachucha se había hecho humo. La noticia de la desaparición de la gorra corrió como reguero de pólvora. La directora ordenó, que se haga una búsqueda exhaustiva salón por salón, alumno por alumno mochila por mochila .Hasta se convocó a una reunión de urgencia con los miembros del CONEI; se conformó comisiones de docentes para ingresar a los salones, para cumplir tan honrosa misión. Los auxiliares ampliaron la búsqueda por el perímetro del colegio. Interrogaron a los transeúntes, bodegueros y nada. Regresaron cariacontecidos, sin respuesta favorable. El personal administrativo debía rebuscar por todos los servicios higiénicos. Nunca antes se había dado tal redada en el colegio, sin duda, la coyuntura lo ameritaba, toda la comunidad educativa se movilizó en cumplir el encargo: localizar la gorra del profesor Gregorio.
Cuando, ya casi se había perdido la esperanza de encontrarla, el Sr. Quispe, personal de servicio del colegio, salió del excusado transportando un escobón en forma horizontal y en la punta iba colgada la gorra. Estaba empapadísima, en su recorrido iba dejando caer gruesas gotas de agua al parecer, pero que después precisarían que eran orines.
-¡Apareció, apareció¡ - dijo, emocionado.
- ¡Apareció, apareció, apareció, apareció¡…se escuchó como eco desde los pasillos de los pabellones, donde los alumnos apostados en las barandas , compartían el júbilo general.
El profesor Gregorio que se encontraba en el tercer piso, fue avisado del hallazgo. Bajó las escaleras raudo, sus carrillos habían recuperado su color antes pálidos . El corazón le latía a cien por hora . Los alumnos a su paso aplaudían, y le hacían barrita; trataban de comprender el insondable vínculo que había entre el profesor Gregorio y su gorrita. Indescifrable para ellos.
-Sr. Quispe ¿Dónde lo encontró? – preguntó la directora.
- Estaba dentro del retrete y habían meado sobre ella, felizmente no jalaron la cadena sino nunca la hubiéramos visto otra vez.
-¡Quééé¡ ¡Qué tal insolencia¡ ¡Se hará una investigación a fondo para encontrar al que cometió tal afrenta¡ - dijo la directora.
Habían pasado diez minutos después de la hora de salida pero estaba visto que ese día saldrían más tarde de lo habitual.
Dirigiéndose al auxiliar, ordenó que todos los alumnos formen en el patio central. Escucharían, qué duda cabe, la regañina correspondiente.
Marimarina setiembre 2013
Maria Elena Solís Alán
|