El general se paró dirigiéndose hacia la pizarra donde estaban escritos los tres nombres. Subrayó uno de ellos.
- ¡Este es el hombre!- dijo trazando con la tiza por debajo del de la doctora Morelia Hindegrandt miembro de la terna. ¡Ya el recién creado Instituto Nacional de Cultura tiene quien la dirija!- ¡Aquí necesitamos alguien con los ovarios bien puestos! Ésta, por lo que me han informado, es una mujer de cojones! -expresó sonriente a los miembros de su entorno el Presidente de la Revolución de los 70.
La doctora Morelia tenía todos los méritos para ejercer y dirigir la cultura del país. Pero lo que decidió su nombramiento no fue precisamente el antecedente curricular de los grados académicos, para el “Chino”, lo fundamental era el carácter combativo, perfeccionista y acometedor de la lingüista.
Polémica, predispuesta a la confrontación y sumamente culta, en ocasiones, que no eran pocas, sacaba a relucir el rosario de groserías compatibles con el más furibundo disparatero, condimentado con ajos y cebollas, pero por supuesto dichos en el momento justo burlando la vulgaridad al utilizarlas. Aguda, irónica, detestaba hasta la histeria los errores ortográficos de alguna secretaria a la que arrojaba el documento en la cara para que lo corrija y si la falta era gramaticalmente grave, era la oreja de la víctima la que pagaba el yerro siendo levantada hasta donde el tejido cartilaginoso pudiera estirarse.
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El joven médico doctor Ernesto Contreras, con el pomposo cargo de Jefe de Bienestar Social, logró escuchar gritos destemplados provenientes del primer piso de la vieja casona colonial ubicada en el centro de Lima, sede del INC, institución a la que hace poco había ingresado a trabajar. Preguntó a la secretaria que sucedía.
-Es la doctora, está otra vez molesta- le contestó, casi susurrando, con temor a ser escuchada.
No pasaron ni 15 minutos cuando subió nada menos que el jefe de personal a consulta. Se cubría con una mano los ojos y con la otra la oreja. Con proverbial paciencia el médico esperó que dejara los pucheros y las inspiraciones forzadas para evitar continuar con el llanto. Al descubrirse, el galeno pudo ver el pabellón auricular enrojecido y ambos ojos inyectados de rabia e impotencia. Ya calmado pudo hacer la anamnesis de lo que era obvio. La conclusión que anotó en la historia clínica fue: Crisis nerviosa motivada por agresión física y psicológica. Entre paréntesis agregó: Agente agresor: Directora de la Institución.
A no carajo, está vieja es bien brava, mejor tomo mis precauciones-pensó.
A medida que pasaron los días este cuadro se convirtió en rutina con los diferentes empleados. El diagnóstico anotado en la historia clínica era siempre el mismo pero cada vez con letras más grandes y subrayando con tinta roja al agente agresor.
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Doña Magnolia De la Barra y Almezaga, llegó a la consulta elegantemente vestida, con la nariz respingada y un ronda de fino de agua dulce collar de perlas que trataba infructuosamente de cubrir las arrugas de su cuello.
-Hola- le dijo al médico. Sabes, tengo desde hace días una molestia en la garganta y necesito un descanso médico.
-Cómo no señora, pero primero tengo que revisarla-le contestó algo extrañado por el tuteo.
-No hijito, mira, no perdamos tiempo. Yo soy la Directora del Museo Italiano y somos uña y mugre con Morelia. El descanso que me vas a dar debe ser de veinte días atrás ya que hoy me reincorporo.
-Señora, lo siento pero los descansos no son retroactivos.
Lo miró estupefacta, casi con asco, como si quisiera decir, ¡Qué se ha creído este mocoso, negarme a mí, descendiente de la más alta alcurnia limeña, con un bisabuelo presidente y la más egregia representante y vocera de la cultura italiana en el país, un miserable descanso médico! Sin embargo opto por la conciliación al mirar de reojo la actitud determinante del médico.
-Bueno doctor, ¿cuál sería la solución?-
-Usted me dice que la molestia la tiene desde hace días. ¿La vio algún médico?
-Claro-respondió sabiendo que mentía. Me atendió el doctor Espinola Cáceres uno de los mejores especialistas de Lima.
-Entonces no hay problema, tráigame las indicaciones y un descanso médico y aquí lo revalidamos porque así lo exigen las normas cuando se trata de descansos particulares.
- Que manera de hacerme perder el tiempo- le dijo recogiendo su cartera y lanzándole una mirada despectiva.- Lo haré doctor, pero antes hablaré con Morelia-amenazó. Qué se habrá creído este medicucho,-pensaba- levantando el cuello como una jirafa en celo.
Cuando se retiró ingresó la secretaria, una muchacha eficiente y afortunadamente chismosa.
-Doctor, disculpe que me entrometa pero, ¿podría hacerle una pregunta?
- Como no, dígame.
-¿Le ha pedido descanso médico?
La quedó mirando como preguntándole y a ti qué carajo te importa, pero prefirió tenerla como aliada. Sabía que al terminar sus prácticas tuvo que cambiar por necesidad el bisturí, los pasillos hospitalarios, la atención de pacientes con verdaderas dolencias para convertirse por un sueldo, en el médico, como decía a sus amigos, de músicos, poetas y locos y tenía que aprender los vericuetos de la burocracia estatal, así que le contestó con una sonrisa como asintiendo.
-La señora Magnolia ha estado de paseo por Europa y ha llegado ayer- le informó en tono confidencial.
-Tendrá derecho, ¿No?- le contestó el médico.
Que vieja para pendeja- pensó encaminándose hacia la puerta de salida.
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Se aprestaba a ingresar por el portón cuando le salió al paso el portero.
-Doctor.-le dijo preocupado- La doctora está en mi caseta de vigilancia y está renegando con todos lo que llegan tarde.
Gracias- le dijo el médico y caminó unos pasos donde una segunda puerta de hierro forjado estaba a medio abrir. Dentro estaba parado el arquitecto Renzo Amoretti Descalzi, conocido profesional experto en restauraciones.
-A qué hora es su entrada, Arquitecto- preguntó la directora.
-A las ocho de la mañana- contestó.
- ¿Y sabrá usted, por casualidad, qué hora es?
-Las ocho y veinticinco doctora
-O sea que usted le está robando 25 minutos al Estado-. ¿Cómo se llama el que roba, Arquitecto?
Ganas no le faltaban de decirle, gorda de mierda, metete tu cochino empleo al culo y no me jodas. Sin embargo, el restaurador permaneció callado, impotente, humillado, sin reacción alguna. Cuatro años antes lo hubiera hecho, pero ahora con una familia que mantener…¿Dónde conseguiría un trabajo tan especializado? O tal vez era realmente un pusilánime, de esos con los que la doctora se cebaba, gozando hasta el orgasmo de una temporal relación sádico- masoquista, haciendo gala del poder del fuerte sobre el débil.
-Ladrón-lo dijo poniendo énfasis en la palabra- el que roba es un ladrón. ¿No le da vergüenza ser un ladrón, un vulgar caco?
La tomó por el cuello, sintió que sus manos le ajustaban la garganta, que el rostro sonrosado de la doctora iba poniéndose cada vez más pálido hasta llegar a la lividez total, fue ahí que escuchó como si despertara de un sueño la voz imperiosa, imponente que le decía:
-Ya, váyase a trabajar, que espera, no me escucha, cambie esa cara de idiota y que sea la última vez que llega tarde.
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Habían pasado ya tres meses de trabajo rutinario con visitas a personal que no había ido a trabajar y se reportaban enfermas, se volvió consejero de músicos y poetas sensibles, paño de lágrimas del personal agredido y lo único que los sacó de la monotonía fue el terremoto que remeció la antigua edificación. Todos fueron hacia el patio español a la que rodeaba los pasillos, los balaustres y los techos de teja del segundo piso que parecían pegarse entre sí en el cuadrado repleto de personas aterradas que se aferraban algunas sobre la chaqueta blanca del médico como si él pudiera curar el pavor del que también era preso y que trataba de disimular. Sin embargo notó que era el líder elegido y dio la voz para salir del recinto. Apenas llegaron a la puerta de la calle una torre de la iglesia San Francisco se desplomó llenando de una enorme nube polvo todo el ambiente. Salvo la histeria y algunos desmayos la cosa no pasó a mayores.
El doctor Contreras sintió que tocaban la puerta del Despacho. En la antesala trabajan la Licenciada Carmen Burgos Asistenta Social y la secretaria. El sonido le resulto extraño por lo fuerte e insistente. Normalmente lo hacían con los nudillos con golpes suaves. Cuando la vio estaba lívida y se atropellaba al hablar.
Doctor- le dijo titubeante- la Directora lo llama al Auditorio.
El verdadero terremoto empieza ahora- le dijo al retirarse.
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-Le toca a usted Doctor- le dijo el portero con mirada compasiva.
El médico vestía un saco blazer, camisa celeste y un pantalón plomo. Los zapatos eran marrones y las medias negras. En las manos llevaba un tensiómetro y un estetoscopio. Había escuchado el casi monólogo anterior asqueado por lo sucedido pero trató de conservar la calma.
La directora lo miró de arriba abajo y le espetó:
-Encima de llegar tarde me viene con esa vestimenta cursi.-le dijo mirándole despectivamente a los ojos y los zapatos.
- Buenos días. ¿Sabe lo que es la menopausia doctora?-contraatacó.
El golpe fue fuerte. Es que duelen más cuando no se esperan. Sin embargo con mucha clase no se dio por aludida.
- Y qué diantres, por no decirle otra cosa, tiene que ver la menopausia con su irresponsabilidad.
- Absolutamente nada, igual que mis zapatos que usted tanto mira.
- Usted por lo que veo es el médico ¿No? Sabe la hora que es.
- Sí, le dijo, hora de trabajar.
- ¿Y a qué hora debe ser su ingreso?-
- Yo no tengo hora de entrada ni salida doctora. Buenos días- le dijo, dándole la espalda.
La doctora quiso decir algo pero el médico ya subía raudo las escaleras.
Pero qué carajo se cree este matasanos- pensó, caminando hacia su esquina como el boxeador que gana todas sus peleas y que esta vez termina el primer round con un rival del que no esperaba respuesta. La próxima ganaré por nocaut-se consoló.
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-Doña Magnolia de la Barra doctor- anunció la secretaria.
-Que pase.
La directora del Museo Italiano ingresó saludando apenas y dejó los papeles sobre el escritorio paseándose oronda por la oficina que hacía las veces de consultorio.
- -Que viejo es todo esto- dijo como hablando consigo misma al mirar la camilla, el esterilizador y el mueble del archivo. Tengo que hablar urgente con Morelia.
Mientras tanto el médico revisaba la documentación en especial el Certificado Médico que a la letra decía:
“Conste por la presente la atención médica realizada a la señora Magnolia de la Barra y Almezaga quien presenta cuadro severo de infección de las vías respiratorias con el diagnóstico de amigdalitis y bronquitis aguda severa indicándose veinte días (20) de tratamiento del….al……de…..salvo complicaciones.” Firma y Colegio Médico.”
-¿Va a demorar doctor?, tengo reuniones importantes y no quisiera perder el tiempo en papeleos.
- Qué extraño-murmuró el médico.
-Como dice.
-Señora, si fuese usted tan amable de sentarse le podría explicar.
-Doctor, qué me tiene que explicar, usted solo circunscríbase a validar ese certificado y punto- le contestó con el rostro enrojecido.
Siéntese- le dijo el médico con firmeza.
-Le explico. Aquí debe haber una equivocación. En el certificado médico que usted me trae dice que usted padece de amigdalitis, sin embargo, en un descanso anterior le otorgan por haber sido operada de amígdalas. Aquí tengo el record de todos sus descansos solicitados a personal.
-¿Se ha atrevido a eso? Eso doctorcito es un delito y se lo haré pagar muy caro. No sabe con quién se ha metido.
- Disculpe señora, delito penal, entiéndame bien, p-e-n-a-l, es la falsificación de un certificado médico y aquí tiene la ley. Además- alcanzándole un papel con varios sellos- aquí tengo también su movimiento migratorio y el médico que firmó el certificado no pudo haberla visto esa fecha porque usted estaba en España.
-¡Quién carajo se cree usted! ¡El agente 86!- ¡Ya sabrá de mí! Le arranchó el Certificado y se fue tirando la puerta.
Soy un desgraciado-susurró el médico con una sonrisa rompiendo un papel inservible que hizo pasar como el del movimiento migratorio.
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Se encaminó hacia el auditorio donde lo esperaban la Directora flanqueada por la flamante Jefe de Personal y el abogado de la Institución. Al lugar le llamaban la Santa Inquisición. Allí se decidía generalmente el futuro laboral del empleado que por lo general era el despido, oleado y sacramentado con todos los artilugios legales. Se los veía imponentes, con la pose y la mirada de quien tiene la sartén por el mango, del que sabe que el que se iba a sentar en la silla frente a ellos era la próxima víctima de una destitución anunciada.
El médico saludó y al sentarse notó que la silla se tambaleaba. No sabía si era parte de la escenografía montada o un abstracto metafórico. La levantó y se las mostró:
-Tiene una pata coja- les dijo. Luego bajó las escaleras revisó algunas y regresó. Allí vio a una joven secretaria que tomaba notas.
- Esta sí esta buena. A la silla me refiero- Alejó la otra hacia un rincón y se sentó cómodamente,-Las cosas que no sirven se arreglan o se botan-filosofó, sabiendo que esa era la manera de pensar de la directora.
El abogado y la Jefe de personal se miraban desconcertados.
- Justamente-aprovechó la Directora que no se había inmutado por el incidente- usted doctor, es una pata coja para la institución. Nosotros contratamos un médico para disminuir el porcentaje de ausentismo y tenemos el 10 %. Me escuchó el 10%. O sea que de 120 empleados 12 no han asistido. Entonces me preguntó ¿Para qué está usted aquí? Así que hemos tomado la decisión de concluir el vínculo laboral por lo que debe firmar esta carta de renuncia y si no lo quiere hacer no nos importa, lo despedimos por incompetente sin ningún derecho a una carta de agradecimiento por los servicios prestados.
- Esta bien, pero puedo hacer algún descargo ¿no?
- Mire doctor, aquí las cosas son objetivas, los papeles son los que hablan, usted no nos sirve y punto. Dejémonos de palabrerías.
- Yo insisto. Tengo derecho a hacer mi descargo.
- Aquí las decisiones ya han sido tomadas, después quéjese donde quiera -lo dijo con un tono más fuerte, casi gtitando.
- Doctora, le agradecería que baje la voz.
- ¡Usted es mi empleado y yo habló como me da la real gana! -Le endilgó con la cara enrojecida
-Yo no soy su empleado, soy empleado del Estado igual que usted. Y le digo que deje de gritar.
-¡Qué majadería es esa carajo!. ¡Pedazo de mequetrefe!
El médico se paró golpeando la mesa con las manos, la miró fijamente a los ojos y profirió:
- ¡No me grite y menos me insulte! Quiero que sepa que a mí este puesto me importa un carajo, así que vaya a gritar a sus borregos y de aquí no me muevo hasta ver esas putas estadísticas.
El silencio se apoderó del recinto. Se hubiera podido escuchar el aleteo de un colibrí como el sonido de un helicóptero que aterriza en una explanada. Pasaron unos minutos en el que nadie decía nada.Fue la misma doctora la que le alcanzó sin proferir palabra alguna la documentación.
El médico las revisó y hacia como si subrayara algo del documento mientras una sonrisa cínica aumentaba cada segundo que pasaba.
- Si las matemáticas no me fallan sólo existe un 1 % de ausentismo que podría considerarse un porcentaje adecuado.
- Me está queriendo decir que soy una mentirosa-lo dijo en un tono calmado, casi coloquial.
- No doctora, que ocurrencia. Lo que le quiero decir es que el Instituto no tiene 120 empleados. Estos son sólo los que trabajamos en este local. El ausentismo del 10 por ciento es de los 1200 empleados que pertenecen a la institución, donde están considerados todos los empleados de los museos del país, las Escuelas de Bellas artes, la Orquesta sinfónica entre otras.
La jefa máxima de la Institución miró esta vez con ira a la Jefe de personal.
- ¿Qué me dices a todo esto?
- El doctor tiene razón.
- O sea que el cabe para tropezar y quedar como una idiota ignorante me lo pusiste tú.
- Doctora yo…traté de explicarle…
- Qué explicación ni niño muerto, ya conversaremos sobre esto.
- ¿Y cómo van las visitas a los pacientes que se reportan como enfermos? ¿Las hace todas?
- Todas…las posibles. Utilizo mi auto porque no hay presupuesto para viáticos.
- ¿Su propia movilidad? ¿Su combustible? ¿Y la camioneta del Instituto?- preguntó a la de personal.
- Está asignada al Director de la Sinfónica.
Lanzó una estrepitosa carcajada. ¿Y qué hace ese ocioso con la movilidad?
-Bueno. Lo último doctor. Hay una queja de maltrato contra usted de una funcionaria importante.
-¿Se refiere a la señora Magnolia? Antes de irme del Instituto le agradecería que me la envíe para contestarla.
- No se preocupe doctor. Es mi gran amiga, pero es una sinvergüenza y caradura. Y acercándose le susurró al oído: Entre nosotros es una vieja zorra, bien jodida está, lo felicito doctor.
Cuanta gana el doctor-preguntó a la Jefa de personal.
Después de decirle la cantidad Morelia Hidengrandt estalló en cólera. No sé como lo hará, le dijo esta vez al abogado, pero esa miseria de sueldo la triplican para el próximo año. La camioneta se la quitan a mi brillante pero ocioso amigo de la Sinfónica y la asignan al doctor a tiempo completo.
-Usted no se va doctor, es más, hombres como usted es lo que necesita el país.
Se puso de pie y le estiró la mano diciéndole:
¡Bienvenido a la revolución!
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La noche nublada limeña con garua no fue impedimento para que las guitarras sonaran con ritmo de serenata. Era el cumpleaños de Ofelia, amiga de la enamorada de Ernesto, quién le había pedido para asistir y de paso acompañe tocando y cantando a otro guitarrista. Para no haber ensayado el dúo fue aceptable y los aplausos y vivas alegraban la noche despertando a los vecinos.
Dentro de la casa ya estaba preparado el pisco sour, las cervezas heladitas y un buen arroz con pato de fondo y por supuesto la torta. El tocadiscos no paraba de tocar valses, polkas, marineras y de vez en cuando un bolerito o balada romántica. Le tocó en suerte sentarse al lado del doctor Pablo Ansieta, renombrado traumatólogo quien con el tiempo llegaría a ser Presidente de la Academia de Cirugía. Entre salud y salud y vivas a la dueña del santo, se inició el diálogo facilitado por el hecho de ser colegas. Ernesto le contó, a su pregunta, donde trabajaba.
-¿Y le gusta donde labora?-preguntó.
- Bueno, las circunstancias me han llevado a eso.
-¿Le gustaría trabajar en un hospital?
- Es nuestro hábitat normal ¿No? Estudié en el extranjero y conseguí este trabajo en ese instituto gracias a un conocido poeta amigo de la familia. Es todo lo que tengo por ahora.
Sacó una tarjeta el bolsillo y escribió unas palabras. Si se anima converse con el director de este hospital, justamente necesitan un cirujano, pero está ubicado fuera de Lima.
Para Ernesto volver a oler el líquido del catgut, el material de sutura que tanto le gustaba en sus tiempos de estudiante, evaluar los pacientes en consultorio, operarlos y luego pasarles visita conversando con ellos, verlos recuperarse, vivir la adrenalina del estrés cuando las cosas se ponen difíciles era parte intrínseca y fundamental en su vida del que se había alejado. Así que después de agradecerle le dijo:
- Mañana mismo voy.
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Al contestar el teléfono escuchó la voz inconfundible de la doctora Morelia.
-Doctor, disculpe que lo moleste, sé que está en su hora de salida pero quisiera que me haga un gran favor. Una de mis secretarias me acaba de comunicar que se encuentra delicada al parecer es una apendicitis y le agradecería si fuera posible que la pueda visitar.
-Claro doctora, no hay ningún problema, sólo que personal me envíe los datos de su domicilio.
-Infinitamente agradecida doctor.
No doctora, para servirle.
La relación laboral con la máxima Jefa, con la considerada la ogra por una mayoría de empleados, no podía ser mejor. Era la primera vez después de dos meses del encuentro que le pedía un servicio. En ese tiempo el chofer lo recogía en su domicilio con los partes de los que se reportaban enfermos y casi toda la mañana se la pasaban entre visitas y recorridos por la ciudad, Era el trabajo más tranquilo y aburrido que tenía que soportar. En esta oportunidad fueron a la casa de la empleada de la Dirección
Apenas la vio la reconoció. Era la muchacha que tomaba notas el día que estuvo en la llamada Santa Inquisición. Joven, de mirada inteligente, tenía una dolencia no grave pero que requería un par de días de descanso con la medicación respectiva.
-No es nada Mónica, si fuera una apendicitis como pensabas, ya después de todas las horas que han pasado tu cuadro sería diferente y tendrías que estar en sala de operaciones.
-Gracias. Me tranquilizas-le dijo, como se tutean los jóvenes de antes y ahora.
-Me gané toda la discusión del otro día-le mencionó
-Si te vi.
-Si vieras la cara que ponían cuando levantaste la silla-le dijo riéndose. Pensaban que se la ibas a tirar por la cabeza.
-Bueno, total, estaba decidido a irme, así que alguna payasada tenía que hacer.
- La doctora tiene sus cosas, pero es buena gente. Odia a los ineptos y sí es timorato lo destroza. A ti te pondera, siempre me cuenta como la fregaste a la Magnolia, esa vieja es una tortuga, tiene un caparazón más grande que una casa.
-Dime- ¿Cómo siendo tan joven estás con ese tremendo puesto? ¿Porque la tía tiene rango de Ministra, no?
-Sí, así le aseguró el presidente y figura en su Resolución. Ella no iba aceptar menos. Pero lo mío fue casual. ¿Tienes tiempo? Te lo cuento.
Cuando ingresé a la institución era una de las tantas secretarias de personal. Un día la doctora se tropieza y se golpea la pierna en el sardinel. Se le veía la cara de dolor pero se la aguantaba. Así que como yo tenía en mi cajón una crema para los golpes, me acerqué y le ofrecí que se la pusiera. Me miró con una cara que casi me espanto y me dice:
-¿Tu acaso eres médico para que me indiques una medicina? Ubícate.
Me dolió en el alma. Todavía le estaba haciendo un favor y me contesta eso. Así que como también tengo mi genio le dije:
-Doctora, déjese de cojudeces y póngase la crema.
Me quedó mirando y me advirtió:
-Mañana a primera hora en mi Despacho.
Cuando llegué a mi casa le conté llorando a mi mamá. Ella me consoló.
-No te preocupes hijita, el domingo compramos “El Comercio “y nos ponemos a buscar un empleo, ya verás, no hay mal que por bien no venga.
Antes de ingresar por la mañana temblaba pero después me puse a pensar, si me van a botar, me voy diciéndole todas sus verdades.
Cuando entré revisaba mi currículo.
-Haz estudiado en buenos colegios y tienes buenas notas- me dijo- sin hacer caso a mi saludo.
Me invitó a que me sentara.
-Aquí el trabajo es duro. Hay una cosa que valoro mucho, es la confianza, nunca me decepciones. Allí está tu escritorio. A partir de ahora eres mi secretaria personal.
-Y aquí me tienes. Después me enteré que en su oficina se ponía a escondidas la crema.
Ambos rieron.
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Así que esto es Huacho –murmuró- mirando por uno de los ventanales del Hotel Pacífico ubicado en la calle más céntrica de la ciudad. El alumbrado público era tenue, las calles casi oscuras. Salió a dar una vuelta y sólo a dos cuadras una tremenda bronca entre comensales de un restaurante bar lo sorprendió. Bueno es un puerto y en los puertos pasan estas cosas-pensó. Regresó sobre sus pasos y leyó algo del libro sobre los premios Pulitzer que había traído “para no aburrirse”. Dentro de sus planes no estaba el quedarse demasiado tiempo. En el momento oportuno gestionaría un traslado a un hospital de Lima. Una promoción de jóvenes médicos de diferentes especialidades y enfermeras también había llegado a reemplazar a los que estaban próximos a jubilarse y a refrescar con su juventud el ambiente hospitalario. El doctor Contreras nunca pensó encontrar profesionales de tanta experiencia y pericia quirúrgica y ya el hospital no sería sólo un lugar de trabajo sino que le ayudaría a incrementar sus conocimientos. El lugar contaba con playas y hermosa campiña cercanas. Al día siguiente se levantó muy temprano para asistir a su primer día de trabajo en el Hospital de la Seguridad Social y para su propia sorpresa se quedó muchos años y nunca llegó a aburrirse…pero eso…eso, es ya otra historia…
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