¡Mamá no vayas a comprar pan, no vayas! - Le suplico tirando de su pollera - ¡Quiero ir con vos!
Los intentos fueron en vano: - Vuelvo rápido hija, te dejo con el tío dos segundos y regreso a buscarte. Te compro unos chocolates, si? - Respondió a lo que ella pensaba "caprichos" de su pequeña hija.
Su mami se alejaba junto con sus ganas de quedarse ahí.
Él la toma de la mano y la lleva dentro de la casa, le ofrece mirar televisión. -Quédate aquí mientras preparo el mate para un amigo, quieres leche con chocolate?- Preguntó cordialmente.
Pequeña no respondió, el pánico con sus sólo 6 infantiles años, había superado extremos inexplicables a su edad con solo pensar que volvería a pasar.
Tocan la puerta, ahí está él: Juan. Con sus anteojos, su barba candado y ese perfume que se había vuelto una cicatriz en la memoria de la niña.
Pequeña se agarra fuerte de la silla y cierra sus pequeños ojos amarronados, su corazoncito comienza a acelerarse y cuando siente una mano adentrando en su pollera, sólo rompe en llanto llamando a su mamita. - ¿Mamita dónde estás?.
Ambos ríen y se divierten con el cuerpito inocente, puro e infantil.
Ella sólo desea morir, se siente aterrada, asquerosa.
Mamá no llega y cada minuto que pasa mata de a poco el alma de esa pequeña, ya sin esperanzas.
Mamá no llega y no sabe que su pequeña hijita, su tesoro, su princesa, ya no volverá a ser lo que era.
¡Mamá no vayas a comprar pan! |