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Hubo una vez, en lo alto de una montaña negra, siempre envuelta en tinieblas y una lluvia perpetua, que habitaba el Dios del Poder. Era éste un Dios solitario, pues los otros dioses no le visitaban; pero tenía una esposa que era la Diosa del Amor. Habitaban en una relativa felicidad, ella, la diosa, siempre amando a su esposo y él, con su poder, rindiéndole honores.
Pero los hombres supieron de esa pareja de dioses.
Reyes enviaban a sus mejores guerreros en busca del Poder. Reinas, Princesas y Duquesas por su parte enviaban en busca del don de la diosa.
Aconteció que un día, tres hombres deseosos de poder se pusieron en marcha hacia la montaña.
Los tres se encontraron en una senda estrecha que era la vía habitual para intentar subir la montaña. Uno, alto, delgado y de frente amplia dijo ser Luna, el otro, robusto, velludo y de ojos intrigantes, dijo ser Nube y, el tercero, un hombre bajo, musculoso y de bello rostro dijo ser Bosque.
Así, comenzaron a subir por la tortuosa senda
La primera jornada terminó y ellos descansaron en una cueva, resguardándose de las aguas.
Lo dioses, que desde las nubes veían, sintieron el deseo enorme de los hombres y dijeron:
-No hay que evitar que lleguen. Que vengan a nosotros y nos digan para que nos quieren, quizás nos convenzan y les demos dones…
Los dioses se sentaron en sus tronos de piedra y, de la mano, observaron el lento ascenso de los tres hombres.
La lluvia caía verticalmente, pesada, empapando los ropajes de los tres hombres. Pero ellos, afanosos, daban cada paso decididamente y miraban, siempre, la cima cubierta de nubes. Pero el Dios del Poder sintió repentinamente que se les dejaba una prueba muy fácil, así pues, con una mano agitó las nubes y los vientos e hizo descender una ventisca. El viento, iracundo, cortaba las caras descubiertas de los hombres y, de sus rostros y desnudas manos manaba la roja sangre. Los hombres, con la respiración agitada seguían ante el satisfecho rostro del dios, quien aprobaba la valentía y la falta de duda de los tres hombres.
Así, con sangre, terminó la segunda jornada.
El día murió y la hórrida noche llegó con terribles presagios, pues una gran roca se desprendió de la ladera de la montaña, provocando una avalancha de piedras y lodo. Los hombres se pegaron a la pared húmeda de la montaña y, con los corazones agitados vieron pasar las piedras, escuchando sus estruendos al caer y chocarse las unas contra otras.
La Diosa del Amor tuvo pena de ellos y envió un viento que alejaba a las piedras de los cuerpos maltrechos de los hombres. Así durmieron aquella noche.
La tercera jornada comenzó y, los hombres, con renovado valor siguieron, hacia adelante.
Ya rayaba el ocaso del día cuando llegaron por vez primera a las nubes. Allí, la humedad era extraña, pues las gotas de agua flotaban, pegándose y desprendiéndose de sí mismas.
Asombrados por el espectáculo, no notaron que dos figuras se habían visibles ante ellos.
Eran los dioses.
El Dios del Poder dijo:
-Vienen, los hombres de corta vida a la morada de los dioses, ¿qué buscan de los que no mueren?
Los hombres, perplejos quedaron boquiabiertos, pues la presencia del dios era estremecedora y, por vez primera, un indecible terror les invadió el alma. Fue Luna dijo:
-Vengo, oh dioses, desde las lejanas Islas Rocosas, allá en el Mar Medio, donde moran los más aguerridos hombres, a pedir el don, o, en su caso el consejo para obtener el trono que se me quitó por mi primo; pues yo, que ningún aliado tengo sufro porque se me quitó y legítimo derecho de gobernar.
-Los débiles no tienen legítimo derecho a gobernar –dijo el dios.
El hombre, ante las palabras se encogió de hombros y escondió su rostro.
-Pero no escondas tu rostro, que, para gobernar y obtener el puesto del Poder, primero debes gobernarte a ti mismo… así pues, te doto de fuerza física y de una espada –en ese momento, el dios agitó su mano y, de las entrañas candentes de la montaña salió una enrojecida espada, chispeante -.Es la espada de que te hago entrega, úsala contra tus enemigos, pero recuerda; tu poder es limitado, no sea que creas que tu poder es igual al de un dios y mueras por esta causa. Te digo, que no hay arma igual entre los hombres…
Luna cogió en sus manos la espada chispeante y se inclinó.
El segundo hombre Nube dijo:
-Vengo, oh dioses, de la inhóspita tierra de Oriente, allá donde los hombres vivimos en el Desierto; y vengo, a ustedes para pedir poder para derrotar a las tribus enemigas que aquejan a mi pueblo.
-Tu pueblo mucho antes atacó a otros, porque tenía el poder, pero, con el pasar del tiempo se debilitaron y ahora sufren la consecuencia de sus actos. Los poderosos deben aceptar, siempre, las consecuencias de sus actos…
El hombre sintió miedo y se hizo a un lado, temeroso de recibir el rayo del dios, pero éste con mirada penetrante vio en su pensamiento y le dijo:
-No temas, hombre, al rayo… pues haz hecho un gran esfuerzo, y sé que has pasado grandes penurias, por ello veo que amas a tu pueblo y, que no formaste parte de la soberbia de tus padres; por ello, te entrego este caballo –y de entre las nubes emergió un negro caballo, de ojos dulces e inteligentes -.Su nombre es Rayo de Oriente, con él podrás comandar a tu gente, y, tu deber de ahora en adelante es unificar a los de tu pueblo, porque a quien combates son tus hermanos; por ello ve, y únelos, no sea que venga la Desgracia y los arrase a todos.
Y Nube se inclinó y adoró al dios, a su esposa y al regalo.
Llegó el turno de Bosque.
Éste se inclinó y dijo:
-Vengo, oh dioses, en busca de algo… del poder de la verdad, ¿quiero saber cuál es el poder más grande que los hombres pueden tener, y, si es posible, obtener lo de sus manos?
El dios vio a su mujer, y ambos fruncieron el entrecejo.
Entonces habló la diosa:
-El más grande poder que pueden tener los hombres ya lo tienen, se les fue otorgado por los dioses en la Creación.
-¿Cuál es ese poder?
-El poder de amar. Porque amar, significa conocer, porque el conocer, significa anhelar, porque anhelar, significaba buscar, porque buscar, significa encontrar y encontrase a uno mismo, porque encontrarse a uno mismo significa trascender y poder amar a otros, a tus iguales, a tu mujer, a tus hijos, a tus padres , a los árboles, al agua, al cielo… el amor, es el amor que les dimos… pero también, es el origen del deseo… cuando el amor es incontrolado, se trastoca, todo puede cambiar, el amor, como todas las cosas, tiene dos caras. La cara buena está llena de confort, la cara mala de pesar… Es extraño, que la antítesis del amor (odio) nazca, en algunas ocasiones de éste. La pérdida del ser amado puede desatar una tormenta de ira y descontrol… porque el amor es lo más cercano a la locura que pueden sentir… amar, es un don y una maldición, porque los hace libres y prisioneros a la vez… así como ustedes, nosotros; así como nosotros ustedes.
El hombre, fascinado inclinó de nuevo el rostro:
-Pero no te iras de aquí sin conocer el Gran Amor, ¿lo quieres?, será el producto de una gran felicidad y de un gran dolor…
El hombre piensa y finalmente asiente.
La diosa se quita uno de sus negros cabellos y lo ata, como si de un collar se tratara, al cuello de Bosque.
-Amaras a todos los hombres, y tu nombre no tendrá paragón, se escuchará en lo más lejano de la redondeada tierra… pero tu dolor, al no poder hacer algo por ellos, te llenará de un pesar que solamente han sufrido los dioses… ve, y enséñales; pero sábete que no podrás cambiarlos… porque es la naturaleza del hombre… por ello, parte y; cuando tu jornada en la vida concluya, te unirás a los Iluminados, quienes velan por los hombres… ¡Pero ten cuidado!, ¡No dejes que tu amor se convierta en odio! Porque si ello ocurriera, una guerra envolverá a la tierra… y tu pesar será inmenso y tu odio no tendrá paragón.

Texto agregado el 15-09-2013, y leído por 157 visitantes. (0 votos)


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