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COPLAS


La puerta de la celda se cerró con un estrépito.
Dentro está el prisionero, rodeado de rejas por tres lados, con sólo medio techo y una pared de cemento.
Únicamente el desierto se extiende más allá de los hierros.
El cautivo está sentenciado, pero su condena a muerte fue fijada para el 30 de diciembre del mismo año.
Esa demora se debe, al deseo administrativo de obrar impersonal, pesadamente, como los vegetales y los planetas.
Él reconoce que la sentencia es justa. La escena que reproduce su mente, es casi pudorosa.
Comete su delito en esa mujer eliminándola luego, sin siquiera notar en su vehemencia, que en el vientre de ella se agitaba en aquel momento, un exiguo trozo de sangre empezada. Consumando, entonces, un doble crimen en un solo movimiento.
Sabe que debe pagar el precio adecuado a tamaña falta.
Pero no por eso se niega a salir al ruedo.
Es un jinete.
Y los jinetes combaten, no se rinden.
Por su cerebro giran y giran, como peonzas, unos versos de esta copla que es su vida.
“…cómo?…dijo el sol que derretía la tierra”…
“…por qué?…dijo el río que se negaba a correr…”
“…dónde?… dijo el trueno sin un sonido…”
“…aquí!… dijo el jinete, y sacó su arma…”
Y su arma fue madurada por días y días.
Calculó su calabozo. Contó sus pasos.. Se tomó de los hierros midiendo el espacio entre ellos. Sacó múltiples combinaciones. Y cuando por fin creyó estar seriamente en posesión de su ingenio, inició su plan.
Dejó de comer.
…………………………………………………………………………………………….

El rayo de luz cruza el aire en la mañana temprano y, empujado por el sol, atraviesa las rejas de la pequeña ventana.
Justamente da en la cara del hombre que yace en un rincón de la celda.
Este hombre ni siquiera parpadea denotando molestia. Su cara muestra en las mejillas hundidas, el tallado tenaz de un extenso mal.
El olor denso, húmedo, del calabozo se entremezcla con la melodía que surge, casi milagrosamente, de entre los labios muertos del individuo. Labios que sin embargo musitan pastosamente algo.
“…cuándo?… le dijo la luna a las estrellas del cielo…”
“…pronto… dijo el viento que lo acompañaba a casa…”
Por fin siente que ahora es “ese momento”.
Con mucha dificultad se levanta. Se lo nota pálido, sus carnes acongojadas. El esqueleto resalta.
Muchos días de no alimentarse más que a agua lo llevó a este tiempo que él reconoce, como de liberación. Recorre los metros que lo separan de las rejas que dan hacia el desierto.
Apoyando su hombro derecho entre dos verjas empuja con fuerza. Una y otra vez empuja. Chorrea su sangre anémica. Se corroe su piel. Ya el hombro está afuera. El tórax lo sigue con esfuerzo. Una pierna. La otra. Y un parto renovado se consuma nuevamente, cayendo de rodillas en la arena del desierto.
Camina. Con sus irrisorias fuerzas, se va desplazando, alejando, cada vez más. Adentrándose en el fuego redentor. El sol lo acompaña en su recorrido. Ese astro lo lleva cada vez más lejos. Más desamparado. Más seco.
Marcha entrecortada que lo aleja de su calabozo y, acaso, de su delito.
Recorre ese camino hasta que cae. El polvo vuela momentáneamente libre.
La luz siempre con él. Lo calienta. Lo vacía.
Y allí se encuentra en la arena. Sus brazos abiertos en cruz.
Un buitre que hace horas vuela en derredor intuye que ésta es su jugada.
Planeando lentamente desciende y se para a un lado. Pero una imperceptible melodía que surge de entre ese cuerpo, le impide, todavía, cumplir con su antigua misión.
“…quién?… dijo la nube y empezó a llorar…”
“… yo… dijo el jinete y se secó como un hueso…”

Algunas gotas de lluvia cayeron.

Texto agregado el 13-09-2013, y leído por 69 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
14-09-2013 Muy bueno. jaeltete
14-09-2013 Buen texto. Sentí que faltó algo en el cierre....Un abrazo york
 
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