Aquí estamos, vos y yo, a solas como de costumbre. Hablo y tu silencio es tan hermético como la sombra que portas como atuendo. Me seduces cuando abres tu pecho para mostrarme los astros, y lo haces de una forma tan orgullosa que caigo rendido, y no quiero que te vayas.
Tu presencia le quita la ropa a mis pensamientos, y ellos aprovechan la ocasión para pasearse desnudos por los azulejos de la cocina, o corretear un rato por el comedor, temerosos de que los lleve a la cama, porque saben que ahí se vuelven esclavos del techo o secretos de la almohada. Y por las mañanas, cuando vos ya te fuiste con la acaricia del alba, los veo muertos, pegoteados unos con otros y sé que los más astutos buscaron un buen lugar para esconderse del día, y yo me hago el distraído, como que no los veo y me sonrío.
Aquí estamos, vos y yo, a solas como de costumbre, mientras ellos juegan con las palabras.