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La playa marciana era barrida por campos magnéticos de olas de herrumbre y sal; al ocaso los peces metálicos comían insectos mecánicos. Las turbulencias magnéticas se estremecían ante los embates de los peces en pos de las presas y una niña marciana en la orilla, miraba emocionada la lucha marina. Era el primer día de pesca de Az-U y llevaba consigo una rudimentaria caña de pescar —un regalo de papá—, equipada con un sedal de luz. Lanzó lejos al primer intento la carnada y atrajo a los peces por vibraciones de baja frecuencia, un enorme pez de cristal se tragó de un bocado la carnada y con un chispazo el sedal se encogió y arrojó al enorme pez de cristal contra Az-U; el impacto la derribó y el pez de cristal se hizo pedazos. Az-U miró cada uno de los fragmentos del pez esparcidos a su alrededor y comenzó a llorar. Una voz la llamó, era papá, se enjuagó las lágrimas y recogió todos los aparejos de pesca, dio un último vistazo a los fragmentos del pez y corrió siguiendo el sonido de la voz. Az-U fue reprendida por la tardanza, terminó de hacer las maletas y siguió a papá al cohete espacial. Con un rugido el cohete despegó con los últimos marcianos a bordo. Por la ventanilla del cohete, el mar marciano parecía una diminuta charca. Az-U miró el mar con cierta nostalgia, por el pez roto y el hogar abandonado. Az-U levantó la vista y a lo lejos divisó un pequeño punto azul —el azul era su color favorito— y pidió un deseo: volver a pescar un gigantesco pez de cristal, en los mares de Titán.
Sergio F. S. Sixtos
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Texto agregado el 12-09-2013, y leído por 190
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Lectores Opinan |
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12-09-2013 |
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Fantástico relato donde lo normal lo conviertes en ficción. elpinero |
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