Los pensamientos excesivos de volver a rozar tu espalda con la yema de mis dedos es insostenible, ardo de deseo con solo imaginarte desnudamente perfecto frente a mis ojos, en esta habitación oscura que se convierte en el mismisimo infierno. Llamas por doquier abrazan mi cuerpo quemándolo y hundiéndolo en el más profundo deseo, la codicia aumenta por mis venas como un volcán a punto de vomitar su jugo.
Necesito nutrirme de tu cuerpo, alimentarme irracionalmente, innecesariamente de tu dulce piel aterciopelada esta noche.
Absorber hasta la última gota de sudor, muero de sed.
Mi estado de ánimo se vuelve vulnerable al no tener noticias tuyas, mi deseo se convierte en tristeza deseosa aún y mi armonía corporal en enojo repentino. No respondes el teléfono.
Sé que mi mente va a llamarte si te sigo pensando y ahí caerás rendido a mis pies, necesitando mis movimientos encima tuyo otra vez.
Mi soberbia frena y entra en razón, no vendrás hoy.
Otro infierno hace arder las brazas de tus ganas, otro cielo te hace viajar entre las estrellas más preciosas del universo, otra loca lujuriosa te hace perder la razón. Ojalá no te lleve nunca al extremo al que sólo yo te sabía llevar. Ojalá sólo te de momentos frecuentes, explorados ya y no un mar de razones por desear, un mar de pecados por pecar.