A cuarenta años de un golpe de estado que conmovió los cimientos de nuestra patria, se puede deducir, al trasluz de los acontecimientos ocurridos y por ocurrir, que los tiempos han cambiado, mas, el hombre continúa siendo el mismo. Digo esto, porque cuando se produjo lo que para algunos fue un elegante pronunciamiento y para otros el comienzo de una larga tiranía, los medios de comunicación eran demasiado precarios, ya que existían unas cuantas radios y la prensa escrita, además de la televisión, con la que no se podía contar, porque el mismo día del golpe, esta fue tomada y mediatizada para transmitir una sucesión de bandos que nos iban indicando los pasos a seguir en la cada vez más estrecha vereda por la que caminaríamos.

Era inimaginable en esos oscuros días un teléfono inteligente que recibiera y enviada mensajes de texto e imágenes al unísono. Las emisoras de radio afines al gobierno popular fueron acalladas de inmediato, los diarios de izquierda, el Clarín y El Siglo, entre ellos, fueron clausurados y expropiados.

Por lo tanto, sin medios de comunicación que informaran con libertad, la vida se nos transformó en simples rumores y conjeturas, los que eran consolidados o desmentidos por los continuos bandos emitidos por el ejército.

La historia que siguió es conocida, pero no por ello podemos dejar de imaginar qué habría ocurrido si en esos días hubiese existido toda la red social que nos envuelve y atrapa con tanta facilidad. Esta pregunta me la hago, porque siento que hoy en día, y sospechosamente cercana la fecha de las próximas elecciones presidenciales, una avalancha de personajes arrepentidos aparece contrito en todos los medios de comunicación, pidiendo un perdón que no conmueve a nadie, ya que es muy parecido al perdón que podría pedir un niño descubierto de improviso con sus manos en el galletero.

Con la misma mordaza comunicacional de entonces, nadie se habría esforzado en mostrar un rostro arrepentido, ya que Chile en esos días era un país ciego, sordo y mudo, a la intemperie de los sucesos y abandonado a su propia suerte. Los que hoy piden perdón en las actuales circunstancias, en ese entonces habrían atizado las llamas del desprecio sin remordimiento alguno.

Como decía al principio, los tiempos cambian, pero el hombre continúa siendo el mismo zorro oportunista, cuya hipocresía no alcanza a ser disimulada tras su falsa mueca de arrepentimiento…