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La aldea de Li Dao fue invadida por una plaga de moscas de ojos descomunales y probóscides como púas. En poco tiempo todos cayeron en la enfermedad del sueño al recibir sus piquetes.

Li Dao escapó buscando ayuda cuando las moscas se hartaron de causar estragos y partieron en una nube densa que bloqueaba los rayos del sol.

Li Dao se dirigió al escondrijo de un viejo sabio y apático a quien pocos habían visto. Llegó a su cabaña de bambú después de una semana.

Se presentó con respeto, pero el viejo lo ignoró. Li Dao no dijo nada y se sentó a un lado del sujeto de rasgos tirantes como escultura de cera.

Descendió la noche y Li Dao escuchó las únicas palabras que pronunciaría el viejo en mitad de la oscuridad: “Déjame en paz”.

Li Dao permaneció en su sitio con terquedad. Sabía que no tenía alternativa. Su esposa y su hijo se sumían en el sueño junto a las demás personas de su aldea, y sólo el eremita podía ayudarlo.

El viejo se incorporó para observar la serenidad de la luna. Entonces aceptó conversar.

Li Dao le explicó todo y pidió su ayuda para salvar a su gente. El viejo meditó varios minutos. Penetró en su choza y salió con unas hierbas extrañas que le mostró a Li Dao mientras le aclaraba dónde podía encontrar más y el modo de preparar la infusión que libraría de la peste a los enfermos.

El viejo se aproximó con las hierbas y Li Dao reparó en el meñique mutilado del anciano, quien entregó el remedio aclarando que de pequeño había sido atacado por una ardilla, a la que mató con un tronco para vengar la mutilación de su dedo.


Li Dao partió en busca de las hierbas que arrancó a la vera de un río. Días después llegó a su hogar y preparó las infusiones como le indicó el viejo.

Les dio el medicamento a su mujer y a su hijo, quienes volvieron en sí de forma milagrosa. Luego los tres repartieron la cura entre varios que a su vez hicieron lo mismo, hasta que todo el pueblo retornó a la normalidad.


Li Dao reposaba junto a un ciruelo durante la luna nueva del día siguiente, pero fue interrumpido al ver que su esposa angustiada cargaba a su hijo con la mano cubierta de sangre.

Li Dao se incorporó y quedó sin habla al descubrir la herida del meñique del niño, y después oyó la explicación nebulosa de su mujer sobre el ataque de una ardilla a quien el niño mató con un tronco.

Li Dao se dejó caer cual muñeco de trapo al percibir en su mente la gestación súbita del recuerdo donde su madre lo abrazaba luego de la agresión de una ardilla a quien mató con un tronco. Dirigió la vista a su izquierda y atestiguó el desvanecimiento de una falanje que dejó exhibido el muñón del dedo con una cicatriz antigua.

Cerró los ojos al sentir el desborde de los años como hojarasca. Levantó los párpados arrugados y Entendió que él era el niño y él era el viejo ermitaño de la cabaña de bambú. Y sonrió al percatarse de algo más inasible aún: era un recuerdo.

Li Dao se difuminó como humo luego de formular una frase esquiva como aleteo de mariposa: “Tao es el camino de la vacuidad del universo”.


Lao Tse abrió los ojos bajo la sombra de un ciruelo al retornar de una meditación donde rescató una frase esquiva como aleteo de mariposa: “Tao es el camino de la vacuidad del universo”.

Unió las palmas al reencontrarse a sí mismo en la plenitud de su vejez, agradeciendo a los dioses intangibles por su nacimiento a la sabiduría, soslayando la súbita deformidad de su meñique.

Texto agregado el 03-09-2013, y leído por 352 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
14-09-2013 Gran cuento, con profundas resonancias. Me ha encantado. luciaelsol
07-09-2013 La mosca tse tse, el Tao son los pretextos para que narraras este extraordinario cuento. Aplaudo sinceramente tu talento. Un abrazo. umbrio
06-09-2013 A mi recuerda al maestro pintor que desaparece en su cuadro. Hace reflexionar ayudado por el marchamo de narración en torno al fuego. Egon
04-09-2013 Me recuerad un cuento que leí... creo de... Hesse, el principio activo de la historia era el mismo. Me gusto mucho amigo. Cinco aullidos aleccionados yar
 
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