CANCER
¡Qué loquita que eres, mi amor!, repetía, en tanto que acariciaba mi frente húmeda por el sudor producido por la fiebre al bajar. ¡Qué loquita!, ¿cómo te va a dar cáncer, si eres tan joven?, por gusto te enfermas, ¿ya ves?, ahora tenemos que pasar el año nuevo aquí en el hospital.
No le puedo contestar, tubos y mangueras entran y salen por todos los orificios de mi cuerpo encogido en las últimas tres semanas. Lo escucho, lo miro, unas lágrimas más saladas que de costumbre llenan mis ojos secos, y desbordan por las comisuras llegando hasta mis labios. Siento que la nariz se me llena de mocos líquidos y me estorban los tubos que entran por ella. Quiero aspirar los mocos y me ahogo, empiezo a toser y vomito un líquido viscoso y transparente. Jaime aprieta el timbre para que se acerque una enfermera. Se aparta de la cama con asco, tapa su boca con el pañuelo, me mira con lástima. Le toca el hombro a la enfermera y le dice despacio que mejor se va para que yo esté más cómoda. Y se marcha.
La enfermera me asea y cambia con dificultad las sábanas mojadas por el vómito. Con maniobras ingeniosas me cambia el pijama sin desconectarme de la tubería. ¡Qué bueno su esposo señora, se ve que la quiere mucho!, dice, y sonríe mientras lo dice, y yo no le creo.
He dormido, me deben haber puesto algún sedante en el suero. Miro el reloj en la pared frente a la cama. Son las 12 de la noche, claro ahora recuerdo, es Año Nuevo, empieza el nuevo milenio. Es por eso que he despertado, los petardos y camaretas del barrio vecino al hospital revientan casi en mis oídos. ¡Que viva el año nuevo, pienso!, trato de imaginar a Jaime y en mis archivos de memoria no aparece su cara, recuerdo a mamá, a papá y sus rostros son aquellos de cuando yo era una niña, jugando en la playa o en el jardín. Pienso otra vez en Jaime y veo solamente un bulto sin rostro bailando y cantando en una animada fiesta.
2 de enero:
Estoy en el tumbado de la habitación, entras con rosas rojas, recién bañado, perfumado, los zapatos seguro te los lustró Bolito, el niño que va los sábados a lustrarlos a casa. Miras la cama vacía, inmediatamente miras a la enfermera que acaba de ingresar. ¿Dónde está mi esposa?, ¿Qué le han hecho?, ¿A dónde se han llevado a mi mujer?
Debe ser fuerte, don Jaime. Ella ya no sufre más, lo llamamos muchas veces pero su celular estaba apagado y en su casa nadie contestaba el teléfono.
¿Cuándo fue?, preguntas, con lágrimas en los ojos.
La madrugada del 1 de enero. 1:45 am, hora de deceso.
Me escabullo en tu mente y en un hueco negro y oscuro siento tus pensamientos. ¡Qué pena, pero que alivio!, piensas. Te limpias las lágrimas con tu pañuelito perfumado y dices con voz entrecortada: me hubiese gustado estar aquí.
Debió haber estado aquí, responde la enfermera.
¡Qué loquita mi amor, cómo te vas a morir el 1 de enero!, das media vuelta y te marchas otra vez.
20 de enero 2005
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