Ese día despertó con la convicción absoluta de que había fracasado, ya no había vilo en su vida respecto a la penosa situación de no ser más que un fracasado, que su vida era falla, tras falla y tras falla. Un fiel ejemplo del poder de las leyes de Murphy en la vida de un pobre desgraciado, el pobre animal que había nacido sin razón alguna de ser o existir, lo hacía por la inercia propia de vivir, ese instinto de sobrevivir a la adversidad de la serie de eventos desafortunados que describían cada uno de sus pasos. Desde la niñez había sido así, dificultad para leer, torpe de manos y de bajo nivel social, el hombre en ese entonces niño no era más que un resabiado por la sociedad de los niños indolentes, un extraño ser que había tomado forma humana para deleitare de la belleza de un infante, o para dejar de ser ignorado por su sociedad de sub-hombres que vivían bajo tierra y era más horripilante que el hombre que camina a pie sobre bosques y pastizales. Llegada su adolescencia, la situación no podía ser que peor, las miradas nocivas de unos niños indefensos se habían convertido en comentarios corrosivos dispuestos a matar el autoestima de cualquier ser, el pseudo-hombre, ahora deforme por el ataque hormonal, propio de su edad, pero que los otros jóvenes veían con tanto repudio por el caso tan preocupante que el hombre de la inercia llevaba a cuestas, aun así burla, tras burla, golpe tras golpe, humillación tan humillación, la vida seguía con su empuje, con su brío natural, y el ataque incesante de los jóvenes procreadores del trauma psicológico, pasaron a un segundo plano y su vida continuo, tras exámenes de biología, química, algebra, historia y literatura, y el encierro de su ser, en su alcoba, sobre su cama, y superando su inhabilidad de lectura rápida y comprensiva, vivía su días leyendo incesantemente sobre cosas que el mundo había olvidado, sobre cosas que el mundo vivía, sobre las que podrían pasar, sobre carruajes de fuego, doncellas en torres de plata, caballeros de mesa redonda sin mesa ni espadas, sobre bosques y brujas enamoradas de viejos y gnomos, leía tanto que olvidaba su carácter animal, olvidaba comer, dormir, hablar, hasta las actividades de iniciarse en los placeres de la carne de manera solitaria y virginal, nunca fueron conocidas por el joven lector, que después de rebosado de letras e historias cambió los sabores de la lectura por los vapores que producía el carbón al escribir en hojas de cuadernos viejos, en hojas impregnadas de café hurtado del despensa y golosinas de media noche traídas de días anteriores, fluyeron tantas letras, palabras, hojas y párrafos, que en menos de lo que esperaba tenia estructurada una historia de 156 hijas escritas a mano, a pulso, a base de café y chocolate derretido, por primera vez sintió una aire de orgullo, el orgullo causado por la tarea culminada, por la meta alcanzada, por el logro cumplido, pero como su sentido común estaba desfasado 180 grados al sentido común de la humanidad denominada como normal, por ellos mismos, por su inmunda necesidad de ser normales y de ser iguales entre todos, tomó hojas terminadas y en caja de zapatos la ocultó debajo de su cama, el horripilante lugar que nunca había conocido la luz del día, el lugar que nunca había sido limpiado, un lugar donde su subconsciente sabría que ese extraño comportamiento del hombre sin sombra podría mantenerse a salvo, como secreto entre las manos, la somnolencia atacada por una dosis letal de cafeína y el subconsciente, único espectador y deleitado con las letras.
Como la vida es de circunstancias tan extrañas como su propia existencia, como la vida hace con los destinos de los hombres, hasta aquellos que no poseen sombra lo que plazca de ellos, la caja olvidada emergió de la oscuridad a causa de un inocente juego entre un perro y su cola, el bendito cuadrúpedo hastiado de no poder alcanzar la alargada protuberancia en que terminaba su cuerpo, vio en la distancia de un cuarto oscuro y con olor a humor de chivo encerrado en temporada de lluvias, una caja de zapatos. La curiosidad del animal había cambiado repentinamente, ahora giraba en torno al extraño objeto de cartón ya empolvado, y sin más, olvidando cola tomó caja en boca y revoloteó por todo el lugar liberando 156 hojas con olor a café, con carboncillo pálido y ya marcadas por el tiempo con tonos ocres y amarillos, la madre del hombre, al ver el alboroto del can, le golpeó más para que detuviera la pernicia que tenía, que por los destrozos que había causado por todo el lugar, y al pasar el alboroto notó el desorden de 156 hojas botadas en el piso, las tomó con la necesidad de enviarlas a la basura, pero al ver la letra de su hijo único, que realmente no conocía muy bien por lo hermético del joven, por el poco espacio que le brindaba y que ella no solicitaba, por los mínimos momentos compartidos vio la oportunidad precisa para buscar pistas de aquel a quien llama hijo, pero más llevada por el morbo de lo que se atraviesa en la cabeza del joven que no conocía, pero que sabía que era su hijo que por su necesidad de ser madre, tomó el compilado de 156 hojas, escritas a mano, y encerrada en el estudio de su casa, entró en un estado tan idéntico al de su hijo que por primera vez en su vida parecían compartir algo, tener ese defecto común. Encerrada con cafetera a rebosar y cigarrillos para aliviar un pelotón en tiempo de guerras, la mujer se ensimismó por días buscándole orden y sentido a las amarillentas hojas de su hijo; estado que no se supo si fue alimentado por el morbo de una madre devota, o fue un efecto que heredó el lector del escribano de los manuscritos de tanto humor y piel muerta acumulada en las hojas que contenían la historia. Al salir, la mujer salió completamente transformada, renovada, la mezcla de nicotina, café y letras habían causado tanta mella en la mujer que no hizo más que sentarse a llorar, lloró horas y horas lagrimas sabor a café rancio, lagrimas necesarias para la desintoxicación. Paso a seguir, liberada de tanto sentimiento, se dirigió a la mejor editorial del país, y llevando los manuscritos ahora untados de lágrimas, entregó y esperó respuesta; días después, una carta de más de cinco hojas aprobatorias de lo que sería la obra más enigmática del mundo y con un extraño olor a café rancio daba visto bueno a la publicación del manuscrito, lo siguiente es por todos conocidos, un mar de lágrimas, café y lectores entusiasmados se volvió en pandemia en menos de un año, el joven sin sombra, ahora tenía por sombra a medios de comunicación, escritores famosos, críticos, fanáticos, gente necesitada de ayuda, académicos universitarios, sellos publicitarios, dueños de librerías, jóvenes artistas y hasta mujeres necesitadas de amor, el joven que había escrito las paginas ya no existía, ahora era un hombre de 24 años que terminaba sus estudios universitarios en economía y que no sabía qué hacer ante la presión de la gente, había evitado todo contacto en sus años anteriores, porque más que daño, habían causado repudio hacia la humanidad, tanto que había olvidado hablar por el placer de hacerlo, así que solo se resumía a responder lo más explícito y concreto posible, por esta razón, todo su contacto social terminaba por ser truncado, y a pesar del evidente truncamiento la sombra seguía creciendo, el efecto bola de nieve, el efecto domino era cada vez más grande, la multitud crecía, la sombra se hacía tan densa, tan pesada de cargar que estalló, estalló y cayó en un profundo sueño.
Ese día despertó con la convicción absoluta de que había fracasado, así era, su vida completa desde que nació era un completo fracaso, llantos que jamás se escucharon, preguntas que nunca fueron respondidas, golpes, humillaciones, engaños, la maldita suerte de convivir con gente tan fracasada como él; odiaba a la gente tan arraigada a lo que se daña, acostumbrada a su mercado de sentimientos, acostumbrada a ser mercancía de otros, odiaba las letras, las que tanto lo habían alejado de esa realidad, las únicas que lo entendían, pero ahora le habían dado la espalda, le habían apuñalado entre el atlas y el axis de su existencia, malditas letras, habían causado todo, todo el fracaso en su vida, su vida sin sol, sin amor, sin amigos, sin necesidad de nada, y ahora todos necesitaban de él, todo por las malditas letras, le había fallado tanto. Ya no sabía qué hacer, su vida había perdido el sentido de manera completa, o tal vez, solo tal vez, nunca tuvo sentido, fue un ser sin vida, tan propio como su cuerpo sin sombra, y ahora, cuando empezó a tener sentido, dejo de tenerlo para él y ya no valía la pena su trayecto. Que debía hacer? Lo más evidente volver a ese estado tan propio que él, pero la situación apremiaba una reacción rápida.
A su mano una camilla donde reposaba, maquinas que median sus signos vitales, una bandeja con unos alimentos ya pasados por el ambiente, un sillón y un ventanal tapado por persianas verdes, se asomó un séptimo piso, la ventana estaba sellada, salir era el riesgo de volver a su vida de fracasado, que hacer, primero, cerró con llave, quito electrodos de su cuerpo y desconecto las maquinas, debía estar sereno y se sentó, en el silencio lo primero que escucho fue suicidio…. SUICIDIO! En que estaba pensando, su vida ya era muy absurda para acabarla de manera tan imprecisa, igual, no era que no apreciara la vida, solo que no entendía el carácter social del hombre, aplicar en su ser el harakiri, ser kamikazi de su propia embarcación, y no le encontraba sentido en lo absoluto, el tiempo se agotaba, que podía solucionar, salir, no preferiría la pasada y ridícula idea del suicidio, no soportaría volverse un animal social, como perros compartiendo la basura en un callejón, buitres compartiendo un cuerpo de elefante en la sabana africana, no soportaba la idea de sentirse un animal de compañía, no soportaba ser animal, sería tan bajo, tan fangoso y purulento como un jabalí o un hipopótamo nada majestuoso veía en los animales, aparte de ser recurso del avance a la sociedad, los odiaba, y odiaba a los humanos, y se odiaba él, se odiaba, tal vez si merecía morir…. NO, no puedo pensar en suicidio, se decía, la idea era cobarde, y así como todas las circunstancias de la vida, así como el día que nació, que empezó a leer, que empezó a escribir, el incidente del perro, su madre y sus lágrimas de café rancio, tal vez debería aprovechar su condición peculiar y ser ermitaño, esa era la solución escapar a parajes, a bosques, a valles, a llanuras, a montañas, vivir de la naturaleza vivir, como un animal del bosque, todo lo llevaba a ello a su condición animal, vivir con sapos, con sanguijuelas, moscos y moquitos, serpientes, escorpiones, cucarachas, búhos, ciervos, osos, peces, arañas, vivir entre animales, era vivir como uno de ellos cazando, recolectando frutos y flores, tomando agua sin procesar, por algo amaba la civilización, el vivir en la selva de acero y cemento, la posibilidad de alimentar un ser perezoso y que detestaba los oficios de a carne, la inoficiosa actividad de ir l gimnasio le parecía cosa de pavo reales, excusas para asediar al sexo opuesto en búsqueda de actividades copulativas, que acto tan nauseabundo, definitivamente escapar no era la solución, la solución, estuvo al lado de su camilla, una botella oscura con Halotano, como había pasado? Como alguien pudo ser tan descuidado de dejar tan valioso químico, tan importante sustancia usada solo en labores de anestesiología, en un cuarto habitado por un hombre sin sombra pero con sueño eterno? Simplemente las preguntas no fueron respondidas, no las necesitaba, solución había encontrado a su dilema, como si fuera hecho a propósito, un pañuelo de fino lino de color oscuro al lado de la botella, era casi cosa de la providencia que tal situación se diera de manera tan…. Fácil, era fácil, tal vez alguien quería que siguiera con su sueño eterno, era tan evidente, alguien deseaba que se mantuviera su estado de letargo infinito, y el simplemente también lo quería, lo deseaba, volver a su caverna de ideas y sueños en blanco y negro, así que tomó la botella la impregno con el suave y agradable aroma del Halotano y escondiendo la botella con el suero de Morfeo entre el sillón del cuarto cayó de nuevo en sueño, y que pasaría cuando se acabara el contenido de la botella, pues cada día con su afán.
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Un día una madre robó un frasco de halotano del hospital central de una cuidad de país sin nombre, roció con el contenido un pañuelo de lino azul oscuro, y de manera premeditada, se lo dio a su hijo para que aliviara la congestión nasal de un resfriado común, el hombre cayó en un profundo sueño, días después la mujer salió a comprar flores para decorar el cuarto de un hospital, olvidando la botella de halotano y el pañuelo sobre la mesa que acompañaba al cuarto, cuando llegó el frasco había desaparecido y el pañuelo estaba tirado en el piso, el ambiente tenía un hedor a café amargo, y la madre lloró una vez más, recordó con odio el día que encontró las 156 hojas y sin querer alivio su llanto con un pañuelo de lino azul oscuro que estaba en el suelo, ahora duerme junto a su hijo, el hombre sin sombra que sueña en blanco y negro.
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