La luz descansa sobre el lomo de las aguas,
Y sus manos ciegas buscan la lluvia.
Recordó todos estos años,
Cansado de intentar descifrar, sin fortuna,
El críptico lenguaje de los vientos y las tempestades.
Vago sin descanso, primero en bibliotecas infinitas,
Hurgando entre los libros los secretos y arcanos que le quitaban el sueño.
Luego, desechó toda búsqueda libresca, se adentró
Por los sitios más sórdidos y tortuosos de la gran urbe.
Ningún lupanar, callejón o pozo oscuro del vicio o la degradación humana
Le fueron desconocidos, lo conoció todos.
Al final hastiado de tanta podredumbre
Se alejó de la gran ciudad
Y se refugió durante años en lo más profundo de una exuberante selva.
Fueron años de vivir alejado de la civilización,
Vivió como la más libre y salvaje fiera en ese denso universo.
Hasta que un día viejo, cansado y ciego
Le llego de pronto como una revelación
Lo que le había dicho su abuelo cuando
Fueron a caminar bajo la lluvia en un campo abierto
Y con una voz paternal le dijo:
“Hijo mío, solo cuando seas capaz de alinear tu alma con las estrellas,
Con el rumor del bosque, con el canto de las aves y la música de la lluvia, solo entonces,
Comprenderás que vive en ti alguien mayor y más grande. Déjale a él toda la carga y toda la
Preocupación que inunda tu alma. Y verás que entonces, vivirás libre como las aves que surcan el
Cielo.
De niño no lo entendió, y tuvo que pasar más de 70 años para recordarlo.
Una sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro.