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Soy yo el que escribe, no un ser omnisciente ni nada extraño. Lo hago para buscar la gloria, el triunfo. No hay otra razón. En las oficinas no puedo desenvolverme correctamente. Soy demasiado débil para soportar esas constantes pruebas que los jefes y compañeros ponen. Ni siquiera entiendo cómo esos diablillos risueños son capaces de urdir trampas tan sutiles. Mientras tanto yo batallo por aquí con un trastorno mental, por allá con una flema sangrante que escupo al toser, y siempre con el consabido sinsentido de la vida que se me mete hasta los huesos. Esto que escribo no tiene nombre, no tiene género. Llámese intento por dar la campanada a través de las letras. Llámese lo que sea. No sé cuántos años me queden de vida al paso que voy. No sé cómo seguir con el hilo de esta cosa. Vuelvo a las primeras líneas, a ver qué me dicen, y continúo aquí con algo que me venga a la cabeza. Este es mi intento de vender libros, como cualquier otro escritor. No quiero mencionar nombres de escritores. Pero de que los hay, los hay. No pretendo comprometerme contando algo personal, porque lo he hecho antes y no ha funcionado. Uno se siente idiota al contar tantas vergüenzas de la vida real. Más vale sacarle la vuelta a todo eso. Y creo que podemos lograrlo, no sin esforzarnos un poco. Tal vez estoy mal, es importante aclarar eso. Siento que tal vez estoy mal, pero aún así es lo que pienso. Pienso que lo mío es escribir, por la simple razón de que estoy bizco. Y cuando estoy en cualquier lugar no puedo dejar de pensar que estoy bizco. Sobre todo cuando la gente me mira a los ojos, como tratando de adivinar mis verdaderas intenciones. En mi mirada sólo encuentran un espacio en blanco perturbador. Y después se echan a reír todos juntos ante el misterio que represento. No puedo estar con eso en ningún centro de trabajo, donde se gana el dinero, que sirve para adquirir los medios de vida, que hasta un bizco necesita. Sin embargo la gente se va haciendo vieja, se va deteriorando y van cambiando de parecer cuando la muerte les pega un susto. A mí me ha pasado que la muerte me pega un susto. Es tan real lo feo de la vida. Pero antes de todo eso queremos alcanzar la gloria. Queremos poder decir: fui alguien que a pesar de ser bizco, escribí ese libro que todos disfrutaron, no por lástima, sino porque realmente era bueno. La gente ya no siente esa famosa lástima. A veces creo que la gente no tiene sentimientos. Soy un ser vulnerable rodeado de robots sin sentimientos, que trabajan con increíble eficiencia. Pero no quiero aburrirlos. Realmente no tengo mucho que decir. No soy tan interesante como alguna vez pensé. No soy tan alivianado. Tengo miedo todo el tiempo. Incluso me he hecho cristiano, y espero que Dios me ayude a escribir un libro. Ya que yo no lo puedo hacer. Y ese es el punto con el que debí haber comenzado. Yo no soy yo, y tú no eres tú. Siempre he carecido de recursos para decir lo que descubro. Pero es importante decir lo que uno cree haber encontrado. La verdad que uno cree haber descubierto quizás por casualidad en ese universo misterioso de la mente. Y es que ya ha sido dicho antes por otros escritores. Pero estoy seguro que no quedó claro. Si la gente hubiera entendido el sentido de aquellas frases puedo jurar que no estarían haciendo lo que hacen. No hay nada que nos pertenezca. Incluso estas letras las escribe el destino. Y si voy a registrarlas para los derechos de autor y me hago rico, será una injusticia o será cualquier cosa, porque lo que yo haga con ese dinero no lo haré yo, lo hará el destino, la obra que ya está escrita, y yo sólo estoy haciendo lo que corresponde, sin que pueda hacer esto o aquello otro. No soy el primero en decir algo más o menos así. Pero quizás ayude a algunos incautos que van camino a comprar un oso de peluche rosa para regalarlo a su amada. |
Texto agregado el 30-08-2013, y leído por 139 visitantes. (1 voto)
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