No supo hallar las respuestas indicadas a preguntas no adecuadas. Qué importancia tenía seguir martillándose la cabeza con dudas existenciales, si la vida se le antojaba tan efímera y por demás absurda.

Qué ironía, hace algún tiempo atrás, tras sufrir un ictus, el médico le había recetado antidepresivos de forma prolifáctica, pero en vez de prevenir su demencia, fue el origen de la proliferación de ideas algo desquiciadas.

En fin, de pensamientos triviales pasó a hundir estratagemas de futuros actos criminales. Apagó la televisión. Y antes de salir, se dirigió al cuarto de castigos donde se hallaba un hombre de 50 años aproximadamente, atado a una silla metálica. Con tenazas en mano, extrajo violentamente el último diente de la boca ensangrentada de su víctima, auiles, un cuentero de estatura mediana, al que recluyó horas atrás, después de darle una tremenda golpiza que lo dejó inconsciente. Puso el diente en un frasco lleno de lenguas, molares e incisivos. Sonrió. Se lavó las manos. Abrió la puerta y se dirigió a aquel mundo hostil que tanto lo perturbaba, para continuar con su inusual colección.




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