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Si, me trata muy bien, demasiado bien. Basta que me aparezca en su negocio para que sus ojos se iluminen y sonriendo angelicalmente, me pregunte como estoy. Es una mujer muy comunicativa pero percibo en ella ciertos rasgos de coquetería. No, no es para nada fea y más bien joven. Me cuenta de sus avatares, de su vida familiar y cuando aparece su esposo, un gordo de apariencia bonachona, le dice: -Le contaba al caserito sobre esto y aquello. Y el hombre sonríe, dejando ver una larga hilera de dientes saludables. Me despido con cordialidad porque ambos me parecen una pareja perfecta: ella locuaz y alegre y el tranquilo y reposado.

Regreso días después y ahora sólo está el esposo. Me atiende con su consabida sonrisa y al preguntarle por su esposa, me dice que tuvo que viajar donde su madre que vive en San Felipe. Me retiro pensando que ellos deben complementarse muy bien.

Semanas más tarde, me aparezco en el negocio. Está atendiendo la esposa, quien, al verme, pega un salto y de inmediato acude a su rostro lozano esa sonrisa amplia de dientes parejitos. Es indudable que le soy simpático, quizás existe algo más, pero es obvio que yo no le voy a preguntar.
-Para mi caserito preferido le voy a vender lo mejor. Dígame que se le ofrece mi lindo.
-¡Guau!- ladro para mis adentros pero no exteriorizo ninguna emoción, salvo esta sonrisa deslavada que por otra parte es la única que tengo y que me sirve de comodín para la situación que se me presente.
-Mire-me dice batiendo las pestañas- esto va de regalo y no diga nada, ya que es una atención de la casa.
-Pero casera, como se le ocurre- reclamo y ella se adelanta… y me pone uno de sus dedos en mis labios.
-Ninguna protesta, mi lindo, esto se lo doy de corazón y no se hable más
Al entregarme el cambio, siento que su mano tibia se queda enredada entre la mía. Me guiña un ojo, enrojezco.

Durante varios días me siento podrido. Me desacomoda la idea de la infidelidad. Acaso sólo me imagino cosas, tal vez ella es demasiado cariñosa y nada más. ¿Y si no? ¿Y si realmente está interesada en tener algo conmigo? No, yo no podría hacer algo así, primero, por lealtad a ese señor que me parece simpático y segundo, porque por muy apetecible que sea la mujer, uno no puede estar involucrándose con la primera que se le ponga por delante. No, no es decente. No.

Regreso de todos modos al negocio aquel porque estoy intrigado. Además, es halagador que alguien le demuestre a uno algún tipo de admiración, es natural, uno es medio narcisista en esas cosas ¿Para qué negarlo? Claro, está sola una vez más y de nuevo comienza el ritual de las sonrisas, de sus palabras cada vez más melosas, lo que supone un avance de su parte. Yo, estoico, pido la mercadería, utilizo mi sonrisa de fogueo y le respondo con cortesía. Es tarde y el negocio está vacío. Sólo ella y yo, nadie más. Le pregunto por su esposo y hace una mueca de desagrado. Se acerca insinuante y me dice con un susurro de voz:
-Ayúdame a bajar la cortina. Es hora de cerrar.
Ella me ha tuteado. ¡Horror! Eso significa una sola cosa: que trata de estrechar lazos para que esto sea algo entre ambos.
Bajo la cortina, y dejo un espacio para salir pero ella me aferra un brazo y me dice dulcemente: -No te vayas.
Si sufriese de una enfermedad cardiaca me muero allí mismo. Ella finaliza la faena, cerrando la cortina totalmente y debo reconocer que lo hace con más facilidad que yo. Luego, toma mi mano y me conduce a un pequeño cuarto que está detrás de la dependencia.
¡Me muero! Se está quitando la blusa ¡Oh Dios! ¡No lleva nada debajo! Conduce mi mano trémula y la posa sobre uno de sus pechos. Me contempla con ojos ardientes, su boca está entreabierta, tiemblo ¡No no no! ¿Qué hago aquí? Se aproxima lentamente, musita algo que no entiendo, parece una oración, no, es un poema, o la letra de una canción, no sé. Su rostro está a micras del mío, no debo hacerlo, no puedo, no puedo…
Y en ese momento, mi ser irracional fluye espontáneo y se desboca y se encabrita. Entonces me desnudo y me dejo desnudar mientras amaso suavemente sus pechos de una blancura inmaculada como la virtud que esa señora seguramente no posee. Nos revolcamos entre sacos repletos de harina, volteamos cajas y tarros de conserva y reímos desaforadamente y nos besamos y nos saciamos hasta que…
La cortina del negocio suena con estridencia al ser izada violentamente.
-¡Marta! ¡Marta! ¿Estás allí?
Es el marido, que de dos pasos está encima de nosotros y sucede lo irremediable: Abre tamaños ojos y entonces me doy cuenta que en ese rostro apacible también había lugar para la furia. Sus enormes manos se agarrotan y sin pensarlo dos veces se abalanza sobre el mesón y agarra un enorme cuchillo.
-¡Puta de mierdaaaaaaa!- brama y antes que yo pueda reaccionar, se arroja sobre su mujer y la degüella de un feroz tajo. Ella se queda inerte, desnuda y ensangrentada entre la mercadería en desorden. El hombre se vuelve hacia mí con sus ojos sanguinolentos.
-¡Me toca!- susurro y me paralogizo ante la aterradora posibilidad de morir en cosa de instantes. El filo viene hacia mí, veloz y justiciero. Y antes que alcance a musitar una última oración…

-Caserito, caserito ¡Ya pues! ¿Qué está sordo acaso?
Agito mi cabeza del mismo modo que cuando despierto de un sueño perturbador y…la veo. Es la vendedora que me está entregando la mercadería con su seductora sonrisa.
Era todo una terrible pesadilla, me estremezco ¿Puede uno soñar pesadillas estando despierto? Bueno, yo puedo. Esta imaginación mía tan dueña de sus actos. Cuando se libera, me transformo en una especie de zombi sonriente y aunque pase una locomotora sobre mí, no me doy por aludido.
Somnoliento, escucho la andanada de palabras de la mujer y yo le sonrío y asiento con la cabeza hasta que escucho lo siguiente:
-Ayúdame a bajar la cortina. Es hora de cerrar.
Me despabilo instantáneamente. Abro mis ojos en señal de espanto y antes que la mujer pronuncie otra palabra, salgo corriendo desaforado.
Nunca más regresaré a comprar a ese negocio. Lo juro por mi santa madre…


























Texto agregado el 29-08-2013, y leído por 223 visitantes. (1 voto)


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