EL CONFUSO ESCAPE

Hoy cuento una historia que traía conmigo hace unos años, los nombres no son reales, aun sigue siendo buscado, sabiendo que la muerte lo encontrara primero.
Tal vez la desesperación de un hombre encerrado en sí mismo, hace de un desconocido un cable a tierra.

Hablo de Ursuriaga, quien me conto esta historia que paso a relatar con pocos hechos demostrados, pero que solo aconteceré los que pienso son reales.
Gaite, un alemán nacido alrededor de 1928, que aun vive por la zona de Gualeguay, pero que nunca volví a escuchar de él, ni mi intención fue averiguarlo.
Había llegado al país, desde Alemania, después de una trágica tarde de otoño, desconozco la ciudad de los hechos. Pero allí se supo que mato a sangre fría a un prisionero político por causas de estado (tal vez en aquellas fechas hayan sucedido varios casos de estos). Fue Gaite mismo quien entro a la cárcel, pidiendo una cita, y una vez cara a cara, sin ninguna mueca de nervio, le clavo en su pecho lo que ahora entiendo era un facón típico de esos que hoy se guardan en los cajones de los escritorios, con sutil resignación para lo que fue creado (según Borges). Una breve espada que fue hecho en la tierra sureña de América, la Patagonia (alguien pudo verificar su marca y su historia). Desconozco con fidelidad la causa del asesinato, pero acaso por su viva voz de la crónica que fluía fresca y viva como con adrenalina, logró matar y escapar la misma tarde del hecho.
Su destino fue argentina, la Patagonia más precisamente. Y aquí entretejo mi pensar, de un triangulo que termina en una misma persona. Fue en esa recóndita lejana llanura sureña donde fue anticipado su accionar homicida, donde la creación del arma tuvo su origen. De la misma manera que cada persona ya tiene su destino fijado desde antes de nacer, adelantado por aquella niña que juega a ser madre, y ya nos propuso un nombre, y nos marca un camino.
La Patagonia es donde aquel lastimoso metal templado fue creado; por eso Gaite allí eligió vivir, lejos de todo, lejos de sus propias raíces, ni castellano entendía. Con el tiempo se fueron arrimando palabras, algunas inentendibles en su lengua, de todos modos era taciturno como la luna en el mismo frio del sur.
El propio creador del facón, aquel conocido herrero, por su trabajo artístico de las talladuras y templanzas, ya no existía, la vejez fue cobrando su vida. Su taller, sus herramientas, ya nada queda. Sus recuerdos solo eran leyendas de paisanos cercanos, pocos entre ellos quienes lo vieron alguna vez en su arte, trabajando. Algunos ya antepasados. Y Gaite al tiempo convertido en paisano, no diferente a los que ya conocemos. La mística de su andar invocaba al ex herrero, entendido como un dios para Gaite mismo, su propio Dios, aquel artesano de su matanza, porque ese asesinato estaba marcado en el destino, y fue para su contento o sosiego contemplado desde el cielo (o el infierno) por quien lo creara, con pasión, con recelo de ser el propio creador mismo, con locura de sucumbir su ilusorio destino en ese momento, que ya abre paso a lo real, que ya desgarra carnes y cumple su función de matar.
Una cruz llevaba encima ese facón, que hoy lo guarda Ursuriaga en Gualeguay, donde vive, donde aun se manifiesta Gaite en la herrumbre de su acero, que se mantiene intacto al recuerdo ajeno de mi compadre relator.
¨Gaite hoy se escucha en Gualeguay, el sur ya no lo descifra, como si él nunca hubiese estado allí.¨
Entonces yo mismo inferí la represión de Ursuriaga; que se adivina como reflejos de ilusiones, las dos caras de una misma moneda, Gaite nunca existió, el asesino es el relator, a quien yo escucho.