Sin duda alguna, yo nací para correr, para competir. Las piernas se me iban solas, el sudor me refrescaba, y el corazón me marcaba un ritmo acompasado, como música, mientras corría. ¡Cómo disfrutaba en la pugna por ganar cada carrera en la que participaba! Con sólo cinco añitos gané mi primera medalla de oro. Y a los 16, me seleccionaron para disputar los campeonatos juveniles nacionales que se celebrarían en Galicia. Los ganadores disfrutarían de una beca preparatoria en la escuela de alto rendimiento de Barcelona.
Cuco Pascual, el seleccionador y preparador físico, junto al doctor Rubio, diseñaron un específico plan de entrenamientos y alimentación para convertirnos en auténticos atletas. De los veinte chicos seleccionados en principio, sólo quedamos tres: Luis Sánchez, en 800 metros; yo, en la distancia de 1.200; y "Picapiedras" en 3.000. Durante meses, Cuco Pascual, siempre cronómetro en mano, nos sometió a durísimos y variados ejercicios de velocidad, musculación y resistencia. Y a falta de dos semanas para el comienzo de los campeonatos, nos concentraron en el Parador de Las Cañadas del Teide, a dos mil quinientos metros de altitud, para que respiráramos aire puro. A los complementos vitamínicos de nuestra dieta, añadieron unas cápsulas rosadas, que tenían la función de provocar un aumento del metabolismo. Nunca oímos hablar de asteroides anabolizantes, testosteronas, ni nada por el estilo. Sin embargo, días antes de abandonar la concentración, nos extrajeron, a cada uno de nosotros, sangre, que guardaron en bolsas de plástico. Ya en Galicia, y antes del comienzo de los campeonatos, se nos practicó una transfusión sanguínea.
La participación del equipo en las pruebas iniciales fue un fracaso. Incomprensiblemente, se me aflojaron las piernas. Cuco Pascual y el doctor Rubio nos echaron una bronca monumental. Sólo nos quedaba la prueba de 3.000 para justificar todo el gasto y la preparación que habían llevado con nosotros. Así que yo haría de liebre a "Picapiedras". La noche antes, el doctor me recetó doble cantidad de aquellas cápsulas rosadas.
Salí a la pista tenso, nervioso. Pero a medida que corría, soltaba la presión y me iba encontrando más ágil. Desde el principio me coloqué en cabeza del grupo, tirando fuerte. Sentía de cerca el aliento y las zancadas de los otros atletas. Llegaba el momento, según la estrategia prevista, en el que yo tenía que retirarme para que "Picapiedras" saliera lanzado. Pero como en aquel momento me encontré fuerte como un caballo, continué corriendo. Poco a poco fui dejando atrás a los otros atletas. Notaba cómo el aire fresco me entraba a chorros en los pulmones. Y de nuevo, el latir del corazón me sonaba como un ritmo musical. Corría como si volara por el óvalo de la pista de atletismo. Cuando a un nuevo paso por meta, sonó la campana de última vuelta, aceleré un poco más, y me separé claramente del grupo perseguidor. Una cámara de televisión me seguía. Cuco Pascual saltaba de júbilo y se abrazaba al doctor Rubio. Era mi día de gloria. Doblé a los más rezagados y encaré los últimos cien metros esprintando con fuerza y elegancia.
¡Campeón de España juvenil! ¡Tenía asegurada la beca! Aplausos, sonrisas, felicitaciones... Era el hombre más feliz de la tierra.
Sin duda alguna, yo nací para correr. Desgraciadamente, aquella fue mi única carrera de verdad.
Tres meses más tarde, quedé postrado para siempre en esta silla de ruedas, inválido. |