Sabes, anoche soñé contigo, soñé que me hablabas al oído, de decías cosas tersas y mágicas, me hablabas con delicadeza, con una suavidad solo conocida por los reyes del medioevo, en el sueño vestías de plata, ya alrededor tuyo aros concéntricos, aros de metal traslucido, cristalinos y compactos, te veías brillar desde los Alpes, veía como vibraba el mundo a tu alrededor, admirando la belleza de la pequeña diosa de pies descalzos y labios de ámbar, esa de ojos chiquitos, pero de mirada persuasiva. Sabes, en mis sueños eras perfecta, como en la vida real, tan sublime y mágica, como las hadas del oriente, las que permiten la llegada del sol en el firmamento, las que crean nubes de colores al batir sus alas. Sabes una cosa, en mi sueño eras rosada, verde, añil, turquesa y fucsia, en mi sueño eres del color perfecto, todos los colores y ninguno a la vez, tan diáfana a mi vista, tan lejana y poco palpable que me conformo con las palabras en este oído pecador, campanas clareadas por ángeles azules, de alas de plata, la misma plata de tu vestido de plumas de ángel, esas plumas que arrullan mi alma corpórea, que alivian mis dolores y orientan este sueño pecador. Sabes una cosa, quiero soñar contigo todas las noches, pero quiero hacerlos como si fuera una única noche, tan fría y pálida, con su luna noctambula y glaciar, esa que vigila nuestra morada, el lecho de jazmín secado a la sombra y de amores contados a tramos, pausados por los vapores del placer, enaltecidos por ellos mismos, por tus ojos dorados, por tu carne pura y virginal. Sabes, seguiré soñando contigo, lo haré con o sin tu consentimiento y permiso, abusare de tus alas, de tu esencia, y abusaras de mi vida, de mi cuerpo, de mi estructura molecular, de cada partícula que soy, que en sueños es el mundo que vibra, el hombre que piensa, el caballero de la doncella de plata, la diosa de los pequeños pies descalzos. |