Una pareja que abrazaba efusivamente en la concurrida plaza. Algunos se aproximaban con cautela para fijar sus ojos en ese par que se amaba con lascivia ante la mirada atónita de otros tantos que contemplaban de reojo la escena.
Tras una encendida sesión de besos y arrumacos, el hombre, ya de edad bien madura, le dio un beso en la mejilla a la bella chica y partió con el diario bajo el brazo. La mujer, extendió sus brazos al azar y otro señor, al parecer un poco menor que el anterior, se sentó a su lado y de nuevo los besos proliferaron a la par con los abrazos y caricias. La gente, un tanto retirada pero atenta al fragoroso encuentro, sólo contemplaba, al límite del pudor.
-Debe ser alguna cámara oculta.
-No cabe duda.
-O bien, la chica aquella es una desquiciada.
-Lo raro es que no se mueve de allí y los tipos van pasando uno a uno, como si la conocieran desde siempre.
-¡Que escándalo, por Dios!
-¡Que alguien pare esto por favor!
Ajena a todo aquello que se tejía, la muchacha no cejaba y continuaba recibiendo con sus brazos abiertos a jovencitos, ancianos, flacos, gordos, bonitos y dejados de la mano del señor.
-¡Muac!
-¡Re muac!
-Te amo, mi amor!
-Princesita rica.
Estos eran los requiebros de la chica con los circunstantes. La fila comenzaba a alargarse y hasta un importante señor de la política se había camuflado con una barba postiza que compró en una tienda cercana y aguardó su turno con disimulada impaciencia.
Una pareja de policías se aproximó al lugar y no viendo nada indecente en esto de besuquearse a abrazarse, continuó con su ronda diaria.
Llegó una ambulancia con un señor agónico y los enfermeros se abrieron paso entre la muchedumbre con el enfermo en camilla.
-Esto es un tema de humanismo, señores. El caballero está a punto de abandonar este mundo y nos pidió, porque lo vio en la TV, que lo trajéramos a este lugar, ya que no quería morirse sin sentir los labios de una muchacha en su boca.
La gente se retacó con respeto y cuando le tocó el turno al agónico, la chica lo besó con cariño y este fue un ósculo largo y sentido.
-Ha muerto- dijo un camillero y de los ojos de todos corrieron lágrimas.
Pero, la chica continuó dando besos y abrazos hasta que oscureció.
Quedaba mucha gente, cuando ella se colocó su abrigo negro y se despidió hasta el día siguiente.
Nunca regresó.
Al mes siguiente, Cecilia, que así se llamaba la chica, entregó su tesis de psicología, que trataba sobre la afectividad humana, la que, por supuesto, fue muy bien evaluada…
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