Tienes diabetes, me dijo el médico. Glaucoma, la próstata, los pulmones, etc.… La máquina se acaba. Noventa años y en dos meses más tendré noventa y uno. Los dedos de mis pies están destrozados de tanto caminar. Ya no tengo uñas. Manchas en los dedos y unos cayos como los de una tortuga. Ni pelo me queda… Mis ojos aún brillan, eso me da esperanzas. Quiero ser feliz siempre.
Iba a regresar a mi cuarto, pero, para qué al mismo lugar. Los libros suelen ser interesantes, pero la vida misma, las malas noticias lo son mas, al menos para mí. Use bastón, me dijo ese doctor con cabeza de coliflor. Pero, en verdad, algo de razón les queda. Cerca a mí había otro viejo. Estaba sentando. Me senté a su lado. Quería hablar con algo o alguien. Pero este pedazo de cartón con ojos parecía estar seco y respirando a la fuerza… Ya me iba cuando noté que a su lado tenía un lindo bastón. No soy ratero, pensé. Pero ya mi mente me ilustraba por paisajes llenos de verdor y yo con un bastón a mi lado, como ese mismo… Lo robé.
Decidí pasear, caminar un rato. Un muchacho me miraba a lo lejos. Supuse un ladrón. Lo único de valor era el bastón. El muchacho seguía mirándome. Le enfrenté y le dije qué carajos quería. Nada señor, tan solo miraba su lindo bastón. Gracias, le dije, si gustas es tuyo… Ya tengo muchos mas en casa… Anda llévatelos… El muchacho lo cogió y se lo llevó corriendo… Y yo quedé como un tonto, tonto pero contento con mis locuras… Recordé a unas palabras… “Para ser libre se necesita un poco de locura…” Es verdad…
Me senté en un parque y decidí mirar al cielo, a la gente, a quien pasara por mis viejos y gastados ojos… Mujeres, autos, niños, gente, gente… Sonreí de mi suerte, de la vida que llevaba y de las tonterías que pensaba… ¿Existirá el cielo?... Si existe, debe ser como este instante en que mis pulmones de hinchan y desinflan… Me lleno de paz, paz… Y esos aires que respiro huelen a pureza, a pesar de estar en el centro de la ciudad… Todo es así, una flor que se abre día a día… Y mientras más se abre, mas la puedes oler… Como todos los viejos, quedé dormido… Ya estaba medio oscuro. Me paré y decidí volver a casa…
Tomé un bus. Todos se pararon. Me senté cerca a una linda muchacha. Dios mío, qué hermosa es la juventud… Le sonreí y ella me sonrió. Le puse las manos en las suyas y ella empezó a acariciarme… Se parece a mi abuelito, me dijo… Aquella ilusión se hizo trizas… Pero, mientras duró, me llené de emociones imposibles… Llegué a mi paradero y me despedí de la linda muchacha…
Ya cerca a mi edificio, sentí un dolor en las piernas… Tuve que sentarme en el piso. ¿Será el final?, pensé… De pronto, medido vecindario se acercó y con toda delicadeza me llevaron hasta el tercer piso del edificio… “Abuelito, ya no debe salir, debe descansar…”… Yo asentía, y me decía que dulce es la humanidad cuando está frente a una despedida… Me acosté y el dolor se fue con mis sueños… Soñé con la jovencita, el bastón, el muchacho, etc…. Y todos se despedían de mí desde un puerto en mitad de la noche… Mientras yo me alejaba más y mas hasta que todo se hizo oscuridad…
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