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Por Asia llegamos a Europa montados en las ratas. Nuestro paso dejó huellas por el número de vidas que segamos. Qué grandes nos sentíamos al conducir a millones de roedores. La sangre de la rata era amarga y la del humano dulce. Por cada familia, sólo quedaban dos para contarlo. Si Atila fue el azote de Dios, nosotros lo fuimos de los hombres. |
Texto agregado el 22-08-2013, y leído por 412 visitantes. (13 votos)
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