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La marca del primer amor

No deberíamos enamorarnos tan pronto…
Yo tendría unos doce años porque recuerdo que estaba en sexto grado cuando me pasó esto que no se me borraría nunca aunque quisiera. Fue algo muy distinto a esa extraña sensación que había sentido hacia la indiferente maestra del grado anterior. Ya que con Celia( me acuerdé del nombre sin dudarlo), fue mucho más importante que eso. Seguramente porque ella tenía mi misma edad, y porque yo había comenzado a comportarme sensatamente a la hora de elegir una mujer para siempre. Compañera de banco, cuando yo todavía usaba pantalones cortos y ella pollerita bajo ese delantal blanco que como palomita revoloteaba de aquí para allá para hacerse notar. Fue precisamente en aquella engorrosa época en que aprendrendíamos a escribir con lápiz pero con tinta también. Cuando a Don Biro le faltaba mucho para inventarnos el bolígrafo, y la primera lapicera –fuente recién andaría flotando en la imaginación de un tal Mister Parker misterioso. Cuando los dos debíamos mojar nuestra pluma cucharita en el mismo tintero que tenía el pupitre, y escribir tratando de que todo eso no terminara en un tremendo borrón y hoja nueva. Todo comenzó cuando ella percibe que continuando a mi lado no lo pasaría muy cómoda que digamos, y sin pensarlo dos veces se cambió al asiento de adelante. Justo cuando a mí se me terminaba la tinta siempre y cargaba en el suyo por sobre su hombro, y de paso le aspiraba el perfume que se guardaba en el pelo para ella sola. Hasta que se hartó con esta manía mía y se corrió a un asiento mucho más alejado todavía. Y yo de nuevo atrás suyo, sabiendo que ya le estaba dando como un poquito de asco. Hasta que aquella última vez notó mi pierna desnuda y lampiña muy pegada a su desbordante cadera y tampoco le gustó nada de nada. Fue entonces que pausadamente ante mis ojos impávidos levantó su lapicera vertical entre dos dedos, y la soltó en caída libre sobre mi paralizada e inocente flaca rodilla. Que paró en el hueso para quedar prendida y recostada como una banderilla en la cruz de un toro abatido en la arena de un rodeo. Que seguidamente me la desclavé simulando serenidad y se la devolví en la mano calladito la boca. Cuando me limpié la gota de tinta mezclada con sangre con el papel secante y guardé esa pierna bajo el banco como debía ser, fuera de la vista de la maestra. Hasta que me dije hasta aquí llega mi amor…
Pero este insignificante amor de niño dejó una marca indeleble y llegó lejos…
Hasta el día hoy, porque después de varias décadas de usar pantalones largos y ya tirando para abuelo todavía la llevo encima. Y si la busco la encuentro. Un poco corrida por el tiempo, pero hurgando con paciencia, confundida entre los vellos todavía está ahí. Como un puntito apenas, como un poro negrito. Como un minúsculo tatuaje, como recuerdo a flor de piel de un primer amor nunca esperado y nunca correspondido…

Texto agregado el 21-08-2013, y leído por 204 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
22-08-2013 que ternura, tu primer amor dejo huellas. jaeltete
22-08-2013 Qué estoico! Literalmente el amor duele. Hay improntas menos tangibles pero más ardorosas. Un abrazo. umbrio
22-08-2013 Lindo recuerdo... glori
 
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