SI DIOS NO HUBIERA CREADO
EL UNIVERSO
Cuento
Juan “Corocoro” Ortiz terminó de varar la pequeña embarcación a la playa y con evidente mal humor ató un cabo a una gruesa estaca ante las sorprendidas miradas del cura Casimiro, de Pedro, el dueño del restaurante a quien vendía un tercio de la pesca, y de un muchacho llamado José, hijo de la viuda de un gran amigo, quien acudía puntualmente a retirar gratuitamente, al igual que el cura, otro tercio de la pesca, menos un porción que guardaba para si mismo. Como de costumbre, el párroco se dirigió a la pequeña embarcación y observó asombrado que, por primera vez desde que había iniciado su largo apostolado en el pueblo, el fondo de la misma estaba vacío. Preso de de una fuerte sorpresa, al igual que los demás, rezó una breve oración y se retiró a la iglesia para consultar con Dios acerca de lo sucedido. Pronto la noticia corrió como un reguero de pólvora por el caserío y un poblador lanzó al aire la especie de que tras el barco vacío de “Corocoro”, vendría una terrible tormenta que haría desaparecer la estrecha entrada de la ensenada que protegía el caserío de Boca de Sierra y arrasaría con más de una casa cercana a la playa. Atardecía, y en cuestión de minutos la noche cubriría con su manto el pequeño poblado de pescadores.
Por su parte, Pata Palo, el siempre positivo dueño del único bar del pueblo, comentó que era presagio de la temprana llegada de los cardúmenes de sardinas tras las cuales vendrían los ansiados meros, pargos, dorados, róbalos, tiburones y los espinosos “corocoros” y brindó una ronda de cerveza a los atónitos parroquianos en señal de buen augurio.
—Brindo por Juan “Corocoro” y los cardúmenes que pronto vendrán, y doy mi pésame al cura Casimiro que esta vez se ha quedado sin comer su ración de pescado, además de una refrescante cerveza, pues por primera vez en muchos años no ha venido a buscarla. Quizás sea preludio para que Juan visite algún día su iglesia.
—Yo más bien creo que es señal de que algo grave va a ocurrir. Eso que llaman un maremoto —comentó con tono lúgubre Voz de Trueno, conocido como el hombre más pesimista de Boca de Sierra y lugares vecinos.
Por su parte, el cura Casimiro, por primera vez en decenas de años, no dejó sentir el tañer de la campana y los feligreses se encerraron en sus casas, asegurando puertas y ventanas y apagando todas las luces. El caserío quedó a oscuras a excepción de la casa de Candelaria Cienfuegos, de cuyas ventanas y puerta salía una fuerte luz cuyo color no se podía describir.
Mientras tanto, Juan, que yacía en su viejo camastro, observaba fijamente el techo sin encontrar explicación alguna a lo que le había sucedido durante todo el día. Por primera vez en su larga vida de pescador desde su arribo al caserío, había regresado sin apenas un mísero “corocoro” que le sirviera de consuelo y le permitiera evitar los chismes y burla que surgirían por parte de los habitantes de Boca de Sierra y eso mermaría el respeto que sus habitantes le profesaban. Juan conocía perfectamente las virtudes y defectos de que adolecían sus habitantes aplicando la vieja conseja de “pueblo pequeño, infierno grande”
Mientras faenaba, se había pasado el día observando sorprendido la excesiva quietud del mar y como los peces giraban una y otra vez alrededor de la barca en una extraña danza, como si demostraran una aparente alegría, pero manteniéndose a prudencial distancia de los anzuelos, pese a que constantemente mejoraba la carnada en un vano intento para que picaran. Para colmo de males, un enorme pargo había emergido de la profundidad y, con fuerte aleteo, había permanecido unos segundos casi fuera del agua mientras parecía mirarlo en una forma que no pudo descifrar. Una especie de mezcla entre admiración, burla y pesar.
Y ni siquiera había podido entregarle la ración diaria de peces sobrantes a su amigo “Pico de Loro”, el inseparable y fiel delfín que lo esperaba puntualmente en un determinado lugar cerca de la costa y con quien siempre entablaba un monólogo que éste parecía escuchar con respetuosa atención y que sólo interrumpía con un estruendoso aleteo cuando el pescador le hablaba mintiendo con deliberada intención o soltaba un fuerte improperio que se parecía a los que lanzaba “Lengua de Sapo”, un viejo amigo ya muerto conocido por su mal hablar.
Pero “Pico de Loro”, en vez de reclamarle la falta de ración con un chillido, pareció guiñarle un ojo mientras movía una de sus aletas como si quisiera decirle adiós o desearle buena suerte.
Pensando en el animal, se preguntó por enésima vez cuantos años vivirían los delfines. Su extraña relación diaria con el pez, que comenzó desde el primer día que inició su actividad como pescador recién llegado al pueblo treinta años atrás, era objeto de los más diversos comentarios entre los pescadores, quienes en más de una ocasión lo habían sorprendido desde la distancia en ese extraño menester. Esta vez guardó silencio ¡Ay de aquel que osara maltratarlo!, había advertido más de una vez.
“Carroñero”, el gigantesco y para él, centenario pulpo, no había subido a la superficie a recibir su ración de pesca. En este caso era razonable. Sólo subía el primer, segundo y tercer día de luna llena, y para ello faltaba un día. ¿Alguien había visto un pulpo nadar en la superficie? Por fortuna para él,”Carroñero” lo hacia siempre a escondidas de los pescadores que vigilaban sus movimientos. Bastante tenía con los comentarios que hacían acerca de “Pico de Loro”.
Un poco más tarde, se encontró con la pareja de amantes gaviotas que también se beneficiaban de los despojos que arrojaba al mar y ante la falta de su provisión diaria, las aves parecieron graznar con más fuerza que nunca, como si en lugar de mostrar su decepción, lo saludaran contentas en vuelo rasante sobre su cabeza. Así lo captó, pues cada vez que les suministraba la consabida ración en forma insuficiente, lo manifestaban con estridentes e intermitentes graznidos que el identificaba como de desaprobación. Pero esta vez no.
Extrañado, observó que, pese a ser la hora en que regresaban todos los pescadores, ninguno se divisaba en el horizonte y eso lo tranquilizó.
Para colmo, un fuerte viento de poniente, inusual a aquella hora del atardecer, comenzó a soplar de popa y llevarlo a una velocidad de vértigo sobre el quieto mar en dirección al pueblo, haciendo inútil todo esfuerzo por dominar la dirección del bote con el timón. Miro hacia lo lejos, al cielo, a un lado y otro del mar y no percibió mal tiempo alguno. Sólo la estela que dejaba la proa mostraba que la embarcación se movía a gran velocidad. De pronto, el viento se calmó y sobrevino una calma absoluta.
Sin entender lo que ocurría, aferró los remos y, al primer impulso, el viejo bote pareció avanzar cien metros, y al segundo, pareció volar sobre el agua montado en una descomunal ola. Imaginó escuchar el ruido de un motor fuera de borda y miró el suyo, que sólo utilizaba en casos de emergencia, comprobando que el mismo permanecía sobre la cubierta de popa. Miró debajo del barco esperando encontrar una gran ballena y lo que vio fue una bandada de “corocoros” que lo seguían en forma desordenada. Al llegar a la playa, la ola lo depositó justo en el lugar de siempre con extrema suavidad. Miró a su alrededor y observó con alivio que nadie lo había visto, ni siquiera el cura Casimiro, la viuda o el empleado de Pata de Palo. Luego aparecieron estos y de pronto todo pareció volver a la normalidad. Cada gente en su sitio y cada cosa en su lugar.
Poco dado a sufrir de alucinaciones o situaciones paranormales. no entendía lo que estaba ocurriendo. Sentía una extraña sensación de vacío, que por momentos le daba ganas de aferrarse al camastro para evitar que su cuerpo flotara hacia el techo. En ningún momento pensó que la muerte rondara cerca. Para él, morir a la temprana edad de 90 años, como él decía, no entraba en sus cálculos y menos hacerlo en la cama y sin las sandalias puestas. Hacia muchos años que esperaba a la gran tormenta que pudiera disputarle la vida y que “Pico de Loro¨” llevara su cuerpo lejos, muy lejos de la costa, al fondo del mar, y lo depositara dentro de una cueva de coral que encontró el primer día que se hizo a la mar y que eligió como su futura tumba.
En sus treinta años de permanencia en el pequeño puerto pesquero de “Boca de Sierra” jamás había regresado de faenar sin la acostumbrada ración de pesca que consistía en llenar una cesta, ni un kilo mas ni un kilo menos, justo lo que necesitaba para cumplir el ritual diario de entrega de los tres tercios y unas piezas que se reservaba para su sustento.
¿Cómo hacía para pescar siempre la misma cantidad de peces? Era un secreto bien guardado por “Corocoro”, ante la curiosidad de los habitantes del caserío quienes decían que lo hacía con ayuda del Diablo.
Pescador en todos los océanos, viajero por los cinco continentes y aventurero como el que más, pensó que jamás le había ocurrido algo igual. Como por arte de magia y sin que mediara intención alguna, los recuerdos se agolparon a su mente y los acontecimientos comenzaron a invadirlo con metódica cronología, entremezclándose con lo que parecía haberle ocurrido durante el día.
Infancia tumultuosa, adolescencia llena de rebeldía, juventud inconformista y llena de ilusiones que lo llevó a viajar por el mundo fungiendo como marino mercante unas veces y de guerra otras.
Contrabandista en Borneo, miembro temido del maquis francés con docenas de muertos en su haber, improvisado médico en guerras tribales en África, ejecutor de atentados en el Oriente Medio, doble agente en la lucha contra el narcotráfico, guardaespaldas de un millonario inglés, buscador de oro y diamantes en el Amazonas, entre otros. Ya cansado de tantos avatares, había recalado, docenas de años atrás, en un pueblecito pesquero de un país caribeño donde ancló su pasado e izó las velas de la paz y reconciliación con su alma, comprando un vetusto barco que bautizó con el nombre de Ulises y, junto a los anzuelos, carnada y aparejos de pesca, nunca dejó de acompañarle alguno de los buenos libros que le facilitaba el liberal cura Casimiro. Se sentaba en su barca ensimismado en la lectura y no la abandonaba hasta el momento en que los peces habían mordido todos los anzuelos, ante los asombrados pescadores que lo observaban desde lejos, día tras día. Años atrás se habían cruzado apuestas para el momento en que “Corocoro” fracasara en su metódico y exitoso accionar, hasta que finalmente desistieron. Más tarde, haciendo gala de sus dotes de buen hacedor de tertulias y relator de fábulas, cuentos e historietas creados por su mente, contaba a los boquiabiertos pescadores que se reunían en el bar de “Pata de Palo”, que el libro que siempre llevaba consigo, contenía salmos que leía y atraían los peces y de ahí su fama de ser el mejor pescador del caserío, aunque mas de uno lo acusara de brujo.
Todo ante el silencio cómplice del cura Casimiro, que disfrutaba de las ocurrencias de su amigo, de quien esperaba que algún día y por una sola vez, visitara la iglesia.
Por primera vez en largos años no había acudido a la cita diaria con vecinos y amigos en la terraza del bar de “Pata Palo”, y que también le servía para, junto con sus fantasías, transmitir al mismo tiempo sus conocimientos y beber a su vez de la sabiduría natural de la gente del caserío
Erudito como pocos en el saber de la geografía e historia universal, había logrado que la gente del pequeño pueblo pesquero se convirtiera en la más conocedora de los quehaceres de la historia a lo largo de la costa y viviera al día del acontecer mundial, ante la intriga de todos, que se preguntaban de dónde sacaba tanto conocimiento si no leía periódicos, veía televisión ni escuchaba radio alguna. Y el que hoy no hubiera acudido a la cita diaria, había ocasionado mil habladurías, casi obligando a que los vecinos se retiraran a sus casas mas temprano de lo acostumbrado, pese a que la noche lucía esplendida y en el horizonte no se vislumbraba viento, mar de fondo o tormenta alguna que perturbara la paz.
El anciano pescador, poco dado a convivir con pesadillas y dulces o inquietantes sueños, desde noches atrás había visto interrumpir la corta jornada de descanso nocturno con las más extrañas y extravagantes alucinaciones, que giraban siempre alrededor de lo espiritual.
Sueños, pesadillas o alucinaciones que recordaba con toda exactitud al despertar. Juan “Corocoro” Ortiz se preguntaba a qué venía aquella invasión que perturbaba su tranquilidad a la hora que más la necesitaba.
¿Será que te estas poniendo viejo, “Corocoro”?—comenzó a preguntarse—. En todo caso, no me extrañaría que esta noche sufrieras la peor de las pesadillas, a juzgar por el devenir de los acontecimientos ocurridos en el día y no viera la próxima luz solar.
De pronto, una súbita somnolencia invadió todo su ser interrumpiendo sus reflexiones. Intentó evitar quedarse dormido no sin preguntarse a que venían tantas evocaciones de su pasado y la extraña sensación que le invadía, pero todo fue en vano. Posiblemente, el vaso y la minúscula barrica de ron que permanecían sobre una pequeña mesa a su lado, se quedaron sorprendidos al no haber ofrecido, por primera vez en muchos años, el consabido trago antes de dormirse. El añejo licor pareció agitarse en su interior como si de protesta se tratara, pero nada. Juan “Corocoro” Ortiz se había dormido profundamente. El vetusto reloj que colgaba de la pared marcaba inútilmente la hora en que se despertaba para iniciar la diaria faena de pesca, pues él siempre se le adelantaba diez minutos antes.
o—o—o—o—o—
Candelaria Cienfuegos notó un extraño resplandor que se filtraba a través de la destartalada ventana de su vieja casa. A su lado, su compañero, ”Boca Chica”, dormía su último sueño de la noche, previo a la temprana salida hacia la rutinaria labor diaria de pesca. Con extrañeza, advirtió que aquella noche “Boca Chica” no había exhalado ningún atronador ronquido y eso la alarmó un tanto, pues siempre que ello ocurría era presagio de grandes acontecimientos. El último de ellos había sido un tormentoso mar de leva que había aventado alguna que otra embarcación mas allá de la blanca arena de la playa y destruido varias casas que desafiaban su proximidad al mar. Llevada por la curiosidad y por su fama de medio bruja, echadora de cartas, veedora de espíritus, manejadora de las hierbas mas extrañas, receptora y transmisora de cuanto chisme circulaba por el caserío, y ante el temor de que el fenómeno se extinguiera, Candelaria se levantó y se dirigió hacia la ventana. El tejemaneje de lo sucedido con Juan “Corocoro” aquel día había dejado huellas en su calenturienta mente y la había impulsado a mantener una vigilia durante la noche. Su primitivo instinto le decía que algo grave iba a ocurrir esa noche, lo que había confirmado cuando consultó las cartas. Y ahora, para colmo, la extraña placidez del sueño de “Boca Chica”
—!Santo Dios¡¿ Qué es esto?— exclamó, confundida, al notar que esa extraña luz jamás observada por ella se hacia más intensa.
Presa de un gran temor, pero dominada por una extrema curiosidad, se asomó por la ventana y observó como la inconfundible figura de su vecino, Juan “Corocoro”, cruzaba la calle en dirección al mar envuelto en una especie de manto de niebla luminosa, como si flotara sobre la arena y volara empujado por una tenue brisa que agitaba con suavidad su extraña vestimenta.
Paralizada por el terror, Candelaria sólo atinó a abrir con desmesura los ojos, mientras dirigía su mano derecha hacia la cama donde dormía “Boca Chica”, como si demandara auxilio, Entonces, sintió con creciente terror que, no sólo no roncaba, sino que ahora no escuchaba su profunda respiración, presagio de que algo mas grave que el último mar de leva estaba a punto de ocurrir. Se atrevió a asomarse de nuevo y mirar al exterior a través de la ventana, para ver si había algún otro testigo observando aquel extraño fenómeno, pero nada se encontraba a la vista.
Abofeteó varias veces su cara, pellizcó con fuerza uno de sus brazos y exhaló un fuerte suspiro, que más que suspiro pareció un espantoso bramido y cerró los puños con fuerza. Era la forma de alejar los espíritus, ánimas y visiones que mas que nunca la perseguían casi a diario.
Todas las ventanas del caserío permanecían cerradas y a oscuras, las embarcaciones varadas en la playa parecían estar mas solitarias que nunca, y un sepulcral silencio lo invadía todo, acallando incluso hasta el ruido de las olas; ni siquiera José “El Griego”, quien a esa hora debía estar alistando los aparejos, de acuerdo con su fama de ser el más madrugador de los pescadores de Boca de Sierra, daba señales de vida.
Volvió la vista hacia Juan “Corocoro” y esta vez el temor se convirtió en pánico al ver como éste parecía internarse en el mar y de pronto desaparecía dejando tras de si una intensa oscuridad, haciendo que por segundos los barcos y el mismo mar desaparecieran de su vista.
Movida por una poderosa fuerza de voluntad que corría pareja con su conocida fama de mujer osada y en extremo curiosa que no se arredraba frente a ningún peligro, abrió la puerta y, con vivaz paso se dirigió a la vivienda de Juan “Corocoro”, situada a escasos metros de la de ella. Allí, al observar que la puerta estaba cerrada, contra la costumbre de su morador que siempre la dejaba entreabierta aún ante la peor tormenta, Candelaria dudó un instante.
No entendía lo que estaba sucediendo, y como para asegurarse que no estaba soñando, volvió a abofetearse el rostro y se pellizco esta vez sus dos orejas hasta sentir un fuerte dolor, como para asegurarse que estaba cuerda y no estaba soñando. Algo anormal estaba ocurriendo, así que, para salir de dudas, avanzó hacia la puerta, la empujó, y con sorpresa vio que el viejo pescador dormía plácidamente.
Despavorida, dio un paso atrás y corrió hacia su casa, rodeada siempre del extraño silencio. Hasta el perro realengo que dormía siempre debajo del barco de “Boca Chica” había desaparecido. Cuando entró, éste aún dormía y permanecía sin roncar, y eso que estaba boca arriba.
Candelaria, esta vez presa de un temor aún mayor, resistiéndose a comprobar si estaba vivo o muerto, notó que un intenso sudor cubría su cuerpo. Se sentó al borde de la cama y meditó si todo aquello no correspondería a otra de las tantas alucinaciones que su calenturienta mente le brindaba con frecuencia y que tantos sinsabores le había acarreado con los vecinos del caserío, cada vez que se animaba a relatarles lo que le sucedía.
Odiada por unos y santificada por otros, Candelaria Cienfuegos era conocida por su arte de curar enfermos, fabricar los mas extraños brebajes, echar las cartas, practicar los mas extraños rituales religiosos, convocar a Lucifer para enfrentar a invisibles enemigos y entrar a hurtadillas a la iglesia cuando el cura Casimiro estaba ausente, aparte de internarse en la maleza en busca de exóticas hierbas que solo ella conseguía y frente a las cuales pasaba horas murmurando extraños rezos.
En mas de una ocasión, vecinos llevados por la curiosidad se internaron en la espesa vegetación pero no pudieron encontrar rastro alguno de ella.
,,,,,,,,,
Acostumbrada a sentir las mas insólitas sensaciones y visiones, Candelaria intuyó estar frente a algo sobrenatural que escapaba a su calenturienta imaginación. Movida por el desasosiego y la curiosidad, volvió a la ventana, esta vez con gran temor, en el justo instante que la extraña luz parecía volver.
o.o.o.o.o.o
Juan “Corocoro” miró con extrañeza a su alrededor. De pronto, notó que flotaba sobre algo que no supo definir y que parecía una tenue niebla que rodeaba todo. Intentó ver mas allá y nada pudo percibir ni oler.
Quiso identificar algún color y tampoco pudo. Hizo un esfuerzo por orientarse, pero no había horizonte, ni tierra, ni sol, ni agua y ni un soplo de aire.
¿Quién anda ahí, dónde estoy?—atinó a preguntar con voz apenas audible que le causó malestar, pues tenía por costumbre hablar en tono alto para hacerse entender por todos.
Un sepulcral silencio fue toda la respuesta que obtuvo.
Tenía la sensación de haber viajado sin saber por dónde, ni por cuanto tiempo, ni por qué razón, y no sabía si su voz era real por lo extraña que sonaba en sus oídos.
¡Seguro que estoy soñando!, pensó al tiempo que golpeaba con fuerza su estómago con la mano izquierda, como siempre hacía cuando despertaba de una angustiosa pesadilla.
—!Demonios! ¿Qué es esto?— exclamó al sentir que su mano se perdía en el vacío; miró hacia sus piernas, y luego sus manos y a su alrededor, pero nada vio. Llevó sus manos a su rostro y nada palpó; y sin embargo, pensaba y razonaba, y podía ver, si es que era visible aquella nada que lo rodeaba. Pero, ¿estaba viendo realmente? Porque de estarlo, algún objeto tendría que ver, aunque fuera su camastro, el techo, el mar, una nube, las luces de Boca de Sierra, o tan siquiera la oscuridad de la noche. Sólo su mente parecía funcionar normalmente.
—¡Otra pesadilla, maldita sea!— masculló entre dientes— y esta vez parece ser la peor de todas.
Pero sucedía una cosa extraña. En sus anteriores pesadillas, jamás había pensado que vivía otra pesadilla. ¿Una pesadilla dentro de otra pesadilla? ¡Absurdo!
¡Si tan siquiera pudiera ver Boca de Sierra, el mar, mi barco, Pico de Loro!
De pronto, intuyó que algo o alguien había a su alrededor. Su mente intentó descifrar qué era aquello y no pudo, pero estaba seguro que algo se encontraba frente o cerca a él, tan cerca que lo percibía como en lo mas profundo de su ser. Por eso, se atrevió a preguntar con cierto tono seguro como para darse ánimo y despejar su mente ante aquella confusa situación:
—¿Quién anda ahí? ¿Quién eres?
Silencio absoluto. Juan “Corocoro” comenzó a impacientarse ante aquella insólita situación y volvió a pensar que todo aquello debía corresponder a la mas intensa de las pesadillas que había sufrido últimamente, y que ya era hora de probar alguno de los brebajes mágicos que preparaba Candelaria Cienfuegos, aunque los rumores en el caserío eran de que ella sufría también de angustiosas pesadillas, así que era probable que no le sirvieran de nada.
—¿Quién anda ahí?—insistió con impaciencia, seguro que a su alrededor había alguien.
—¡Hola, Juan Ortiz—escuchó lo que semejaba una extraña voz, que parecía venir de ninguna parte.
—¡Vaya, por fin! ¿Quién eres?—atinó rápido a preguntar no sin cierto alivio. Por lo menos la voz, aunque muy extraña, parecía venir de alguien que debía ser terrestre, pues hablaba su mismo idioma y lo hacía en tono amigable.
—¿Quién crees que soy?
—No sé, pero a juzgar por las circunstancia en que me encuentro, y a menos que sea una pesadilla, creo que debo estar en el Infierno, o quizás en El Paraíso, o puede que sea víctima del poder de Candelaria “Cienfuegos”, muy dada a lidiar con espíritus y ensalmar a sus enemigos, entre los cuales, por fortuna, yo no me encuentro. O quizás sea un invento de Pata Palo, dueño del Bar donde muchas veces ceno y siempre dispuesto a jugar con bromas pasadas de tono o víctima de algún trago de ron, imposible, pues
no tomé alguno antes de acostarme.
—Creo que no me equivoqué.
—¿Cómo dices?
—Que no me equivoqué al seleccionarte.
—¿Quieres identificarte de una maldita vez? ¿Cómo hablas de seleccionarme, como si de algún alumno o jugador se tratara? ¿Por qué te escondes en forma que no te pueda ver, maldita sea? Como si fueras alguien dispuesto a jugarme una broma de mal gusto en una situación en la que parece que sólo mi mente medio funciona, pues de mi cuerpo nada percibo.
—Aun en medio de una situación que en algunos causó temor y ante la que otros guardaron silencio, tú te tornas exigente y hasta un poco bravucón.
—¿En qué otra forma puedo comportarme? Dímelo—demandó en tono de inequívoca exigencia.
Se hizo un largo silencio que impacientó a Juan “Corocoro”, y por fin la voz se dejó escuchar.
—Juan Ortiz. Permíteme presentarme sin más preámbulo. Estás ante Dios—sentenció.
—¡Diablos! Perdón.... ¿Dios? ¿Estás bromeando? Sólo me faltaba esto para completar mi más fantástica pesadilla.
—No bromeo, Juan. Soy Dios, Ser Supremo del Universo. Tal como muchos me conciben en tu planeta.
—!Santo Dios¡ ¿Qué me está pasando? ¿Dónde estoy?— se preguntó con angustia en voz alta— !Maldita sea mil veces¡ ¡Si apenas tomé un par de tragos en la madrugada, antes de salir a pescar, y que yo recuerde, ninguno antes de dormir!— masculló, esta vez entre dientes.
Juan creyó percibir una leve risa proveniente de aquello que estaba frente a él, o su alrededor, o no sabía dónde, algo que su mente ya comenzaba a imaginar como algo sobrenatural, y pensó que, si hablaba y razonaba, aquello debía ser algún humano que le quería jugar una mala pasada, pero le mención de Dios lo confundía.
Para Juan “Corocoro”, poco ducho en el arte de tener fe y creer en seres superiores, o aceptar el concepto de la existencia de alma y espíritu, aquello le parecía algo más que sobrenatural. Intentó apelar al recurso de que se encontraba sometido a los efectos de algún truco mágico, de esos que mucho había visto en su vida, pero lo desechó. En el caserío no existía nadie con semejante poder, aun la misma Candelaria
Pero, ¿qué estaba ocurriendo? Que recordara, la noche anterior no había tomado el largo trago de ron acostumbrado para mejor conciliar el sueño, aunque bien lo merecía, quizás doble, por haber regresado de la pesca con las manos vacías. O puede que alguien quisiera pedirle cuentas por lo sucedido, pero pensó que la cosa no era para tanto, aunque a juzgar por lo sucedido durante el día……
¿Qué tenía que ver el guiñar de ojos de “Pico de Loro”, la fantástica ola que lo depositó en la playa, el graznido de las gaviotas y el andar de los “corocoros” a la par de su embarcación cuando se habían negado a picar sus anzuelos, con todo esto? ¿Qué significaba todo aquello que se encontraba frente a él y que decía llamarse Dios? Poco dado a aceptar bromas de tan mal gusto, su mente comenzó a divagar, intentando descifrar quien podía estar detrás de todo aquello, y se juró que si correspondía a algún truco de alguien, lo iba a pasar muy mal. Bueno estaba él para soportar a su edad broma de tal naturaleza. Filosóficamente ateo, siempre había respetado las creencias religiosas de los demás. Pero de ahí a que alguien estuviera jugando con algo tan delicado como esto, iba un largo trecho. “Juro que alguien lo va pasar muy mal”, pensó con creciente enojo.
—¿Terminaste ya, hijo mío? •-Interrogó la extraña voz.
—¿De qué? se atrevió a preguntar con recelo y cierto grado de agresividad.
—De especular o dudar ante quién estás. A este paso mejor regresas a Boca de Sierra y hago venir a otro menos problemático que tú.
—¿Y ante quién estoy?—preguntó en el mismo tono.
—Ya te lo dije, ante el Ser Supremo del Universo. Dios, llamado así por los habitantes de tu planeta que profesan su fe en mí, porque de tu fe poco podemos hablar, por ahora.
— Perdón, pero no es tan fácil encontrarse de pronto ante alguien que dice, sin mas ni mas, llamarse Dios, y no sorprenderse. Ahora bien, suponiendo que dices la verdad, cosa que por ahora dudo, ¿qué quieres de mí y dónde estoy?
—Buena pregunta, aunque antes de continuar debes aceptar que estás ante el Ser Supremo del Universo.
—¿Por qué tengo que acepta de buenas a primera que tú eres Dios o el Ser Supremo del Universo?
—¿Sientes que estás físicamente ante mi? ¿Ves tus manos, piernas, tu cuerpo?
—No, porque no se si veo o realmente existo en estos momentos, aunque lo único que parece funcionar es mi mente y mi lengua, y eso me hace pensar que por lo menos todavía existo.
—De eso se trata y es lo único que me interesa.
—¿Acaso lo que me ocurrió al regresar de pesca con las manos vacías es parte de todo esto que me ocurre?
—Exactamente. Todo fue parte de una especie de estado preparatorio para este encuentro. Una especie de antesala a esta reunión conmigo, aunque más bien parece una confrontación. Déjame decirte que la forma como asumiste lo sucedido en tu día de pesca, colmó mis expectativas.
—Creo escuchar cierta ironía en tus palabras.
—Nada de eso.
—Entonces, ¿estoy ante Dios? ¿Sin más ni más?
—Así parece.
—¿Parece, o estoy realmente ante Dios?
—Lo estás, así de simple.
—Pues entonces déjame recapitular. Si no me puedo ver ni palpar y puedo observar que nada me rodea, y aún así soy capaz de pensar y de hablar. Si he tenido un viaje por no sé dónde ni sé cómo he llegado hasta aquí. Si puedo escucharte porque sé que estás aquí, junto a mí. Si analizo todo eso y dada las circunstancias, creo que debo rendirme a la evidencia de que, o estoy volviéndome loco, o sufro una terrible pesadilla, o estoy frente a algo Superior, Supremo. ¿Y quién más supremo que....?
—Termina de decirlo. Dios Supremo de todas las religiones y creencias sobre la Tierra.
—¿Nada más sobre la Tierra?
—Y de todo el Universo, Juan. En este caso, singularizo el Planeta Tierra porque de allí eres.
—¿Por qué estoy aquí entonces y para qué me quieres? ¿En qué puede servirte este humilde pescador, y más que pescador, un inveterado ateo ser humano?
— Principalmente pecador. Antes de proseguir, ¿estás ya claro de quien soy? Porque en caso contrario, no podemos continuar.
—Vamos a pensar que, dadas las circunstancias, sí, lo acepto. Aunque, deberías haberme convencido antes de ello, debido a tus poderes sobrenaturales.
—Escucha, Juan Ortiz. Tienes el privilegio de ser el último de los habitantes de la Tierra que he mandado a llamar. Haces el número mil. Son mil, de los miles de millones de seres que habitan tu planeta. ¿Te das cuenta de lo importante que eres en estos momentos?
—¡Diántres! Uno entre miles de millones es para sentirse importante, pero… , ¿para qué los mandaste llamar? ¿Y por qué a mí? ¿Por qué me incluiste precisamente a mí en ese grupo tan grande? Me imagino que debo estar muerto, ¿cierto? Porque para estar frente a ti, debo estarlo. Por lo menos esa debe ser la regla, ¿o no?
—Buena pregunta, Juan. Para tu tranquilidad, no estás muerto, y por el momento no se vislumbra en el horizonte la gran tormenta, así que Pico de Loro y tus gaviotas pueden seguir haciendo de las suyas. Te mandé a llamar porque tú encarnas en forma especial, y en parte, casi todas las virtudes y defectos de los habitantes de la Tierra. Por supuesto que no eres el único con esas características entre los mil que vinieron aquí, pero en cierta forma eres un caso muy particular que completa el mapa humano del actuar y pensar de los habitantes de tu planeta.
En la primera etapa de tu vida adulta mataste, robaste, violaste, mentiste pródigamente, engañaste a tu prójimo, estafaste a mas de uno, fuiste amigo de conseguir a la mujer ajena, practicaste la lujuria y asumiste la envidia como cosa propia, hiciste la guerra, fuiste soberbio, egoísta, altanero....
—¿Todo eso?— interrumpió Juan, entre dolorido y sorprendido por aquella lluvia de calificativos.
—También has sido viajero impenitente, conocedor de cien países, lector empedernido y bebedor de la savia que deja en la mente el tanto viajar y conocer gente, y eso hizo crisol, aunque un poco tarde, en tu espíritu.
Con el paso del tiempo, y en especial a raíz de tu arribo a ese caserío de felices, aunque chismosos, pescadores, te convertiste en un ser generoso, bondadoso, sincero, justo, amigo de tus amigos, defensor del débil y poseedor de un gran sentido de justicia, como lo demuestra el que muchos acudan a ti a resolver litigios y termines impartiendo justicia como cualquier juez.
Aunque, lamentablemente, todo esto ocurrió en los últimos años de tu larga existencia, justo es reconocer que a tus noventa y tantos años te has convertido en un hombre sabio y digno del mayor respeto entre tus semejantes.
Juan Corocoro exhaló un suspiro de alivio. Por un momento, había pensado que lo habían llamado para mandarlo directo al Infierno sin pasar a despedirse de sus amigos, pero las últimas palabras de Dios... , ¿debía llamarlo así?
—Llámame y trátame como quieras. Como verás, y en mi calidad de Ser Supremo, estoy por encima de cualquier tratamiento. En realidad, todos mis invitados coincidieron en llamarme así, aunque cada uno a su manera y de acuerdo con sus intereses personales, según la religión o credo que profesaban
Juan Corocoro se puso en guardia. Al parecer, Él tenia el poder de penetrar la mente y... ¿por qué no, si supuestamente era el Ser Supremo o Dios? Instintivamente, bajó la mirada como si quisiera encontrar allá abajo la Tierra y localizar Boca de Sierra, su pequeña embarcación o la inconfundible farola del bar de “Pata Palo”, y ver si los barcos habían salido a faenar o si Pascasio, uno a quien tenían por el tonto del caserío, había comenzado a limpiar el suyo, tal como le correspondía una vez a la semana, o tratar de divisar a Candelaria Cienfuegos internada entre los matorrales, en busca de sus extrañas hierbas.
Lo que pareció sentir un movimiento frente a él le hizo volver a la realidad, recordándole que debía rendirse ante la evidencia de que estaba frente a algo sobrenatural; ese alguien que decía llamarse Dios. Aunque todavía le costaba aceptarlo, era real, a juzgar por el diálogo que existía entre ambos, En todo caso, ya tendría tiempo de comprobar si estaba bajo los efectos de alguna impensable sobredosis de ron o una fuerte insolación, pese a que nunca abandonaba su raído sombrero. Mejor se tomaba las cosas con filosofía, se llenaba de paciencia, y esperaba a ver en qué paraba todo aquello. De pronto, vino a su mente una sentencia del cura Casimiro, no mucho tiempo atrás, acerca de un inminente encuentro con Dios.¿Sería posible que el curita tuviera razón?, se preguntó.
—Veo que me conoces perfectamente y asumo que soy el último de tus invitados, cosa que me honra en extremo. ¿En qué puede servirte este humilde pescador?—preguntó, ya comenzando a sentirse mas tranquilo y casi a gusto ante aquella insólita situación.
—En mucho. Invité a tantos habitantes de la Tierra para hacer un diagnóstico de lo que está sucediendo allá
—¿Allá abajo?
—Allá, simplemente. Recuerda que aquí no existe arriba, abajo, izquierda ni derecha, ni de frente ni detrás.
—Entonces, ¿dónde estamos?
.—En cualquier parte del Universo, o en ninguna, como prefieras. Como te dije, mandé a llamar a ese número de seres haciendo una perfecta, variada y completa selección del pensar, sentir y actuar de los habitantes de la Tierra. Y para ello invité hombres y mujeres, buenos y malos, científicos, gobernantes, filósofos, militares, mentirosos, asesinos, envidiosos, religiosos de todas las creencias, ancianos, niños, adolescentes, negros, blancos y amarillos, sanos y enfermos, ricos y pobres, adulones de oficio, indiferentes y ambiciosos, lujuriosos, osados y atrevidos, avaros, codiciosos y prestamistas usureros, inteligentes y torpes, guerreros, políticos, comunistas, socialistas, fascistas, liberales y capitalistas conservadores extremos. Ateos radicales, musulmanes, fundamentalistas, católicos, añorantes de la Inquisición, protestantes, evangélicos, ortodoxos, budistas, intelectuales, humanistas, bondadosos, altruistas, soñadores. En fin, gente que encarnan en su conjunto una autentica radiografía de lo que piensan, sienten y hacen los habitantes que pueblan tu Planeta.
—¿Por qué mío, acaso no es tuyo también?
—Por supuesto, pero en este caso es necesario individualizar ya que tú eres morador del mismo y particularmente especial.
—Bien, pero, ¿cuál es el propósito de haber traído toda ese gente aquí?
—Recuerda, Juan, que no existe el aquí, que no estamos en lugar alguno.
—¿Dónde entonces?
—Insisto que en ninguna parte, así es que quítate esa idea de la cabeza de que estamos en algún lugar específico del Universo o la Tierra. Y solamente he traído a todos ustedes para un diálogo constructivo y esclarecedor.
——Me hablas de tú a tú y eso me gusta ¿Puedo hacer lo mismo sin que te parezca irreverente?
—¿Y como no hacerlo, en especial si se trata de ti? De hecho, ya lo has estado haciendo desde un principio—concedió la voz con cierto tono de diversión antes de continuar—. El propósito que me anima es entenderlos a ustedes.
—¿Entendernos a nosotros?—preguntó con asombro.
—De eso se trata.
—¡Ahh! ¿Y como se entiende eso siendo tú el Dios Supremo del
Universo? Eso me parece un gran absurdo, incomprensible y falto de todalógica.
—Creo que ya es hora de que comiences a entender cual es el propósito de tu presencia frente a mí.
-¿Cómo voy a estar frente a ti si no te veo, ni palpo ni sé dónde estoy? Confieso que comienza a gustarme muy poco esta situación—preguntó entre temeroso y extrañado por no haber recibido reprimenda alguna por sus palabras.
—En cierta forma lo estás. Veo que no me equivoqué al traerte, en especial por tu capacidad contestataria y cuestionadora de todo. Ahora si creo estar seguro de completar contigo el eslabón que me faltaba para tener una idea completa y exacta de los habitantes de la Tierra. Prosigamos, Juan, pero no sin antes advertirte que tienes plena libertad de disentir y cuestionar todo cuanto quieras y se te ocurra, como lo has hecho hasta ahora. Así lo hice con todos y así será contigo. En el transcurso del encuentro te sorprenderás de muchas cosas.
!Santo Dios! ¿Qué era aquello de un Dios tan especial, abierto, que lo invitaba casi a polemizar? ¡Quieto,”Corocoro”, calma y cordura que esto es un sueño, y más que un simple sueño una tremenda pesadilla, y puede que de aquí salgas directo al Infierno! Lo malo es que no puedo pellizcarme para ver si es cierto, pero, ¿no estaré muerto y mi alma anda dando tumbos por ahí?
—Es inútil que te atormentes, Juan. Ni estás muerto ni sufres una pesadilla, ni irás a eso que llamas Infierno. Simplemente, estas junto a mí producto de un trance especial al que estás sometido. Eso es todo.
“Corocoro” quiso preguntar en qué forma, pero desistió. Había algo mucho más importante y era saber por qué se encontraba frente a Él y no tardaría mucho en saberlo, a juzgar por sus palabras. Además, debía cuidarse mucho de pensar cosas conflictivas pues Él parecía leer su pensamiento a su completa discreción.
—Si estoy presente ante en forma de alma o espíritu, ¿puedo saber que es de mi cuerpo?
—En estos momentos estás durmiendo plácidamente, y listo para salir a faenar, esta vez con el éxito de siempre.
—¡Vaya, por fin una noticia tranquilizadora, en especial ante los habitantes de Boca Chica, que buena falta le hace a mi maltrecho prestigio de buen pescador. Entonces, adelante— invitó con toda confianza.
—¿Qué esta ocurriendo en la Tierra, Juan?
—¿Y por qué me preguntas a mí? No entiendo qué pueda comentar yo acerca de lo que pasa en la Tierra, y precisamente ante ti. Por favor.
—Por algo has venido desde la Tierra a encontrarte conmigo.
—¿Por qué no me llamas “Corocoro” como hacen mis amigos?
—Porque me parece un apodo horrible, aunque tu osamenta tenga tanto que ver con un pez con tantas espinas. Además, no tengo por costumbre llamar a la gente por su apodo.
—!Ahh! ¿Y por qué me preguntas qué ocurre en la Tierra? ¿Acaso tú, Dios Supremo del Universo, no lo sabes mejor que yo?
—Por supuesto que sí, pero mi intención de entrevistarme con mil habitantes no es otra que saber por boca propia, de tú a tú, lo que piensan, lo que sienten los habitantes de tu planeta….
—…¿Acaso no puedes penetrar en la mente, en el espíritu de cada uno, y saber qué piensan y qué sienten sin necesidad de que tus invitados tuvieran que hacer un viaje tan largo?
—Por supuesto, pero no hay nada como tirarle de la lengua a todos ustedes. Una cosa es saber lo que piensa cada uno y otra es conocer lo que se esconde detrás del pensamiento de todos, dada la forma en que actualmente está conformado el espíritu del ser humano. Eso tan complejo como el subconsciente, sin acondicionamiento alguno Además, aquí estoy en mi terreno, dispuesto a desnudar sus almas en un diálogo abierto, sin cortapisas, profundo, sincero y hasta provocador.
—¿Eso lo hiciste con todos?
— Absolutamente con todos. Con gente de toda laya. Con gente que querían arreglar la Tierra en veinticuatro horas y con otros que querían destruirla en un segundo. Pero vayamos al grano; ¿qué está ocurriendo en la Tierra y cómo harías tú para arreglarla o recomponerla?
—No entiendo nada. ¿Acaso no eres Dios Todopoderoso? ¿Qué puedo hacer yo, un simple mortal, que tú no puedas?
—Escucha de una vez, Juan—éste creyó notar cierto tono de impaciencia y se prometió no seguir en su cuestionamiento—. Al final de nuestro diálogo, tendrás una respuesta satisfactoria a todos esos interrogantes. Antes no, pues condicionaría tu actitud y eso no es lo que persigo.
—¿En verdad puedo responderte con entera libertad y sin que me cause problemas o disgustos de tu parte?
—Con la más absoluta y sincera libertad propia de tu viejo y arraigado ateismo radical.. Te aseguro que no condicionaré tu mente y que será un dialogo libre y sin interferencia alguna. Adelante.
—En la Tierra existe sólo un gran problema.
—¿Cuál?
—Que sobran todos sus habitantes, sin excepción alguna. Absolutamente todos, empezando por mi mismo. En otras palabras, el ser humano es lo más imperfecto que existe en el Universo. Pura escoria, peor que las peores de las cloacas o la mas fiera de las hienas. Sobramos todos, sin excepción.
—Eres un tanto extremo, pues si existen excepciones. Curiosamente, eres uno de los pocos que se ha expresado en ese sentido. Hubo algunos que plantearon lo mismo pero quedándose con unos amigos.
—Entonces hiciste una selección incompleta, porque para mí esa es la más simple de las verdades.
—Para eso te hice venir. Ya te dije que contigo cierro el círculo que me permitirá conocer por completo el pensamiento, el sentir de los habitantes de la Tierra. Prosigue.
—Honor que me hace eso del ser el último. Como te dije, lo único que sobra sobre la Tierra para que sea perfecta son sus moradores. Quien la hizo, hizo una obra perfecta. Estoy seguro que habrá otros planetas con vida en el Universo, pero dudo que exista uno con la perfección del nuestro.
—¿Estás seguro?
—Segurísimo. ¿Acaso no lo sabes tú?
—Prefiero no opinar pues correría el riego de ser parcial. Recuerda que sólo vamos a tratar el problema de la Tierra y a ello debemos atenernos.
—Pues insisto en que no debe haber algo igual a mi planeta en el Universo. Lástima que sobren eso que llamamos seres humanos, irracionales, que más que humanos parecen el excremento del Diablo, con perdón por la expresión.
—De eso tú tienes una amplia experiencia.
—Por eso me considero con autoridad para hablar así, al medirme con mi misma vara.
—Decías que sobran todos sus habitantes, ¿por qué?
—Porque se multiplican como piojos, vivimos como las peores fieras, destruimos todo a nuestro alrededor, y social y humanísticamente somos una verdadera escoria. Somos como una lluvia de meteoritos invisible que van destruyendo La Tierra en la forma más absurda y criminal, con la diferencia que los meteoritos son un fenómeno físico, y sin que nadie, absolutamente nadie, le haya puesto coto hasta el momento.
—¿Otra vez? Es curiosa la forma como abundan tipos como tú en…
—¿Decías?
—No, nada. Olvídalo.
.—Creí escuchar...
—Olvídalo y continúa. Recuerda que tienes que continuar hablando, olvidando quien soy o haciendo como si no estuvieras frente o junto a mí.
—Por fortuna, el ser humano marcha directo hacia su propia destrucción, para iniciar de nuevo el comienzo de una nueva vida, una nueva era que espero, con ayuda de alguien, sea muy diferente, más justa y mucho mejor, haciendo honor y en consonancia con la perfección de la Tierra.
—Tú eres de los que creen en una suerte de Apocalipsis.
—Absolutamente. En alguna forma, la inteligente Tierra le pasara factura a quienes la están destruyendo. Estoy seguro que no lo permitirá. Muy seguro, segurísimo.
—Hummm.....
—Alguien con el suficiente poder para....
—¿Acaso estas cuestionándome, Juan?
—Me atengo a los hechos. Si por una parte el hombre, físicamente, es la más perfecta maquinaria jamás creada, casi en concordancia con la perfección del Planeta, por la otra, su mente y espíritu encierran la más aberrante y absoluta imperfección.
—Excepciones hay.
—Como en toda regla. Hablo en términos globales y no quiero individualizar. La falta de reglas éticas, de honor en el ser humano es algo que jamás pude entender, si partimos de la supuesta existencia, negada hasta ahora por mí, de un Poder Moral Universal, Todopoderoso, capaz de regir su comportamiento. Yo mismo soy un claro ejemplo de hasta donde puede llegar el ser humano.
—Aunque me involucras a un nivel de acusación directa, es interesante y atrevido tu pensamiento. Y, sin embargo, tú fuiste capaz de rectificar a tiempo.
—Eso no me exime del daño que hice y que alguien debió haber evitado a tiempo, de haber existido algo o alguien poderoso.
—Tu actitud es un puro cuestionamiento producto de tu arraigado ateísmo.
—¿Acaso no me hiciste venir por eso?
—Ciertamente, pero creo estás rebasando todas las expectativas que tenía contigo ¿Qué mas puedes decir acerca de tus paisanos terrestres?
—¿Acaso no lo sabes tú?
—¿Otra vez? Por supuesto que conozco perfectamente al ser humano, no faltaba más; pero quien tiene que diagnosticar aquí eres tú. No está demás reiterarte que, si vinieron mil de la Tierra, es justamente para conocer plenamente, sin dejar resquicio alguno, qué está ocurriendo en tu planeta; averiguar cómo piensan, sienten y actúan sus habitantes, sin interferencia alguna. Ya al final del dialogo contigo entenderás el porqué de todo esto y seguro recibirás respuesta satisfactoria a tus inquietudes. Ahora, dime, ¿cuáles son los peores males que azotan a la Tierra?
—Entre otros, desgraciadamente como un mal necesario, el dinero, llámese oro, plata, papel moneda; y el poder que su posesión otorga. Alrededor de ello giran las guerras, la miseria, el hambre. Es el origen de todos los males. No creo que haya otra causa, y si las hay, ésta es la principal. Es el dinero y otras formas de riqueza, en una fase superior, lo que origina todos los males que aquejan a la Tierra y hace que el hombre destruya el planeta con guerras absurdas; el que produce hambre y miseria, el que arrasa con los bosques y contamina las aguas y el aire haciendo marchar la Tierra hacia su propia destrucción. ¿Ves hasta donde llega la imperfección del ser humano? Por supuesto que todo esto lo origina algo que funciona mal en la mente del hombre y que nadie ha podido corregir desde que comenzó a surgir como tal, quizás millones atrás. Absolutamente nadie. Nadie.
--Pero ciertas formas de riqueza causa la felicidad de alguien.
--A muy pocos. Pero en términos generales, absolutamente a nadie.
—Aparte de cuestionador radical, sigues con tu forma apocalíptica de ver todo.
—Totalmente. ¿Sabes algo? La mas perfecta de las criaturas como es la Tierra, no va a aceptar que unos miserables piojos, como somos los seres humanos, la destruyan. Insisto, algún día se vengará en forma de Apocalipsis, Gran Cataclismo o como lo quieras llamar.
—Te atribuyes la cualidad de pronosticador y profeta, y eso no te corresponde.
—Y para que no tengas dudas—continuó Juan como si no hubiera escuchado—, yo soy un vivo ejemplo de ello. Contaminé mares y ríos por dinero. El fondo de los mares es testigo de ello.
—Finalmente te convertiste en hombre de bien.
—Muy a destiempo.
—Entonces, para ti todo el problema se reduce a la existencia del dinero.
—En cierta forma es el principal problema. Es el hombre, el Depredador Mayor, en su perversidad quien creó el dinero para ponerlo a su servicio Lo que ocurre es que éste terminó por apoderarse y mandar sobre él. Un dinero que en su inmensidad no existe. Sólo cifras, números, balances, ficción. Toda la armonía que rige la existencia de la Tierra, la rompe el ser humano, ¿y sabes por qué? Porque desgraciadamente es el ultimo eslabón de la cadena que rige la vida animal y vegetal. Toda ella está sometida a una casi perfecta armonía, y quien la rompe finalmente es el ser humano, al quedar fuera de todo control como si nada o nadie existiera por encima de él, y ésa, entre otras cosas, es la razón de que se cuestione tanto tu existencia, o en todo caso tus poderes. No olvides que en tu nombre y amparados en tu supuesta protección, sea cual fuere su religión, se han cometido y se cometen las mayores aberraciones. Y no hay mayor aberración que pedir tu perdón y que aparentemente sea concedido, insisto otra vez, en tu nombre, sin que al final haya un cambio sustancial en la actitud del ser humano.
—Suena muy duro todo esto, Juan. ¿Me cuestionas tú?
—En cierta forma sí, porque se supone que estás al final, en la cúspide de esa cadena. Cuando termines de explicarme el propósito de tus intenciones, responderé, y ojala salga de aquí lleno de fe y esperanza; de lo contrario, sería horrible después de un viaje tan largo.
—Sigues llenando mis expectativas, Juan.
—Sería horrible irme sin fe ni esperanza después de un viaje tan largo-repitió.
—¿Por qué largo? Quizás estemos conversando en la playa de Boca de Sierra, en el bar de “Pata de Palo”, en cualquier lugar del Universo, a mil años luz, dentro de una botella o en la cima del Everest.
—Del Everest imposible, pues no siento frío alguno.
—Quizás en el desierto del Sajara.
—Tampoco siento calor.
—Pues entonces en el lugar que más te guste. Eso lo dejo a tu imaginación.
—Siento cierto tono de impaciencia.
—Continúa.
—¿Fuiste tan tolerante con los demás como lo eres conmigo?
—Precisamente, mi gran sentido de la tolerancia es una de las causas por la que estás aquí. En realidad, eres un de los personajes mas irreverentes que ha venido hacia mí, y como ya dije anteriormente, contigo se cierra el ciclo. Hubo personajes que siendo profundamente ateos obviaron confesarlo. Otros, llenos de hipocresía, me colmaron de elogios; otros de….Mejor sigamos adelante con tu apreciación sobre lo que ocurre en la tierra y lo que sienten hacia mí.
—¿Hubo alguien tan cuestionador como yo?
—En cierta forma, sí. Hubo alguien que logró sorprenderme, y casualmente, es una vecina tuya.
—¿Quién?
—Candelaria Cienfuegos.
—¡Imposible! ¡No puede ser! ¿Candelaria Cienfuegos aquí, contigo? ¿Por qué?
—Esa mujer resultó una verdadera caja de sorpresas.
—¿Seguro? Esa vieja bruja...
—¡Basta, Juan! Has logrado hacerme hablar de alguien ajeno a ti, rompiendo el protocolo de no mencionar nombres, y eso no entraba en mis cálculos. Además, en estos momentos no eres nadie para cuestionar a alguien
—Perdón, aunque eso no resuelve mi pregunta.
—La gran mayoría no se atrevió a cuestionarme. Hubo incluso algunos ateos radicales que intentaron arrodillarse ante mí.
—Hipócritas ellos. ¿Sabes que comienzo a sentirme muy a gusto de estar frente a ti, aún a pesar de no poder verte? Ojala pudiera hacerlo.
—Imposible, Juan. Recuerda que no soy materia, que soy el Espíritu del Universo.
—Antes me preguntaste cómo te sienten en la Tierra.
—Cierto. Finalmente es la causa por la cual estás aquí.
—No se si debo....
—Adelante, Juan.
—¿Acaso no lo sabes? Me sorprende mucho.
—Por supuesto que si, pero quiero oírlo de tus labios, al igual que de tantos otros.
—El tema es bastante conflictivo, muy complejo, y temo pueda herirte.
—¿Que ocurre, acaso te has vuelto tímido de repente? Suelta tu larga lengua, Juan, que contigo no valen medias tintas.
—Es que ya no pienso igual a cuando comenzamos nuestro diálogo y temo poder ofenderte.
—No pierdas la esencia de tu carácter, de tu poder contestatario.
—¿Acaso… el Dios Todopoderoso del Universo no conoce toda la verdad?—preguntó con cautela.
—Sí, pero quiero conocer la tuya.
—Insisto en mi temor de ofenderte.
—No existe nada en el Universo que pueda ofenderme.
—Tienes razón, así que, ahí va. La mayor parte de la gente se pregunta cómo, siendo tú Dios Todopoderoso, permites que ocurran las cosas que han sucedió y suceden en la Tierra.
—¿Por ejemplo?
—Como es posible tanta miseria, hambre, discriminación racial, desigualdad social; por qué esa división social tan grande entre ricos y pobres; por qué muere prematuramente gente joven, buena y sana y, andan libres tantos criminales, y lo que es peor, mueren cubiertos en ricas sábanas. El porqué de la muerte, guerras asoladoras que matan millones de personas inocentes, horribles epidemias, hambrunas que matan pueblos enteros, especialmente a los niños. El porqué del llamado progreso, que lleva a la Tierra a su autodestrucción, y porqué no escuchas a quienes tanto te invocan de buena fe. ¿Por qué Dios Todopoderoso puede tan poco?
—Con cuatro palabras, has dicho lo que cientos de terrícolas no se han atrevido a decir, al menos no en forma tan directa y descarnada. Algunos llegaron a insinuar algo, pero a través de mil rodeos.
—Entonces, fallaste en la selección.
—¿Estas seguro?
—¿Sabes por qué? Porque muchos de ellos han venido al encuentro contigo cargados de hipocresía y dándose golpes de pecho por una supuesta fe en ti.
—Lo sé, Juan, y esa fue una de las causas del proceso de selección. Continúa.
—Poco tengo que añadir. Sólo te diré que, a pesar de todo, existe un irrefrenable deseo de creer en ti. Que la mayor parte de los habitantes de la tierra, sea cual sea su religión, siguen confiando en que finalmente tú, convertido en el Gran Mesías, el Gran Sabio, El Todopoderoso que todos esperan, descienda sobre la Tierra y de respuesta a todas esas inquietudes, al gran interrogante de que si fuiste capaz de crear el Universo, no seas capaz de lograr que la paz, la justicia, el amor y la armonía reinen algún día en la Tierra.
—¿Terminaste?
—Por ahora, sí.
—Escucha, Juan. Para comenzar, yo no creé el Universo.
—!Diantre¡ ¿Cómo es eso? ¿Estás bromeando?
—Viniendo de un ateo me causa curiosidad tu sorpresa. Para aquellos que por lo general niegan mi existencia, esto tendría que ser una buena noticia
—De acuerdo a la experiencia que estoy viviendo, creo que eso quedó un poco atrás. Pero, ¿qué es eso de que no creaste el Universo? Eso va en contra de todas las creencias religiosas.
—Efectivamente, yo no creé el Universo, querido Juan. Recuerda que desde un principio me identifiqué como Ser Supremo del Universo, pero nunca como Creador.
—¡Imposible! ¡No, no lo puedo creer!
— Escucha con mucha atención. Yo no soy el Creador, soy parte del gran acto de la creación del Universo. Junto con.......
—¡El Big Bang!
—...... Junto con las leyes de gravedad, centrífuga, centrípeta, la luz, el fuego, el frío, el calor, el sonido, el vacío, la distancia, la velocidad, la oscuridad, los gases, el hidrógeno, oxígeno, el agua, la materia, los metales, el átomo, la molécula, junto a la grandiosidad de esas tantas Leyes que rigen el Universo; en efecto, soy el Gran Rector Espiritual o Todopoderoso sobre todo vestigio de vida en el Universo como una Ley mas, y en cierta forma estoy un poco por encima de todas esas leyes, no como fuerza rectora creadora de las mismas, sino como fuerza inteligente capaz de entenderlas y hacerle seguimiento en el proceso de creación que condujo a la existencia del ser humano capaz, como tú dices, de destruir una de las obras predilectas de la Creación como lo es la Tierra.
El hombre, producto de una larga evolución, ha ido descubriendo todas las Leyes que rigen la grandiosidad del Universo, al mismo tiempo que, paradójicamente, ha ido contribuyendo a la destrucción periódica de la Tierra, poniendo esas leyes a su servicio.
—Al servicio del mal, y con tu consentimiento—dijo en tono de reproche.
—En un instante voy a despejar tus dudas.
Decepcionado por no escuchar una dura reprimenda a su cuestionamiento, Juan “ Corocoro” Ortiz continuó:
—¿Por qué esa Ley de que eres parte de la creación del Universo no permitió que comprobara plenamente tu existencia?
—Imposible verme físicamente. ¿Alguien ha visto la fuerza de gravedad, el sonido, el aire, el frío, el calor y en cierta forma, la misma luz en un vacío absoluto? Existen, pero nadie lo ha visto, igual que a mí. Simplemente se comprueba su existencia. Igual que con la inteligencia, los sentimientos, el alma. Si todo esto es producto de las neuronas ¿por qué no puedo ser un producto de la Creación? Entonces, fui creado con la creación del Universo, pero sigo creciendo y tomando forma junto al proceso que ha durado miles de millones de años, para usar una expresión de medición que usan en la Tierra.
—De todas formas, tu existencia parece ir contra todas las leyes científicas. Hasta donde yo puedo saber, el Universo es todo materia, sin lugar para lo que tú pregonas ser, y vuelvo a insistir: ¿Por qué esa Ley de que eres parte del Universo no ha permitido conocer tu existencia plenamente así como lo hecho con otras?
—Esa duda se despejará en su momento.
—Ojala sea pronto, pues ello despejaría una de las grandes incógnitas que domina el pensamiento religioso de la humanidad y de los que creen en tu existencia. Lo que me dices cambia totalmente el concepto aceptado por todas las religiones, que te toman como creador del Universo, y confieso que va a ser difícil que muchos lo acepten.
—Querido Juan. Las leyes que rigen el Universo son de una armonía perfecta. Fíjate que las distancias se miden en millones de años luz y que entre esas distancias existen millones de galaxias, y que en cada galaxia existen miles de millones de estrellas, astros planetas. ¿Acaso ante esa Grandeza, ante esa Gran Armonía que significa el Universo, es tan difícil creer en mi existencia como fuerza rectora espiritual del mismo, como una ley más? ¿Acaso sientes tú que estás dotado de espíritu, inteligencia, alma, ves todo eso?
—No.
¿Cómo surge de los átomos, electrones, protones, neutrones, moléculas,
células, mas el tiempo, lo que se llama vida? ¿Y cual el inicio de los que mas tarde se llamó inteligencia?
--No sé. Me aturdes. Hablas como el mismísimo Einstein. Te ruego que no agregues más confusión a mi pobra mente.
—En el instante de la creación del Universo, surjo, como otras leyes, en la Fuerza Espiritual del Universo.
—Espíritu y materia en perfecta armonía. Quien lo hubiera creído.
—Ciertamente. Nazco junto con la materia y eso significa que el Universo lo rigen dos fuerzas, materia y espíritu, y cada una ocupa su espacio en forma armónica.
—¿En que orden de importancia?
—No existe importancia ni un orden preestablecido, ambos ocupan el lugar que le corresponde.
—Pero el hombre es materia.
—Y espíritu. Recuerda que el espíritu es también energía como cualquier otra materia. Tú mismo eres un vivo ejemplo de ello. Respiras espíritu hasta por los poros.
—Esas leyes que rigen el Universo no se ven, no se palpan pero existen, según ha podido comprobar el hombre. Entonces, ¿por qué el hombre no ha podido comprobar fehacientemente, científicamente, tu existencia?
—Ya te lo dije antes, y eso es parte de la trama que trato de resolver.
—Dices que fuiste creado al mismo tiempo que el Universo. ¿Acaso morirás con él cuando desaparezca?
—Desde la creación del Universo han transcurrido miles de millones de años de existencia, y transcurrirán muchos más para que ello ocurra, ¿pero, crees que vale la pena hablar de eso ahora?
—Dicen algunos científicos que ello sucederá y que volverá a crearse otro Universo. ¿Volverás a nacer también?
—Por favor, Juan…..Mejor cambiamos te tema.
—¿Quieres saber algo?
—Adelante.
—A mí, a partir de ahora y a pesar de todo, me resulta mucho más fácil aceptar tu existencia. Pensar que naciste junto con la creación del Universo, me suena más coherente, más lógico, que eso de que seas tú el Creador de algo tan inmenso como el Universo, aunque queda un punto oscuro que aclarar.
—¿Cuál?
—Por qué tú, Dios Todopoderoso, rector espiritual del Universo, permites lo que está ocurriendo sobre la Tierra.
—Has puesto el dedo en la llaga y creo que ha llegado el momento crucial de justificar tu presencia ante mí. Escucha, Juan, ¿has oído hablar de la Teoría de la Evolución de la Especie?
—Totalmente. Eso es elemental para alguien medianamente estudioso.
—Pues presta mucha atención. Al principio de la creación, en perfecta armonía con la materia y mi paciente presencia, comenzó a conformarse el surgimiento de la Tierra con características especiales dentro de la inmensidad del Universo.
Miles de millones de años transcurrieron. Después del fuego se enfrió la Tierra, surgieron los mares, y los primeros síntomas de vida biológica, que se transformó más tarde en vida animal en un proceso muy largo de evolución y que no viene al caso explicarlo ahora.
—Tus palabras parecen salir de la boca de un científico.
—Sigue escuchando, Juan. Mientras tanto, tuve una intensa actividad en el Universo.
—Eso confirma que existe vida en otros lugares del Universo.
—Estamos aquí para estudiar el caso de la Tierra, nada más. Luego de millones de años de lenta evolución, surgieron los primeros síntomas de vida inteligente. Antes que me interrumpas, y para saciar tu curiosidad, te diré que para mí el tiempo y la distancia no existen.
Hablo de años, siglos y millones de milenios, pues es lo que tú usas para medir el tiempo. Surge la vida animal, y a continuación los síntomas de lo que, más tarde y tras una lenta evolución, como ya te dije, sería el ser humano. Es el momento de intervenir y lo doto de espíritu y creciente inteligencia, y entonces llega momento más trascendental y crucial para mí.
Conformado ya el ser humano en la forma más primaria, hago una proyección de cómo y cuántos serian con el transcurrir del tiempo. Y entonces llego al momento de la gran decisión para el caso de los futuros habitantes del Planeta Tierra.
¿Que hacer? Tenía tres opciones. La primera era dejar que el ser humano evolucionara a su propio albedrío, dotándolo de espíritu libre en su forma de actuar y con la libertad de creer en mí o no, dándole capacidad para aceptarme a través de diferentes formas de religión, creencias, sectas e infinitas divinidades. Así, a lo largo de la historia, el hombre evolucionó física y espiritualmente a su libre albedrío hasta el día de hoy, con los resultados que ya conoces.
—Con pésimos, horribles y nefastos resultados. ¿Y las otras opciones?
—La segunda era hacer uso de mi poder como Dios Todopoderoso del Universo. Ello significaba que desde el primer instante en que el hombre comenzara a tomar forma y posesionara mi espíritu en él, tendría que decidir, año tras año, mes tras mes, día, hora, minuto, segundo, décima, centésima, milésima tras milésima, lo que haría cada ser humano a lo largo de su vida.
—¡Que gran dilema!
—¿Te imaginas cómo sería dirigir la vida de cada uno de los seis mil millones de habitantes que pueblan hoy el Planeta Tierra cada milésima de segundo de su vida? Ello significaría tomar decisiones en esa fracción de tiempo, de qué hacer, qué pensar, cómo actuar, qué decidir, que comer, qué color elegir, cuándo morir, qué tiempo vivir, quién sería bueno y quién malo, cómo organizar la sociedad, el trabajo, el bienestar y la vida sobre la Tierra.
—¡Que horror! Imposible resolverlo, aún para ti.
—Por supuesto que tengo poder para ello, pero ya puedes imaginarte con cuántas dificultades y con qué capacidad de equilibrio, selección, justicia y rapidez hubiera tenido que actuar sobre seis mil millones de habitantes, según la proyección que hice. En aquel instante, me pareció terrible tomar esa decisión en especial sobre la vida y la muerte
—¿Y hoy?
—Todavía no he terminado, Juan. La tercera opción era la más cómoda. Hacer a todos los seres material y espiritualmente iguales. ¿Te imaginas, Juan? Todos pensando igual, con los mismos gustos hacia la comida, los colores, sentimientos y todas las manifestaciones de la vida. ¿Cómo le llaman ahora en la Tierra? ¿Zoombies? ¿Robots? Todos muriendo a la misma edad, odiando y amando por igual. Hubiera sido alucinante, ¿no te parece, Juan?
—Horrible. No puedo ni quiero imaginarlo.
—Ciertamente.
— Finalmente, te decidiste por la primera solución. Dejar al ser humano a su libre albedrío, física y espiritualmente.
—Exactamente y ya ves los resultados.
—Pudiste haber actuado a tiempo.
—¿Otra vez con el tiempo? Recuerda que lo que puede significar para ti miles de millones de años, para mí pueden ser sólo segundos.
—¿Y la reencarnación existe? ¿Qué hay del alma?
—Eso es parte de la gran incógnita, Juan. Algo tan grandioso, mi más poderosa obra, no puede perecer.
—¿Dónde irá la mía?
—Seguro que tienes reservado un lugar en alguna parte.
—¿Puedo saberlo?
—¡Juan¡
—Perdón. ¿Y qué piensas hacer?
—Poner las cosas en su lugar.
—Pero, al parecer, todas las opciones están cerradas.
—No todas, Juan. Recuerda que soy Todopoderoso. Tan pronto como partas comenzaré a poner todo en orden.
—¿Acaso con un cataclismo universal para comenzar de cero?
—No digas disparates. Finalmente, la felicidad, en todo el sentido de la palabra, llegará a la Tierra.
—¡La Gran Solución!
—Llámalo como quieras.
—¿Cuánto tiempo te llevará para ponerla en practica?
—¿Otra vez el tiempo?
—Ocurre que no me imagino cómo vas a lograrlo.
—Ya lo verás en su debido momento.
—¿Significa que viviré largos años?
—Podrás verlo plenamente.
--¿Quieres decir que viviré otros noventa años mas?
--¡Por favor, Juan!
—¿Lograrás convencer a los científicos y ateos de tu existencia?
—Creo que será más fácil a los científicos que a los ateos por convicción.
—¿Cómo es eso?
—La ciencia apenas comienza a penetrar en los secretos del Universo. Vendrán descubrimientos asombrosos que culminará con el descubrimiento de la Ley de Leyes que rige el Universo.
—Entiendo que esas mismas Leyes pueden comprobar tu existencia.
—Eso es parte de otra gran incógnita. Lo que sí sucederá es que todo cambiará a partir de ese gran momento.
—Como ya te dije, ahora me suena más lógico y aceptable el que hayas nacido al mismo tiempo que el Universo, en vez de ser el creador del mismo.
—Sabio razonamiento el tuyo.
—¿Qué hay de Jesucristo, Mahoma......?.
—Cristo, Mahoma, Buda y tantos otros fueron iluminados por mí, como excepción, y sus enseñanzas siguen vigentes, aunque mal interpretadas y ejecutadas. Fue una hermosa experiencia, pero insuficiente ante la complejidad del espíritu con que doté a los humanos en su libre albedrío. Siguió persistiendo el problema que antes te expuse y que pronto resolveré. Aún Todopoderoso como soy, con el tiempo surgieron, en esencia, desviaciones producidas por el ser humano, que desvirtuaron en alguna forma esas experiencias maravillosas. De todas formas, todo lo ocurrido me ha servido de experiencia. Recuerda también que ninguna religión niega mi existencia.
—Todas las religiones alegan ser poseedoras de la Gran Verdad y muchas se niegan entre sí, a veces en forma violenta. ¿Podemos ahondar el tema?
—Insisto que es parte del libre albedrío. La experiencia no ha sido positiva.
—Hablas de la experiencia como cualquier ser humano.
—La experiencia no me está vedada, Juan.
—Con los mil invitados.
—Especialmente tú.
—¿Por qué si tienes la capacidad de leer, de conocer el pensamiento de los seres humanos, tuviste que traerlos para hablar con todos?
—¿Otra vez con eso, Juan? Pareces no entender lo del libre albedrío. Una cosa es conocer lo que piensan y otra cosa es extraer ideas de su propio subconsciente y de elementos espontáneos que el ser humanos es incapaz de exponer en ciertos momentos y que requieren especial interpretación. Tu mismo has expuestos ideas, reacciones y pensamientos inéditos que en otras circunstancias no hubieras expresado. Muchos expusieron ideas que contradicen lo que pensaban antes de cada encuentro. No había mejor solución que enfrentarlos cara a cara y así lo hice. Tú, por ejemplo. Yo sé cómo piensas, tus emociones, tus sentimientos, hacia donde quieres ir hoy, pero debido a la condición del propio albedrío, insisto, que existe en tu espíritu, no sé como vas pensar mañana o pasado.
—Es una limitación.
—Ya te dije que lo corregiré pronto.
—Y qué hay del resto de las formas de vida en la Tierra.
—Una vez resuelto el problema de los humanos, la vida animal retomará su rumbo, y una vez que ocurra eso, muy poco habrá que corregir. Lo mismo sucederá con la vida vegetal, atmósfera y todos los efectos malignos que afectan la vida sobre la Tierra. Todo eso será parte integral de la solución para una vida feliz en tu Planeta.
—¿Estas seguro?
—Tomo tus palabras como buenas de que los humanos no pueden destruir algo tan perfecto como la Tierra. Una solución basada en la felicidad, justicia, paz, armonía y amor vendrá finalmente.
—Hay tantas cosas que resolver en la Tierra. El dolor, la muerte, el hambre...
—Escucha bien esto, Juan. La infelicidad será borrada de la faz de la Tierra. Sólo puedo adelantarte esto.
—Todo ello me parece imposible sin que ocurra un gran cataclismo, un Gran Apocalipsis en la Tierra. Me parece que ya es muy tarde.
—Y dale con eso. ¿Todavía no has asumido quién soy? Creo que el título de Gran Majadero te queda corto.
—Aunque me gusta ese calificativo, pido perdón. ¿Sabes una cosa? Regresaré reconfortado, y tan pronto como pueda, comenzaré a hablar con todo el mundo para darles la buena nueva. Te juro que tendrás en mí tu mejor mensajero
—Lo siento, Juan. Cuando regreses a la Tierra no recordarás nada. Sólo la vaga sensación de una breve ausencia, de un largo viaje a la nada.
—¿Por qué? No me parece lógico
—Si cada uno de los mil invitados diera su propia versión de los hechos, ¿te imaginas qué ocurriría?
—Es cierto, pero yo estoy seguro que lo recordaré.
—Tozudo como nadie. Recuerdas que estás frente al Todopoderoso.
—¿Que tal mi comparecencia ante ti?
—Positiva como pocas, gracias a tu lenguaje llano y sencillo. No aportaste mucho que digamos, pero sí lo suficiente como para que considere cerrado el capítulo que me permitió conocer a fondo el complejo espíritu del que yo doté a los habitantes de tu planeta.
—¿Sólo con mil?
—Sólo con mil. Representas la milésima parte que faltaba para una radiografía completa de tus semejantes.
—Me gustó tu forma de hablarme, plana, sencilla, y directa.
—Hubieras visto a más de un intelectual famoso intentando promocionar su obra, o un fabricante de cohetes espaciales tratando de venderme uno. Te prometo que contigo no perdí el tiempo.
—¿Algún caso en especial?
—Muchos. Hubo uno en especial que regresó más ateo que anteriormente. En realidad, y para sorpresa de ellos mismos, fueron los astrofísicos y más de un científico, quienes mejor me aceptaron como parte de la creación del Universo.
—Me gustaría conocer otros casos.
—Filósofos. Hubo uno que si no lo interrumpo, todavía estaría hablando.
—¿Aún a pesar de que el tiempo no existe para ti?
—Olvídalo. Es un decir.
—Además, quedan pendientes muchos interrogantes.
—¿Cómo cuales?
—¿Qué hay acerca de la actuación de los Papas, Lamas, Ayatolas...?
—¡Humm! Eso está más que discutido con otros. No pretendas saberlo todo.
—Entiendo.
—Recuerda que tú representas la milésima parte de los que vinieron, y que no tienes derecho a saber lo conversado con cada uno de ellos. Esa fue la idea.
—Comprendo.
—Es hora de partir, Juan.
—No antes de saber algo muy importante.
—¿El qué?
—Me voy con muchos interrogantes.
—Esos interrogantes fueron tratados con el resto de los invitados. Insisto en que tú apenas representas la milésima parte.
—¿Por qué el anonimato de tu presencia?
—¿Otra vez? Eres definitivamente incorregible, “Corocoro”. Ahora si te has ganado el título el título de Gran Majadero.
—Creo apreciar en tu voz un tono de ironía al mencionar mi apodo por primera vez y eso me agrada. Una pregunta importante. ¿Estoy realmente vivo? ¿Podré salir de nuevo a pescar como de costumbre?
—Así será para satisfacción de tu amigo Pico de Loro, los corocoros y las exigentes gaviotas.
—¿Quieres saber algo?
—Adelante
—Ha sido una experiencia increíble. Te amo.
—Es hora de partir.
—¿Tan pronto?
—Fue suficiente. No quieras ser como el filósofo.
—Una última pregunta, ¿Pequé alguna vez de irreverente?
— Hummm… Jamás.
—Me dijiste El Gran Majadero.
—Olvídalo. Fue un decir.
—Gracias.
—Larga vida te deseo, Juan.
. .o.o.o.o.o.o.
Candelaria volvió a percibir la extraña luz allá afuera mientras pensaba que quizás todo aquello se debía a que el viejo pescador había marchado enojado en busca de Dios, en demanda de una explicación del porqué por primera vez había regresado de pescar con las manos vacías, quizás como expiación de sus pecados.
Se asomó de nuevo a la ventana. Juan Corocoro Ortiz regresaba del mar rodeado por aquella extraña y difusa luz, cruzaba una vez más frente a sus atónitos ojos y entraba a su vivienda. Se preguntó que podía haber hecho en tan corto tiempo y de que artimaña se había valido para tomar aquella extraña apariencia y se decidió a actuar ante la ausencia de testigos.
Poseída por una ansiosa curiosidad, salió a la calle y en medio de una intensa se dirigió a la morada de “Corocoro” Allí yacía el pescador quien comenzaba a dar muestras de querer despertarse. Tan aprisa como pudo, regresó a su casa, no sin antes observar con asombro que, como por arte de magia, la mayoría de los barcos se hacían a la mar y la luna que había aparecido por el horizonte iluminaba con intenso brillo la espuma de las olas.
Llena de confusión miró atrás y atinó a ver que Juan “Corocoro” se dirigía presto a su barco y al entrar a la casa, Boca Chica gruñía mientras sorbía un trago de café. Todo sucedía con una pasmosa rapidez. Antes de dormir, si es que podía hacerlo, y ante lo visto aquella noche, se prometió guardar silencio. Buena era la gente del pueblo de pescadores para relatarles lo sucedido. Jamás había entendido por qué la trataban como una bruja loca y a “Corocoro” como a todo un patriarca de la sabiduría y bondad.
A no ser que todo hubiera sido producto de una broma de las que el viejo pescador acostumbraba a someter de vez en cuando a los habitantes de Boca de Sierra. Con toda seguridad, es lo que había sucedido y se juró que haría lo imposible por saber de que truco se había valido “Corocoro” para lograrlo.
F I N
Ramón Mas
|