Pese a la escasez de las míticas contracciones pelvicas, existe un grupo demográfico significativo que disfruta de ser responsable, o participe al menos, del orgasmo femenino. Como fin, el orgasmo es la dorada medalla del desempeño sexual, un poderoso estimulante erótico y un seguro de marca dentro del mercado sexual; es decir, nada es tan excitante como despojar a una mujer del autocontrol físico y hacerla sucumbir ante los eléctricos impulsos con que responde a tu cuerpo, eso nos llena de orgullo y nos crea buen nombre.
Es una acción frívola, salvaje y ordinaria; el diseño de motores eléctricos que activen una lubrica respuesta mecánica, así, simple y placentero.
Es el orgasmo como medio lo interesante. Observarla con atención, rosar el terso paisaje de su piel, memorizar los defectos, hacerlos nuestros; marcar con los labios un camino eléctrico que inicie un dialogo armónico entre la sexualidad de ambos, acelerar nuestra profunda respiración dentro del mismo contexto, estimular el deseo que ha sido plantado previamente, sembrado en lo más profundo de su psique entre una mezcla de ansiedad y confianza. No responde a técnicas, sino a complicidad, a secretos susurrados en la obscuridad, a confesiones terribles, a vergüenzas, a temores y entrega. El orgasmo, como medio, es un intercambio de despojos y virtudes que permite la más elevada y la más profunda de las intimidades, es así que se vulneran en completa fragilidad y, por un instante, dos cuerpos se hacen uno, se destrozan y reconstruyen en la ultima bocanada de aire que se mezcla entre sus bocas.
Hay un orgasmo genérico, complejo pero desechable, y uno con código genético y argumento. Uno es solo para ella, los demás, son lo de menos. |