No recuerdo el día que nací. Hay muchas cosas que olvido propio de la edad. Mis parientes llegan pero no los recuerdo. Los recibo pero en mi corazón no quisiera que vuelvan, pero siempre vuelven, cada vez con esas caras plásticas, de comedor barroco… Suspiro sin que se den cuenta porque si lo hacen, me llenan de preguntas tontas… Y así sigue mi alargada vida.
La otra vez salí solo a la calle. Bajé los escalones y antes de tocar el último escalón, sentí las manos frías del temor… Y esas preguntas que suelen mojarme cada noche… Ciertamente es la depresión… Esa vez salí pero con la suerte de Dios… Una señora cargada de hijos y bolsas se empotró sobre mi esmirriado cuerpo. Caímos sobre las bolsas y luego, la mujer, los llantos de niños y todo el gentío me abrumó tanto que me hice el desmayado… Siempre surte efecto. Apenas trataron de levantarme ya estaba bien… Pongo una cara de yo no fui, y preguntó ¿qué pasó?... Me limpian hasta los zapatos, sacuden mi destartalada ropa y hasta me limpian el camino, como si fuera el Mesías… Me alejo de todo y apenas doy unos pasos, olvido totalmente el lugar al cual me dirigía… Miro la gente y siento que soy invisible para este mundo o para estos tiempos… Me lleno de una extraña vergüenza y regreso a mi cuarto que está dentro de un viejo edificio en el tercer piso…
De vuelta y a medida que me acerco a mi cuarto, me siento mal, tan mal como los perros abandonados en la carretera… Hay un sentimiento que crece año tras año en mi alma, siento que siempre estuve perdido o fuera de lugar…
Llego a la entrada del edificio, subo las escaleras y lentamente veo cómo la puerta de metal negra devora mi vida, como las fauces de un frío gigante de metal…
Ya dentro, miro lo poco que me queda. Una mesa, una cama, un ropero, un par de sillas, una cocina, libros apolillados, etc… pequeñeces de vieja solterona, perdón, de viejo sin más… Al fondo del cuarto hay una ventana que da a un patio, una especie de loza… Hay veces en que me acerco y miro a los chicos jugar, pero solo un momento, luego miro mis libros, mi vieja lupa y la silla mecedora, y leo hasta quedar dormido…
La otra tarde en que el gris de la ciudad amainaba mis pensamientos, no pude hacer las que mirar, escuchar, sentir mis dolores, nada más… Como quien espera el verdugo… Miraba cómo las cucarachas subían por las paredes y las hormigas arreciaban como un ejército napoleónico… ¿Quién ganará?, me preguntaba. Noté que las luces del día se apagaban pero no quise moverme, no quise más que respirar o dejar que Dios me respirase… Todo comenzó a ocultarse, recogerse, borronearse… Miraba mis piernas revueltas de trapos y sentí ganas de llorar… Solo, demasiado solo para seguir viviendo… Se me ocurrió escuchar el bullicio de la ventana, las luces del cielo deprimían… Miré el ángulo de mi cuarto, ya sucio como mis medias… Lloré…
¿Y el niño-hombre?, me pregunté… se ha vuelto un personaje de mi soledad… no ha vuelto, pero le necesito. Uno necesita de simples y mágicas cosas para vivir… De pronto, el sonido estruendoso de mi ventana reventando en miles de pedazos despertó de existencia… Iba a mirar la ventana, pero vi que una pelota de cuero se acerca como el niño-hombre… Siguió rodando hasta tocar mis pies… Iba a molestarme, gritar por la ventana rota, etc., pero, ¿para qué?... La pelota parecía mirarme. La miré por varios segundos y noté que mi llanto había desparecido… ¿Eres el niño?, le pregunté a la pelota. Esta seguía muda, de pronto comenzó a desinflarse y sentí que estaba llorando como un niño perdido. La cogí y la abracé. No llores, le dije a la pelota, mientras yo le acompañaba en su llanto hasta quedarnos atados en un fuerte abrazo… Así quedé hasta que todo se hizo oscuridad. Mi llanto se apagó como la pelota. Me paré y me dirigí con ella hacia la ventana hecho trizas. Miré a la calle y no había una sola alma… Tenía la pelota en las manos y volví a mi pasado de juventud… ¿Recuerdas?, le dije a la pelota… Tú eras malo y egoísta, me dijo la pelota… Si, en verdad era malo, pero no podía jugar frente a tanta gente, no podía… ¿Pero, porqué me dejaste?... Es que era malo, tan solo jugaba contigo, pero para nosotros y no para ellos… Siempre seremos amigos, agregó…
Cogí la pelota y busqué entre mis cachivaches un inflador… Es increíble, y parecerá un cuento, pero allí estaba el inflador… La inflé y a medida que crecía, sentí que nos despedíamos para siempre… Ya llena de aire, la acerqué hasta casi tocar mi rostro y la besé… ¡Adiós!, le dije entre llantos, para luego tirarla por la vieja y reventada ventana de mi cuarto… Volví a mi mecedora, cogí un libro y luego, volví a escuchar el griterío de todos los muchachos de la calle… Sonreí, mientras una lágrima rociaba mi rostro y un aire de paz llenaba mi alma de gratitud…
(continuará...) |