La mujer del tren ( 7 )
( Sugonal )
En este punto de la conversación noté que su voz se hacía más profunda y había en su tono una emoción difícil de soslayar. Siguió contándome su vida. En 1987 nació su primer hijo, Andrés, y dos años más tarde nació Isabel. Aquí su voz se quebró y pude ver que le costaba articular las palabras. Comenzó a llorar suavemente al principio, llanto que poco a poco se hizo más intenso. Al verla afectada de esta manera, me levanté para consolarla. La rodeé con mis brazos y pude sentir las convulsiones de su cuerpo quebrado por fuertes sollozos que le nacían de muy dentro. Concluí que sufría al recordarlos pues me había dicho que estaba sola, y supuse que una ruptura matrimonial la había separado de ellos.
Cuando ví el tamaño de su reacción decidí no ahondar más en sus recuerdos y continué consolándola lo mejor que pude. Lentamente fue recobrándose. Ya no sentía sus espasmos a través de mis brazos. El peor momento había pasado. Le propuse que tomáramos un bajativo para olvidar las penas y pedí al mozo que nos trajera manzanilla. Retomamos la conversación y cambiamos el tema por completo.
Pagué el consumo y salimos fuera. Corría una suave brisa del sur y estaba refrescando. Miré mi reloj : era casi medianoche.
La ayudé a subir al vehículo y me disponía a hacerlo partir cuando ví que acercaba su cuerpo al mío apoyando su cabeza sobre mi hombro. Deslizó su brazo izquiero sobre mi brazo derecho.
No dudé un instante. Tomé su cara entre mis manos y besé su boca suavemente al principio mientras mi sangre mi corazón latía desordenado. Respondió mi beso. Segundos después estábamos confundidos en un estrecho abrazo y nos besábamos apasionadamente.
Así estuvimos hasta que noté que los vidrios del vehículo se habían empañado por dentro. Puse en marcha y salimos a la carretera. Recordaba que cerca de la entrada a Curicó, a un costado de la panamericana había visto el letrero de un Motel cuando íbamos al restaurante. Entré al lugar y luego de registrarme como Marcos Finestta y señora y cancelar el valor por la noche, me estacioné en la cabaña asignada.
Una vez dentro pude observar una hilera de neones de color azul cerca de las molduras del techo que proyectaban una luz difusa hacia el lecho dando un tinte apagado a nuestros cuerpos. Del frigobar saqué una botella pequeña de champagne y serví dos copas que bebimos en silencio. Podía observar sus grandes ojos en la tenue luz que llenaba la habitación. Casi no hablábamos cuando comenzamos a quitarnos la ropa. Los momentos que vivimos en las dos horas que siguieron, difícilmente podré olvidarlos, y la mezcla de pasión y ternura que nos prodigamos no recordaba haberlos vivido antes.
Nos fue invadiendo un delicioso sopor, y la escuché con un susurro decirme que deseaba descansar.
No sé cuanto tiempo dormí. Al despertarme tenía un fuerte dolor de cabeza y la boca pastosa. La habitación estaba a obscuras y la luz del amanecer se filtraba por una rendija en las cortinas que cubrían las ventanas de la cabaña. María Ignacia no estaba en la cama y supuse que estaba en el baño, pues se veía una delgada raya de luz saliendo de esa puerta. Me levanté y ví que su ropa no estaba. Quizá estaría terminando de vestirse. Miré la hora, faltaban pocos minutos para las seis y media de la mañana y ya comenzaba a aclarar. Me intrigaba su ausencia. No me imaginaba que podía haber sucedido y nuevamente mi cabeza se llenó de interrogantes. ¿ Algo le había parecido mal ? Quizá no deseaba interrumpir mi sueño, y teniendo que trabajar temprano se había ido a casa a prepararse.
Busqué algún mensaje, pero no encontré nada. De pronto surgió en mí la desconfianza, ese sentimiento latente en todo ser humano. Pensé que estaba acostumbrada a estas cosas y que una vez el hombre se dormía, se apoderaba de sus pertenencias y se largaba del lugar. Tomé mi vestón y revisé mi billetera, tarjetas de crédito, chequera, dinero y documentos. Todo estaba en orden, nada faltaba.
Terminé de vestirme y llamé por el citófono a la recepción del Motel. Me atendió la misma voz somnolienta de la persona que me había registrado. Le expliqué la situación y me dijo que la dama había pedido un radiotaxi caerca de las cinco de la mañana y había dejado un mensaje : me llamaría al Hotel. Me sentí más tranquilo. Estaba amaneciendo cuando salí de regreso al Hotel. En el trayecto no dejaba de pensar lo extraño que resultaba que se hubiese ido sin despertarme. A lo mejor me vió durmiendo tan profundamente que no quiso molestarme y tomó la iniciativa para regresar por su cuenta, En fin - me dije - tendría que esperar a que me llamara. ( Continuará ) |