La mujer del tren ( 6 )
( Sugonal )
Temprano el Domingo salí por la carretera panamericana hacia el sur y siguiendo la señalización llegué a las bodegas de lo vinos Miguel Torres. Seguí viaje hasta llegar a las bodegas de la viña San Pedro con sus enormes barriles de roble. Allí me enteré que su construcción se remontaba al siglo diecisiete, y ahora estaba en plena producción de vinos de consumo popular como Gato Negro y Gato Blanco. Continué mi viaje disfrutando del hermoso paisaje, el camino cercado por ambos lados con interminables viñedos y casas antiguas hasta llegar a Molina.
Proseguí viaje hacia la Reserva Nacional Radal Siete Tazas, en sectores precordilleranos de la hoya del río Claro hata llegar a las caídas de agua El Velo de la Novia de más de cuarenta metros de altura. El Salto de la Leona y las Siete Tazas con siete pozas formada por siete caídas de agua en el mismo río.
Cerca de las cinco de la tarde retorné a Curicó. No me había percatado en el entusiasmo por tomar fotos y efectuar cortas caminatas, que no había probado bocado desde el desayuno. Pedí un sandwich y una taza de té a mi cuarto y descansé una hora. Me dí una ducha y cambié de ropa. A las siete y media estaba listo para ir a esperar a María Ignacia, ansioso por volver a verla. Me atraía poderosamente y ya tendría tiempo para saber más de ella, siempre que notara que tenía la disposición necesaria. Unos minutos antes de las ocho me estacioné frente a las escala de acceso público al cerro Condell, al costado de la Avenida Manso de Velasco. Las luces de la ciudad ya se habían encendido y estaba obscureciendo. De pronto la ví caminando hacia el vehículo.
Me bajé y la recibí con un beso en la mejilla. Puse en marcha el motor al mismo tiempo que le preguntaba por algún buen restaurante donde ir a comer. Me dijo que había varios lugares al costado de la panamericana y me nombró uno que se especializaba en carnes y allá nos dirigimos. Tenía temor que, debido a lo prolongado de las Fiesta Patrias y al hecho que fuese Domingo, el lugar estuviera cerrado; pero estaban atendiendo.
La iluminación del local, intencionadamente atenuada y sobre las mesas un pequeño vaso con velas de fragancia encendidas, le daban al local un aire agogedor.
Ordenamos dos aperitivos y una botella del mejor vino tinto de la zona. Miraba a María Ignacia y me parecía cada vez más atractiva. En su rostro había un expresión distinta. Sus ojos brillaban a la luz del candil y al reirse mostraba sus hermosos dientes. Me sentía bien mientras bebíamos, ella una vaina en jerez, yo un pisco "sour".
Conversábamos distendídamente. El lugar había quedado vacío. Me atreví a tomar una de sus manos y ví que no se molestaba. Me dijo - Marco, nada me ha contado de su vida...¿ porqué no me habla de usted ?
La pregunta me sorprendió pues era la misma que yo tenía reservada para ella. Tomé un sorbo de mi copa y comencé a hablar. Le conté que tenía 46 años, que provenía de una familia de clase media. Le hablé de mi niñez, de mis padres, mis hermanos. Le conté que me había casado a los 26 años después de titularme de Ingeniero Civil en la Universidad de Chile. Habíamos tenido un hija que falleció de meningitis cuando tenía sólo tres años.
Cuando le relaté la pérdida de mi hija, noté que sus grandes ojos se llenaban de lágrimas y verla temblorosa y con un pena tan a flor de piel, me conmovió.
Algunas lágrimas resbalaban por sus mejillas. Esperé algunos momentos y luego seguí contándole que ocho años después de la muerte de nuestra hija, mi esposa y yo habíamos decidido separarnos por una creciente incompatibilidad de caracteres. Me fuí a vivir con mi madre con la cual llevaba siete años durante los cuales había conocido otras mujeres pero no había logrado rehacer mi vida. Le expliqué que el trabajo se había convertido en el centro de mi existencia y estaba, hoy más que nunca, totalmente dedicado a él.
Había pasado por varias Empresas de ingeniería y en esta última llevaba ceca de dos años, me encontraba satisfecho con mi labor y lo que me pagaban.
Me dejó hablar sin interrumpirme. Podía apreciar que me escuchaba con atención y que había asimilado cada palabra de mi relato por la intensidad en la expresión de su rostro y uno que otro movimiento afirmativo de su cabeza.
Llegó la comida a la mesa y el mozo sirvíó el vino que reposaba en un recipiente metálico con agua tibia. Comenzamos a comer y nuestra conversación se volvió más general. Notaba sus mejillas sonrojadas y nuestro ánimo era excelente. Mientra terminábamos el postre le pedí que me hablara de ella.
Comenzó a contarme que, al igual que yo, pertenecía a una familia normal de clase media, cuyos ancestros provenían de Europa. Había nacido en 1962 y sus estudisos los había hecho en el Liceo Nº 7 de Santiago, para ingresar a la Universidad Católica en 1979 y titularse de Ingeniero Agrónomo en 1984. En esos años de Universidad había conocido a su esposo, quién estaba dos cursos más arriba en la carrera. El pertenecía a una acaudalada familia de Molina que poseía fundos viñateros en Lontué. Esperaron que ella se graduara y se casaron.
En 1986 ya estaba instalada en el campo dedicada, junto a su esposo, a las tareas propias de la profesión. Se habían radicado en Curicó. ( Continuará ) |