Ella fue especial. Muy especial.
La vi aparecer y con la misma certidumbre de un pez que piensa en su madre, supe que no volvería, sólo que a diferencia de este, tuve el privilegio de verla tan solo una vez.
Y la vi avanzar tímida por la arena, yo sólo observaba. Quise darle el tiempo necesario, mas bien, darnos, pues estaba en mis planes acercarme también a ella. Sin embargo, fui un poco visionario. Esperé. Aguardé pues debía aprovechar el tiempo que destine a ambos para contemplarla.
Y la vi más cerca. Y el ambiente se colmó de un sentimiento inefable, algo de alegría, algo de esperanza, al tiempo que comprendí que el viento se convirtió en algo más que un simple espectador de nuestra escena, un protagonista. Nuestra escena de dos, ella y yo, ahora cambia literalmente de dirección, aunque precisamente hablando, la de ella, porque yo me mantuve durante todo el relato en el mismo sitio. El viento cantó y, como un girasol que busca al astro del día se torna hacia él, ella ahora, avanza hacia mí.
Y la vi aun más cerca. Capturé entonces su aroma en mi memoria, pero ella fue tan especial que el ambiente de la escena aun lo conserva. Ya no cabía duda. Nuestra escena de dos sería por un breve instante una historia de ella y mía, pero por separado. Ella podría contarla como suya, yo escribirla como mía. Por tan solo un instante seriamos uno. Algo así como una breve historia de uno.
Y evoco en la escritura aquel breve instante. En aquella fecha aun reinaba el invierno. Era agosto. Claro está que ya había asimilado el frío de los objetos y del aire, no me resultaría extraño entonces que hasta ella se encontrara helada. No me equivocaba. Y me encuentro junto a ella. Este es el preciso instante en que el tiempo de ambos se acaba, donde se cumple el cometido del viento y la historia toma el nombre del relato. No hubo comentario alguno, no existían las palabras. Solo miradas. Le acerqué mi mano para acariciarla mientras un frio exquisito comenzaba a invadir mis pies. De seguro fue aquel el momento en que su aroma impregnó mi piel.
El breve instante acabó hace un momento. Hasta ahora puedo enumerar tres historias, la última comienza cuando ella y yo dejamos de ser uno y empezamos a ser ella y yo, ya no por separado, ya que la historia a esta altura no tiene dueño. Como al comienzo.
Confieso que no sé si es correcto seguir refriéndome a ella como “ella”, pues ya no tengo claro si existe en algún lado. Si tengo claro, que su silueta no era la misma cuando decidió terminar con la historia de uno. Se retiraba, devorada en parte por la tierra. Recuerdo que baje la mirada y reconocí el único vestigio de nuestra historia, junto a mis pies, pero luego, cuando di una hojeada al paisaje con la mirada, me di cuenta que habían otros similares que lo adornaban. ¿Será que el destino de tantas como ella sea tan solo la búsqueda de breves historias? Por lo menos se que fue el de ella.
Ella fue especial. Muy especial. Ella fue una ola. |